Tener miedo de la Voluntad de Dios es una de las creencias más extrañas que la mente humana jamás haya podido concebir. Esto no habría podido ocurrir a no ser que la mente hubiese estado ya tan profundamente dividida, que le hubiese sido posible tener miedo de lo que ella misma es. La realidad sólo puede ser una "amenaza" para lo ilusorio, ya que lo único que la realidad puede defender es la verdad. El hecho mismo de que percibas la Voluntad de Dios -que es lo que tú eres- como algo temible, demuestra que tienes miedo de lo que eres. Por lo tanto, no es de la Voluntad de Dios de lo que tienes miedo, sino de la tuya.
- Un Curso de Milagros T9.I.1.
¿Qué verías si no tuvieses miedo de la muerte? ¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te atrajese? Simplemente recordarías a tu Padre. Recordarías al Creador de la vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. Y conforme esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye completamente la cordura. Pues ahí acaba tu mundo.
- Un Curso de Milagros T19.IV.D.1.
Últimamente he visto y leído mucha información sobre los dos tipos de dioses que hay en la humanidad:
El Dios que la humanidad ha inventado, y lo que realmente significa Dios.
Me apetecía mucho escribir este artículo, ya que muchas de las personas tememos a la palabra Dios y ni siquiera sabemos porqué, el origen sin duda, está en nuestra infancia, en lo que nos han hecho creer acerca de qué es Dios y donde se encuentra.
En las religiones se ve constantemente disputas sobre quién es el mejor Dios, donde se encuentra, como alcanzar el Reino de los cielos haciendo multitud de rituales absurdos que nada más hacen que poner en evidencia la verdad acerca de Dios.
La palabra religión, que viene del latín, religare, religarse, volver a unir, y precisamente las religiones se han convertido en el negocio del miedo, y lo que produce es más separación entre la humanidad que unión.
Somos humanos, y como todos estamos determinados por nuestras creencias sociales, familiares, educativas y en este caso religiosas. De pequeño fui a un colegio católico y mis padres me llevaban a la Iglesia católica a enseñarme educación religiosa, pero más allá de enseñarme, lo que hacían estas cosas era alejarme de Dios.
Jesús de Nazaret decía:
''Encuentra el Reino de los Cielos dentro de ti, y todo lo demás se te dará por añadidura''.
Solo si entendieramos esta frase, dejaríamos de pelear por diferentes aspectos de quién es Dios, donde se encuentra y que hay que hacer para alcanzarlo, ya que Dios no es una figura a seguir, sino un estado de conciencia... es muy chocante leer esto, cuando constantemente nos han dicho y repetido miles de veces que Dios es algo externo que adorar, por lo que sentir miedo y culpa si no le hacemos caso, cuando en realidad Dios es tu propia y maravillosa imaginación creativa, tu parte más bondadosa dentro de ti, tu alegría, dicha, el amor incondicional sobre todas las personas...
Neale Donald Walsch, mi autor favorito de ética espiritual explica muy bien su ejemplo de porqué se pasó toda una vida temiendo a Dios, en lugar de encontrarlo dentro de sí mismo. Os dejo un fragmento del libro AMISTAD CON DIOS:
-¿Por qué tememos a Dios según Neale Donald Walsch (libro: AMISTAD CON DIOS)?
Recuerdo el momento exacto cuando decidí que debía temer a Dios.
Fue cuando Él me dijo que mi madre se iba a ir al infierno. Bueno, Él no fue exactamente, pero alguien lo expresó en representación suya.
Tenía alrededor de seis años y mi madre, quien se consideraba un poco mística, le “leía las cartas” a una amiga en la mesa de la cocina. A nuestra casa llegaba gente a todas horas para ver qué vaticinios extraería mi madre de una baraja común de naipes. Ella era buena para eso, aseguraban, y sutilmente se corrió la voz acerca de su talento.
En este día particular, cuando mamá leía las cartas, su hermana llegó a hacerle una visita sorpresa. Recuerdo que mi tía se veía muy feliz por la escena que encontró, cuando, después de tocar una vez, entró intempestivamente a través de la reja de la puerta. Mamá reacción como si hubiese sido sorprendida en flagrancia haciendo algo que no debía. Presentó con torpeza a su amiga y recopiló todos los naipes con rapidez, para meterlos en el bolsillo de su delantal.
No se comentó en ese momento, pero más tarde mi tía fue a despedirse al patio trasero, donde yo había ido a jugar.
-Sabes- externó mientras la acompañaba a su carro- tu mamá no debería leerle el futuro a la gente por medio de esos naipes. Dios la va a castigar.
-¿Por qué?- le pregunté.
-Porque está comerciando con el diablo- recuerdo esa escalofriante frase por su sonido peculiar en mi oído- y Dios le va a enviar directo al infierno.
Expresó esto tan alegremente como si estuviese anunciando que llovería mañana. Hasta este día, recuerdo que temblaba de temor mientras ella conducía en reversa su carro por el camino de entrada. Estaba muerto de miedo de que mi mamá hubiera provocado tanto el enfado de Dios. Fue justo en ese momento que el miedo a Dios se enraizó en mí.
¿Cómo es que Dios, quien se supone es el creador más benévolo del universo, querría castigar a mi madre, la criatura más benévola en mi vida, con la condenación eterna? Esto es lo que mi mente de seis años suplicaba entender. Entonces, llegué a la conclusión a la que llegaría un niño de seis años: si Dios era tan cruel como para hacerle algo semejante a mi madre, quien a los ojos de todos aquellos que la conocía era prácticamente una santa, por lo tanto de seguro era muy fácil hacele enojar –más fácil que a mi padre- así que más valía que todos camináramos bien derechos.
Le tuve miedo a Dios durante muchos años, y mi temor se veía constantemente reforzado.
Recuerdo que me explicaron en las clases de catecismo, en el segundo año de primaria, que si no bautizaban a un bebé no iría al cielo. Esto parecía algo tan improbable, incluso para niños de segundo año, que solíamos intentar confundir a la monja haciendo preguntas complejas como:
-Hermana, hermana, ¿qué ocurre si los padres están llevando al bebé a ser bautizado y entonces la familia entera muere en un accidente automovilístico? ¿Acaso ese bebé no se va con sus padres al cielo?
Nuestra hermana (sor) de seguro era chapada a la antigua.
–No- suspiraba profundamente- me temo que no- para ella, la doctrina era la doctrina; no había excepciones.
-Pero entonces, ¿adonde va el bebé? -preguntó uno de mis compañeros con gran interés-. ¿Al infierno o al purgatorio? (en los buenos hogares católicos, nueve años es edad suficiente para saber lo que significa la palabra “infierno”.)
- El bebé no irá al infierno ni al purgatorio- contestó la hermana- el bebé iría al limbo.
-¿Limbo?
-Limbo- explicó la religiosa- es donde Dios envía a los bebés y a algunas personas, quienes, por motivos ajenos a su voluntad, mueren sin ser bautizados en la religión verdadera- no estaban siendo castigados, pero nunca llegaría a ver a Dios.
Este es el Dios con el que crecí. Quizá crean que estoy inventando todo esto, pero no es así.
El temor a Dios es algo creado por las religiones y es, de hecho fomentado por muchas de ellas.
Nadie tenía que fomentarlo en mí, debo advertir. Si creen que estaba atemorizado por la explicación del limbo, esperen a escuchar el concepto sobre el fin del mundo.
A principios de los años cincuenta escuché la historia de los niños de Fátima. Se trata de una aldea en la parte central de Portugal, al norte de Lisboa, en donde se dice que la Santa virgen se le apareció en varias ocasiones a una niña y a sus dos primos. Esto es lo que me contaron al respecto:
La Santa Virgen le dio a los niños una Carta para el Mundo, que debía entregarse en manos del Papa. Él, a su vez, tenía que abrirla y leer su contenido, para luego volver a sellarla y sólo revelar su contenido al público varios años después, de ser necesario.
Se habla de que el Papa lloró durante tres días después de leer dicha carta, que según se supo, contenía noticias terribles acerca de la profunda desilusión que le habíamos hecho sentir a Dios y detalles de cómo Él tendría que castigar al mundo si no escuchábamos esta advertencia final y cambiábamos nuestras conductas. Sería el fin del mundo, habría gemidos, rechinar de dientes y un tormento increíble.
Dios, nos aseguraron en el catecismo, tenía la suficiente ira como para infligir el castigo en ese mismo momento; sin embargo, sentía piedad y nos daba una última oportunidad, gracias a la intervención de la Santa Madre.
La historia de Nuestra Señora de Fátima llenó de terror mi corazón. Corrí a casa para preguntarle a mi madre si esto era cierto. Ella respondió que si los sacerdotes y las monjas nos enseñaban esto, seguramente era cierto. Nerviosos y ansiosos, los niños de la clase bombardeamos a la hermana con preguntas sobre qué hacer.
-Vayan a misa todos los días- nos aconsejaba-, recen el rosario todas las noches y hagan las Estaciones de la Cruz con frecuencia. Acudan a confesión una vez a la semana. Hagan penitencia y ofrezcan su sufrimiento a Dios como evidencia de que le han dado la espalda al pecado. Reciban la Santa Comunión. Y pronuncien un Perfecto Acto de Constricción antes de dormir todas las noches, de manera que si se los llevan antes de despertarse, hayan ganado el derecho de unirse a los santos en el cielo.
En realidad, hasta que aprendí esta plegaria de la niñez, nunca se me hubiera ocurrido que podría no vivir hasta el amanecer:
Ahora me acuesto a descansar
Al Señor le pido mi alma cuidar
Y, si muero antes de despertar
Le pido al Señor mi alma llevar.
Unas cuantas semanas repitiéndola y ya tenía miedo de ir a dormir. Lloraba todas las noches, y nadie alcanzaba a entender qué era lo que me pasaba. Hasta la fecha, tengo una fijación con la muerte repentina.
A menudo, cuando abandono la caso para tomar un vuelo al extranjero -o a veces, cuando voy al supermercado- le digo a mi esposa Nancy:
-Si no regreso, recuerda que las últimas palabras que escuchaste de mi fueron: “te amo”. Se ha convertido en un chiste habitual, pero hay una pequeña parte de mí que habla completamente en serio.
Mi siguiente experiencia con el temor a Dios ocurrió cuando tenía trece años. El chico encargado de cuidarme durante mi infancia, Frankie Shultz, quien vivía en la casa de enfrente, se iba a casar. ¡y me invitó -a mí- a que fuera acomodador en su boda! Vaya que me sentía orgulloso. Hasta que llegué a la escuela y se lo conté a la hermana.
-¿En dónde se va a celebrar la boda?- preguntó sospechosamente. Le di el nombre del lugar. Su voz se convirtió en hielo.
-Esa es una iglesia luterana, ¿no es verdad?
-Bueno, no sé. No pregunté. Supongo que yo…
-Si es una iglesia luterana, y tú no debes ir. Lo tienes prohibido- declaró en forma decisiva.
-Pero, ¿por qué?- persistí.
La religiosa me miró como si no pudiera creer que continuaba cuestionándola. Entonces, claramente echando mano de alguna fuente interna de paciencia infinita, parpadeó dos veces y sonrió.
-Dios no quiere que entres a una iglesia pagana, hijo mío- explicó la monja. Las personas que se congregan ahí no creen lo mismo que nosotros. Ahí no enseñan la verdad. Es un pecado acudir a cualquier iglesia ajena a la católica. Siento mucho que tu amigo Frankie se le haya ocurrido casarse ahí. Dios no consagrará ese matrimonio.
-Hermana- insistí, rebasando por mucho el punto de tolerancia-, ¿qué pasaría si de todas maneras fuera acomodador en la boda?
-Bueno, entonces- contestó con verdadera preocupación- tribulaciones caerán sobre tu cabeza.
Vaya, era abrumador. Dios no se andaba por las ramas. Aquí no había posibilidad de propasarse un poco.
Bueno, yo si me propasé. Ojala pudiera informar que base mi protesta en argumentos morales más elevados, pero la verdad es que no soportaba la idea de no usar mi saco deportivo color blanco (¡con un clavel rosa, como en las canciones de Pat Boone!). Decidí no contarle a nadie lo que me había dicho la monja, y asistí a la boda para desempeñar la función de acomodador. ¡Vaya que estaba asustado! Quizá crean que exagero, pero todo el día esperé que Dios me lanzara un rayo mortal. Incluso, durante la ceremonia permanecí alerta para detectar las mentiras luteranas sobre las que me habían advertido, pero todas las palabras pronunciadas por el ministro fueron cálidas, maravillosas, y provocaron el llanto de todos los presentes. Hacia el final del servicio, yo estaba empapado hasta los huesos.
Esa noche supliqué a Dios de rodillas que perdonara mi transgresión. Pronuncié el Acto de Constricción más perfecto que jamás hayan escuchado. (Oh, Dios mío, estoy profundamente arrepentido por haberte ofendido…) Permanecí acostado en mi cama por horas, con temor a dormir, repitiendo una y otra vez: y si Unme muero antes de despertar, le pido al Señor mi alma llevar…
Les he contado esta historia de mi infancia –y podía agregar muchas más- por una razón. Quiero que les quede claro cuán real era mi temor a Dios. Porque mi historia no es única.
Y, como ya he explicado, no sólo los católicos romanos viven en constante estado de temor a Dios. Nada más alejado de la verdad, la mitad de la población del mundo cree que Dios se “vengará de ellos”, si no son buenos. Los fundamentalistas de muchas religiones implantan el temor en el corazón de sus seguidores: no pueden hacer esto, no hagas aquello. Deja de hacerlo o Dios te va a castigar. Y no me estoy refiriendo a prohibiciones grandes, como no matarás. Estoy hablando de un Dios que se molesta porque comes carne en viernes (aunque aparentemente, ya ha cambiado de parecer al respecto), o cerdo cualquier día de la semana, o porque te has divorciado. Este es un Dios al que la mujer enfadará por no cubrir su rostro con un velo; por no visitar la Meca durante tu vida; por no detener todas tus actividades, desenrollar u alfombra y postrarte cinco veces al día; por no contraer matrimonio en el templo; por no ir a confesión o asistir a la iglesia cada domingo, lo que sea.
Debemos tener cuidado con Dios. El único problema es que es difícil saber las reglas, porque hay tantas. Y lo más difícil es que las de todas las personas son correctas. O cuando menos eso aseguran. Sin embargo, no todas pueden ser correctas. De modo que, ¿cómo escoger?, ¿cómo saber? Es una pregunta inquietante, y bastante importante, si se considera el margen aparentemente pequeño de error que él nos concede.
De repente surge un libro llamado Mi amistad con Dios. ¿Qué podrá significar esto? ¿Cómo puede ser? ¿Será posible que Dios no sea el santo justiciero después de todo? ¿O tal vez que los bebés que no fueron bautizados realmente sí van al cielo? ¿Será que usar un velo o inclinarse hacia el este, permanecer célibe o abstenerse de comer cerdo son situaciones que no tienen que ver con nada? ¿Quizás sea que Alá nos ama sin condición? ¿O que Jehová nos elegirá a todos para que estemos con Él cuando se aproximen los días de gloria? Pero fundamentalmente y de mayor transcendencia, ¿es factible que no debiéramos referirnos a Dios como “Él”, después de todo? ¿Dios será mujer? O, aún más increíble, ¿no tenga género? Para una persona educada como yo inclusive tener tales pensamientos se considera un pecado. Sin embargo, debemos pensar en esto. Debemos desafiarlo. Nuestra fe ciega nos ha conducido hacia un callejón sin salida.
La raza humana no ha progresado mucho durante los últimos dos mil años en términos de evolución espiritual. Hemos escuchado a maestro tras maestro, lección tras lección, y aún exhibimos las mismas conductas que le han causado miseria a nuestra especie desde el comienzo de los tiempos. Aún asesinamos a nuestro género; dirigimos nuestro mundo por medio de la fuerza y la avaricia; reprimimos sexualmente a nuestra sociedad; maltratamos y damos una educación deficiente a nuestros niños, además de ignorar el sufrimiento, y de hecho, crearlo es peor.
Han transcurrido dos mil años desde el nacimiento de Cristo, dos mil quinientos años desde los tiempos de Buda y más desde que apareció Confucio o la sabiduría del Tao, y aún no hemos dilucidados las respuestas a las preguntas principales. ¿Habrá alguna vez una forma de convertir las respuestas que ya hemos recibido en algo digno de usar, algo que funcione en nuestras vidas cotidianas. Creo que sí la hay. Y me siento bastante seguro al respecto, porque es algo que he discutido bastante en mis conversaciones con Dios.
Las preguntas que me han formulado con más frecuencia son: “¿cómo sabes que realmente has hablado con Dios?, ¿cómo sabes que no es tu imaginación?, ¿o peor aún: el diablo tratando de engañarte?”
La segunda pregunta que más me formulan es: ¿por qué tú?, ¿por qué Dios te eligió a ti?
Y la tercera: “desde que esto ocurrió, ¿cómo ha cambiado tu vida?, ¿cómo han cambiado las cosas?”
~Película PK, una parodia al negocio del temor que promueven todas las religiones inconscientes:
El otro dia vi con mi pareja, una película sublime que explica muy bien lo que son las religiones en este planeta.
La historia de la película es que un alienbuen visita nuestro planeta, y acaba viviendo en la India, en una zona muy religiosa en la que se practican varias religiones. El alien en búsqueda del Dios enes la Tierra, acaba comprendiendo que los humanos habían inventado un Dios ficticio para fomentar un negocio basado en el miedo, y el acaba comprendiendo el verdadero significado de la palabra Dios.
Os dejo la película completa, que la disfrutéis y reflexioneis sobre vuestro temor a Dios y de donde os viene:
~El soñador del sueño UCDM:
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1. El soñador del sueño sin debates, sólo estudio:
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2. El soñador del sueño con debate, grupo de conciencia muy activo:
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