jueves, 24 de octubre de 2019

Manual para el maestro 16. ¿Cómo debe pasar el día el maestro de Dios?


*Manual para el maestro 16. ¿Cómo debe pasar el día el maestro de Dios?*

1. Para  un maestro de  Dios  avanzado esta  pregunta  es  irrelevante.  No tiene  un programa  fijo,  pues las  lecciones  cambian de  día  en día.  Pero el  maestro de  Dios  está  seguro de  una  sola  cosa:  las lecciones  no cambian al  azar.  Al  darse  cuenta  de  esto  y entender  que  es  verdad,  el  maestro  descansa contento. Se  le  dirá  cuál  ha  de  ser su papel, hoy,  mañana  y siempre.  Y  aquellos  que  compartan  ese papel  con él  le  encontrarán  para  que  juntos  puedan aprender las  lecciones  de  ese  día.  Nadie  de  quien él  tenga  necesidad  estará  ausente;  no se  le  enviará  nadie  que  no tenga  un objetivo de  aprendizaje  ya establecido  y que  pueda  aprender ese  mismo día.  Para  el  maestro  de  Dios  avanzado esta  pregunta es, por consiguiente,  superflua.  Ya  la  planteó y ya  se  le  contestó,  y él  se  mantiene  en continuo contacto  con la  Respuesta.  Ya  lo  tiene  todo, y ve  desplegarse  ante  él  -seguro y libre  de  obstáculos- el  camino que  tiene  que  recorrer. 

2. ¿Pero  qué  ocurre  con  aquellos  que  todavía  no han alcanzado  la  certidumbre  que  él  posee?  Ésos aún  no están listos  para  una  falta  de  estructura  así. ¿Qué  es  lo que  tienen  que  hacer  para  aprender  a entregarle  el  día  a  Dios?  Hay algunas  reglas  generales  a  seguir,  aunque  cada  cual  debe  usarlas  a  su manera como mejor pueda. Las rutinas, como tales, son peligrosas porque se pueden convertir fácilmente en dioses por derecho propio y amenazar los mismos objetivos para las que fueron establecidas. Se puede decir, por lo tanto, que, en términos generales, es mejor comenzar el día bien. Siempre es posible, no obstante, comenzar de nuevo, si no se comenzó debidamente. Con todo, es obviamente ventajoso comenzarlo bien y de esta manera ahorrar tiempo. 

3. En un principio, es aconsejable pensar en función del tiempo. Aunque éste no es de ningún modo el criterio esencial, probablemente es el más fácil de observar al principio. Inicialmente se hace hincapié en ahorrar tiempo, que si bien sigue siendo importante a lo largo de todo el proceso de aprendizaje, se recalcará cada vez menos. De entrada, podemos decir con seguridad que el tiempo que se dedica a comenzar bien el día ciertamente ahorra tiempo. ¿Cuánto tiempo debe emplearse en ello? Eso depende del mismo maestro de Dios, quien no puede adjudicarse a sí mismo ese título hasta que haya completado el libro de ejercicios, ya que estamos aprendiendo dentro del marco de este curso. Después de haber finalizado las sesiones de práctica más estructuradas contenidas en el libro de ejercicios, la necesidad individual será el factor determinante. 

4. Este curso es siempre práctico. Puede ser que el maestro de Dios no se encuentre en una situación que sea conducente a pasar unos minutos en un estado de quietud nada más despertarse. Si ése es el caso, que recuerde tan sólo que su elección es pasar un rato con Dios lo antes posible, y que lo haga. La cantidad de tiempo que dedique a ello no es lo más importante. Uno puede fácilmente pasarse una hora sentado inmóvil con los ojos cerrados y no lograr nada. O bien puede, con igual facilidad, dedicarle a Dios sólo un instante, y en ese instante unirse a Él completamente. Quizá la única generalización que puede hacerse al respecto es la siguiente: dedica un rato lo antes posible después de despertarte a estar en silencio, y continúa durante uno o dos minutos más después de que haya comenzado a resultarte difícil. Probablemente descubrirás que la dificultad disminuye y desaparece. En caso de no ser así, ése es el momento de parar. 

5. Por la noche se debe seguir el mismo procedimiento. Tal vez tu período de sosiego deba ser temprano en la noche, si no te es posible hacerlo inmediatamente antes de irte a dormir. No debes hacerlo acostado. Es mejor estar sentado, en cualquier postura que prefieras. Habiendo completado el libro de ejercicios, seguramente habrás llegado a algunas conclusiones al respecto. Si te es posible, un momento apropiado para dedicárselo a Dios es justo antes de irte a dormir. Esto pone a tu mente en un estado de reposo y te aparta del miedo. Si te resulta más conveniente hacerlo más temprano, asegúrate al menos de no olvidarte pasar un rato -aunque sólo sea un momento- en el que cierras los ojos y piensas en Dios. 

6. Hay un pensamiento en particular que debe recordarse a lo largo del día. Es un pensamiento de pura dicha, de paz; de liberación ilimitada; ilimitada porque todas las cosas se liberan dentro de él. Crees que has construido un lugar seguro para ti mismo. Crees que has forjado un poder que te puede salvar de todas las cosas aterradoras que ves en sueños. Pero no es así. Tu seguridad no reside ahí. A lo que renuncias es simplemente a la ilusión de que puedes proteger tus ilusiones. Ése es tu temor y sólo ése. ¡Qué insensatez estar atemorizado por nada! ¡Nada en absoluto! Tus defensas son inservibles, mas tú no estás en peligro. No tienes ninguna necesidad de ellas. Reconoce esto y desaparecerán. Y sólo entonces aceptarás tu verdadera protección. 

7. ¡Cuán fácil y tranquilamente transcurre el tiempo para el maestro de Dios que ha aceptado Su protección! Todo lo que antes hacía en nombre de su propia seguridad ha dejado de interesarle, puesto que está a salvo y sabe que lo está. Tiene un Guía que no le ha de fallar. No es necesario que haga distinciones entre los problemas que percibe porque Aquel a Quien acude reconoce que no hay grados de dificultad en su resolución. Está tan a salvo en el presente como lo estaba antes de que su mente aceptase las ilusiones, y como lo estará cuando las haya abandonado. Su estado no cambia con la ocasión o con el lugar porque todas las ocasiones y todos los lugares son uno para Dios. En esto reside su seguridad. No tiene necesidad de nada más. 

8. Con todo, habrá tentaciones a lo largo del camino que al maestro de Dios aún le queda por recorrer y tendrá necesidad de recordarse a sí mismo durante el transcurso del día que está protegido. ¿Cómo puede hacer eso, especialmente en los momentos en que su mente esté ocupada con cosas externas? Lo único que puede hacer es intentarlo y su éxito dependerá de la convicción que tenga de que va a triunfar. Deberá tener absoluta certeza de que su éxito no procede de él, pero que se le dará en cualquier momento, lugar o circunstancia que lo pida. Habrá ocasiones en que su certeza flaqueará y, en el momento en que esto ocurra el maestro de Dios volverá a tratar, como antes, de depender únicamente de sí mismo. No olvides que eso es magia y la magia es un pobre substituto de la verdadera ayuda. No es suficientemente buena para el maestro de Dios porque no es suficientemente buena para el Hijo de Dios. 

9. Evitar la magia es evitar la tentación. Pues toda tentación no es más que el intento de substituir la Voluntad de Dios por otra. Estos intentos pueden parecer ciertamente aterradores, pero son simplemente patéticos. No pueden tener efectos, ya sean buenos o malos, sanadores o destructivos, tranquilizadores o aterradores, gratificantes o que exijan sacrificio. Cuando el maestro de Dios reconozca que la magia simplemente no es nada, habrá alcanzado el estado más avanzado. Todas las lecciones intermedias no hacen sino conducirle a ese estado y facilitar el que este objetivo esté más cerca de reconocerse. Pues cualquier tipo de magia -sea cual sea su forma- es simplemente impotente. Su impotencia explica por qué es tan fácil escaparse de ella. Es imposible que lo que no tiene efectos pueda aterrorizar. 

10. No hay nada que pueda substituir a la Voluntad de Dios. Dicho llanamente, a este hecho es al que el maestro de Dios dedica su día. Cualquier otro substituto que acepte como real, tan sólo puede engañarle. Mas está a salvo de cualquier engaño si así lo decide. Quizá necesite recordar: "Dios está conmigo. No puedo ser engañado". Quizá prefiera usar otras palabras, o sólo una, o ninguna. En cualquier caso, debe abandonar toda tentación de aceptar la magia como algo verdadero, y reconocer que no sólo no es aterradora, ni pecaminosa, ni peligrosa, sino que simplemente no significa nada. Al estar arraigada en el sacrificio y la separación -que no son más que dos aspectos de un mismo error- el maestro de Dios elige simplemente renunciar a todo lo que nunca tuvo. Y a cambio de ese "sacrificio", se le restaura el Cielo en su conciencia. 

11. ¿No te gustaría un intercambio así? El mundo lo haría gustosamente si supiera que se puede hacer. Los maestros de Dios son los que deben enseñarle que sí se puede. Y, por lo tanto, su función es asegurarse de que ellos mismos lo hayan aprendido. No hay otro riesgo durante el día, excepto el de poner tu confianza en la magia, pues sólo eso conduce al dolor. "No hay más voluntad que la de Dios." Sus maestros saben que esto es así y han aprendido que todo lo demás es magia. Lo que mantiene viva la creencia en la magia es la ilusión simplista de que la magia da resultado. Los maestros de Dios deben aprender a detectar las diversas formas de magia a lo largo de todo su entrenamiento, cada día y cada hora, e incluso cada minuto y cada segundo, y a percibir el hecho de que no significan nada. Cuando se las deja de temer, desaparecen. Y así se vuelve a abrir la puerta del Cielo, y su luz puede volver a irradiar sobre la mente que se encuentra en paz. 

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