domingo, 30 de diciembre de 2018

T3. VI. Los juicios y el problema de la autoridad


*T3. VI. Los juicios y el problema de la autoridad*

1. Hemos  hablado ya  del  juicio Final,  aunque  no con  gran detalle.  Después  del  juicio  Final  no habrá ningún  otro. Dicho juicio es  simbólico  porque  más  allá  de  la  percepción no hay  juicios.  Cuando la Biblia  dice  "No juzguéis  y no seréis  juzgados"  lo que  quiere  decir  es  que  si  juzgas  la  realidad de otros  no podrás  evitar juzgar la  tuya  propia.

2. La  decisión  de  juzgar  en vez  de  conocer  es  lo  que  nos  hace  perder  la  paz. Juzgar es  el  proceso en el  que  se  basa  la  percepción, pero no el  conocimiento. He  hecho referencia  a  esto  anteriormente  al hablar de  la  naturaleza  selectiva  de  la  percepción,  y he  señalado  que  la  evaluación es  obviamente  su requisito previo.  Los  juicios  siempre  entrañan  rechazo.  Nunca  ponen de  relieve  solamente  los aspectos  positivos  de  lo  que  juzgan,  ya  sea  en ti  o en otros. Lo  que  se  ha  percibido y se  ha rechazado,  o lo que  se  ha  juzgado y se  ha  determinado que  es  imperfecto  permanece  en tu mente porque  ha  sido percibido.  Una  de  las  ilusiones  de  las  que  adoleces  es  la  creencia  de  que  los  juicios que  emites  no tienen  ningún efecto. Esto  no puede  ser verdad  a  menos  que  también  creas  que aquello contra  lo  que  has  juzgado  no existe. Obviamente  no crees  esto,  pues, de  lo contrario, no lo habrías  juzgado.  En última  instancia,  no importa  si  tus  juicios  son acertados  o no, pues, en cualquier caso, estás  depositando tu  fe  en lo  irreal.  Esto es  inevitable, independientemente  del  tipo  de  juicio de  que  se  trate,  ya  que  juzgar implica  que  abrigas  la  creencia  de  que  la  realidad está  a  tu  disposición para  que  puedas  seleccionar  de  ella  lo  que  mejor  te  parezca.

3. No tienes  idea  del  tremendo alivio  y de  la  profunda  paz  que  resultan de  estar con tus  hermanos  o contigo mismo  sin emitir juicios  de  ninguna  clase. Cuando reconozcas  lo que  eres  y lo que  tus hermanos  son, te  darás  cuenta  de  que  juzgarlos  de  cualquier forma  que  sea  no tiene  sentido. De hecho,  pierdes  el  significado de  lo  que  ellos  son precisamente  porque  los  juzgas.  Toda incertidumbre  procede  de  la  creencia  de  que  es  imprescindible  juzgar. No tienes  que  juzgar  para organizar tu vida, y definitivamente  no tienes  que  hacerlo para  organizarte  a  ti  mismo.  En presencia del  conocimiento  todo juicio  queda  automáticamente  suspendido, y éste  es  el  proceso  que  le  permite al  conocimiento  reemplazar  a  la  percepción.

4.  Tienes  miedo  de  todo aquello que  has  percibido  y te  has  negado  a  aceptar.  Crees  que  por haberte negado  a  aceptarlo  has  perdido control  sobre  ello.  Por eso es  por lo que  lo ves  en  pesadillas, o disfrazado bajo  apariencias  agradables  en lo  que  parecen ser tus  sueños  más  felices. Nada  que  te hayas  negado  a  aceptar  puede  ser llevado a  la  conciencia.  De  por sí, no es  peligroso, pero  tú has hecho  que  a  ti  te  parezca  que  lo es.

5. Cuando  te  sientes  cansado es  porque  te  has  juzgado  a  ti  mismo como  capaz  de  estar cansado. Cuando  te  ríes  de  alguien  es  porque  has  juzgado  a  esa  persona  como  alguien que  no vale  nada. Cuando  te  ríes  de  ti  mismo  no puedes  por menos  que  reírte  de  los  demás,  aunque  sólo sea  porque  no puedes  tolerar  la  idea  de  ser menos  que  ellos.  Todo  esto hace  que  te  sientas  cansado,  ya  que  es  algo básicamente  descorazonador. No eres  realmente  capaz  de  estar cansado, pero  eres  muy capaz  de agotarte  a  ti  mismo. La  fatiga  que  produce  el  juzgar continuamente  es  algo realmente  intolerable. Es curioso  que  una  habilidad  tan debilitante  goce  de  tanta  popularidad.  No obstante, si  deseas  ser el autor  de  la  realidad, te  empeñarás  en aferrarte  a  los  juicios.  También les  tendrás  miedo,  y creerás que  algún día  serán usados  contra  ti.  Sin embargo,  esta  creencia  sólo  puede  existir en la  medida  en que  creas  en la  eficacia  de  los  juicios  como un arma  para  defender  tu propia  autoridad.

6. Dios  ofrece  únicamente  misericordia.  Tus  palabras  deben reflejar  sólo  misericordia  porque  eso es lo  que  has  recibido  y eso es  lo que  deberías  dar.  La  justicia  es  un expediente  temporal,  o un intento de  enseñarte  el  significado de  la  misericordia.  Es  juzgadora  únicamente  porque  tú  eres  capaz  de cometer  injusticias.

7. He  hablado de  distintos  síntomas,  y, a  ese  nivel, la  variedad  de  los  mismos  es  casi  infinita.  Todos ellos  tienen, no obstante,  una  sola  causa:  el  problema  de  la  autoridad.  Ésta  es  "la  raíz  de  todo mal". Cada  síntoma  que  el  ego inventa  es  una  contradicción debido  a  que  la  mente  está  dividida  entre  el ego  y el  Espíritu Santo, de  tal  modo que  cualquier  cosa  que  el  ego haga  es  parcial  y contradictoria. Esta  posición insostenible  es  el  resultado  del  problema  de  la  autoridad  que, al  aceptar  como premisa el  único pensamiento  inconcebible,  sólo puede  producir  ideas  que  a  su vez  son inconcebibles.

8. El  problema  de  la  autoridad es  en realidad  una  cuestión  de  autoría. Cuando tienes  un problema  de autoridad, es  siempre  porque  crees  ser tu propio autor y proyectas  ese  engaño sobre  los  demás. Percibes  entonces  la  situación como  una  en que  los  demás  están  literalmente  luchando contigo para arrebatarte  tu  autoría.  Éste  es  el  error fundamental  de  todos  aquellos  que  creen  haber usurpado el poder  de  Dios. Esta  creencia  les  resulta  aterradora, pero a  Dios  ni  siquiera  le  inquieta. Él  está deseoso, no obstante,  por erradicarla,  no como un castigo para  Sus  Hijos, sino tan  sólo  porque  sabe que  les  produce  infelicidad. Las  creaciones  de  Dios  disponen de  la  verdadera  Autoría,  mas  tú prefieres  permanecer  anónimo  cuando eliges  separarte  de  tu  Autor.  Al  no tener certeza  con respecto a  Quién  es  tu verdadero  Autor, crees  que  tu creación  fue  anónima. Esto te  pone  en una  situación  en la  que  lo único que  parece  tener sentido  es  creer que  tú te  creaste  a  ti  mismo. La  disputa  acerca  de quién  es  tu autor  ha  dejado  a  tu mente  en tal  estado de  incertidumbre  que  ésta  puede  incluso llegar  a dudar  de  que  tú realmente  existas.

9. Sólo los  que  abandonan todo  deseo de  rechazar pueden  saber que  es  imposible  que  ellos  puedan ser rechazados. No has  usurpado  el  poder de  Dios, pero  lo has  perdido.  Afortunadamente, perder algo  no significa  que  haya  desaparecido. Significa  simplemente  que  no recuerdas  dónde  está. Su existencia  no depende  de  que  puedas  identificarlo,  o incluso localizarlo.  Es  posible  contemplar la realidad  sin juzgar  y simplemente  saber que  está  ahí.

10. La  paz  es  el  patrimonio natural  del  espíritu.  Todo  el  mundo  es  libre  de  rechazar su herencia, pero  no de  establecer lo  que  ésta  es. El  problema  que  todos  tienen  que  resolver es  la  cuestión fundamental  de  la  autoría.  Todo  miedo  procede  en  última  instancia,  y a  veces  por rutas  muy tortuosas,  de  negar la  verdadera  Autoría.  La  ofensa  no es  nunca  contra  Dios, sino contra  aquellos que  lo niegan.  Negar Su  Autoría  es  negarte  a  ti  mismo la  razón de  tu  paz, de  modo que  sólo te puedes  ver  a  ti  mismo fragmentado.  Esta  extraña  percepción  es  el  problema  de  la  autoridad.

11.  No hay  nadie  que  de  una  manera  u otra  no se  sienta  aprisionado.  Si  ése  es  el  resultado de  su libre  albedrío, tiene,  por ende, que  considerar que  su voluntad  no es  libre,  o, de  lo contrario, el razonamiento circular  de  esta  premisa  sería  evidente. El  libre  albedrío  no puede  sino conducir a  la libertad.  Los  juicios  siempre  aprisionan, ya  que  fragmentan la  realidad con  las  inestables  balanzas del  deseo. Los  deseos  no son hechos. Desear  implica  que  ejercer la  voluntad  no es  suficiente. Sin embargo,  nadie  que  esté  en  su mente  recta  podría  creer  que  lo  que  desea  es  tan  real  como lo que  su voluntad dispone. En  vez  de  "Busca  primero  el  Reino  de  los  Cielos"  di:  "Que  tu  voluntad sea  antes que  nada  alcanzar  el  Reino  de  los  Cielos"  y habrás  dicho:  "Sé  lo que  soy y acepto mi  herencia".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres que te resuelva cualquier pregunta no dudes en ponerte en contacto conmigo a través de e-mail, estaré encantado de ayudarte: edgardomenechcoach@hotmail.com
También puedes buscarme en Facebook como Edgar Doménech Macías.