jueves, 25 de abril de 2019

T15. X. La hora del renacer


*T15. X. La hora del renacer* 


1. Mientras  estés  en el  tiempo, tendrás  el  poder de  demorar la  perfecta  unión  que  existe  entre  Padre e  Hijo. Pues  en este  mundo,  la  atracción  de  la  culpabilidad  se  interpone  entre  ellos. En  la  eternidad, ni  el  tiempo ni  las  estaciones  del  año tienen significado alguno.  Pero aquí, la  función  del  Espíritu Santo  es  valerse  de  ambas  cosas, mas  no como  lo hace  el  ego.  Ésta  es  la  temporada  en la  que  se celebra  mi  nacimiento en  el  mundo.  Mas  no sabes  cómo  celebrarlo. Deja  que  el  Espíritu  Santo te enseñe,  y déjame  celebrar tu  nacimiento  a  través  de  Él.  El  único  regalo  que  puedo aceptar de  ti  es  el regalo que  yo te  hice.  Libérame  tal  como yo elijo liberarte  a  ti.  Celebramos  la  hora  de  Cristo juntos, pues  ésta  no significa  nada  si  estamos  separados.

2. El  instante  santo es  verdaderamente  la  hora  de  Cristo. Pues  en ese  instante  liberador, no se  culpa al  Hijo de  Dios  por nada  y, de  esta  manera,  se  le  restituye  su poder ilimitado. ¿Qué  otro regalo puedes  ofrecerme  cuando yo elijo  ofrecerte  sólo éste?  Verme  a  mí  es  verme  en todo  el  mundo  y ofrecerles  a  todos  el  regalo  que  me  ofreces  a  mí. Soy tan incapaz  de  recibir sacrificios  como  lo es Dios, y todo sacrificio  que  te  exiges  a  ti  mismo  me  lo  exiges  a  mí  también. Debes  reconocer que cualquier  clase  de  sacrificio no es  sino una  limitación  que  se  le  impone  al  acto  de  dar.  Y  mediante esa  limitación  limitas  la  aceptación del  regalo que  yo te  ofrezco.

3. Nosotros  que  somos  uno, no podemos  dar por separado. Cuando  estés  dispuesto a  reconocer que nuestra  relación es  real,  la  culpabilidad  dejará  de  ejercer atracción  sobre  ti.  Pues  en nuestra  unión aceptarás  a  todos  nuestros  hermanos. Nací  con el  solo  propósito  de  dar el  regalo  de  la  unión. Dámelo a  mí, para  que  así  puedas  disponer de  él. La  hora  de  Cristo  es  la  hora  señalada  para  el regalo de  la  libertad que  se  le  ofrece  a  todo  el  mundo.  Y  al  tú aceptarla,  se  la  ofreces  a  todos.

4. En  tus  manos  está  hacer que  esta  época  del  año sea  santa, pues  en tus  manos  está  hacer  que  la hora  de  Cristo tenga  lugar  ahora. Es  posible  hacer esto  de  inmediato,  pues  lo único  que  ello  requiere es  un cambio de  percepción,  ya  que  únicamente  cometiste  un error.  Parecen  haber sido muchos, pero  todos  ellos  son en realidad el  mismo.  Pues  aunque  el  ego  se  manifiesta  de  muchas  formas, es siempre  la  expresión de  una  misma  idea:  lo que  no es  amor  es  siempre  miedo,  y nada  más  que miedo.

5. No es  necesario  seguir al  miedo  por todas  las  tortuosas  rutas  subterráneas  en  las  que  se  oculta  en la  obscuridad, para  luego emerger en  formas  muy diferentes  de  lo  que  es. Pero sí  es  necesario examinar  cada  una  de  ellas  mientras  aún conserves  el  principio que  las  gobierna  a  todas. Cuando estés dispuesto a considerarlas, no como manifestaciones independientes, sino como diferentes expresiones de una misma idea, la cual ya no deseas, desaparecerán al unísono. La idea es simplemente ésta: crees que es posible ser anfitrión del ego o rehén de Dios. Éstas son las opciones que crees tener ante ti, y crees asimismo que tu decisión tiene que ser entre una y otra. No ves otras alternativas, pues no puedes aceptar el hecho de que el sacrificio no aporta nada. El sacrificio es un elemento tan esencial en tu sistema de pensamiento, que la idea de salvación sin tener que hacer algún sacrificio no significa nada para ti. Tu confusión entre lo que es el sacrificio y lo que es el amor es tan aguda que te resulta imposible concebir el amor sin sacrificio. Y de lo que debes darte cuenta es de lo siguiente: el sacrificio no es amor, sino ataque. Sólo con que aceptases esta idea, tu miedo al amor desaparecería. Una vez que se ha eliminado la idea del sacrificio ya no podrá seguir habiendo culpabilidad. Pues si hay sacrificio, alguien siempre tiene que pagar para que alguien gane. Y la única cuestión pendiente es a qué precio y a cambio de qué.

6. Como anfitrión del ego, crees que puedes descargar toda tu culpabilidad siempre que así lo desees, y de esta manera comprar paz. Y no pareces ser tú el que paga. Y aunque si bien es obvio que el ego exige un pago, nunca parece que es a ti a quien se lo exige. No estás dispuesto a reconocer que el ego, a quien tú invitaste, traiciona únicamente a los que creen ser su anfitrión. El ego nunca te permitirá percibir esto, ya que este reconocimiento lo dejaría sin hogar. Pues cuando este reconocimiento alboree claramente, ninguna apariencia que el ego adopte para ocultarse de tu vista te podrá engañar. Toda apariencia será reconocida tan sólo como una máscara de la única idea que se oculta tras todas ellas: que el amor exige sacrificio, y es, por lo tanto, inseparable del ataque y del miedo. Y que la culpabilidad es el costo del amor, el cual tiene que pagarse con miedo.

7. ¡Cuán temible, pues, se ha vuelto Dios para ti! ¡Y cuán grande es el sacrificio que crees que exige Su amor! Pues amar totalmente supondría un sacrificio total. Y de este modo, el ego parece exigirte menos que Dios, y de entre estos dos males lo consideras el menor: a uno de ellos tal vez se le deba temer un poco, pero al otro, a ése hay que destruirlo. Pues consideras que el amor es destructivo, y lo único que te preguntas es: ¿quién va a ser destruido, tú u otro? Buscas la respuesta a esta pregunta en tus relaciones especiales, en las que en parte pareces ser destructor y en parte destruido, aunque incapaz de ser una u otra cosa completamente. Y crees que esto te salva de Dios, Cuyo absoluto Amor te destruiría completamente.

8. Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y únicamente de ti mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. El verdadero costo de no aceptar este hecho ha sido tan grande que, antes que mirarlo de frente, has preferido renunciar a Dios. Pues si Dios te exigiese un sacrificio total, parecería menos peligroso proyectarlo a Él al exterior y alejarlo de ti, que ser Su anfitrión. A Él le atribuiste la traición del ego, e invitaste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiese de Él. Y no te das cuenta de que a lo que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que exige que te sacrifiques totalmente. Ningún sacrificio parcial puede aplacar a este cruel invitado, pues es un invasor que tan sólo aparenta ser bondadoso, pero siempre con vistas a hacer que el sacrificio sea total.

9. No lograrás ser un rehén parcial del ego, pues él no cumple sus promesas y te desposeerá de todo. Tampoco puedes ser su anfitrión sólo en parte. Tienes que elegir entre la libertad absoluta y la esclavitud absoluta, pues éstas son las únicas alternativas que existen. Has intentado transigir miles de veces a fin de evitar reconocer la única alternativa por la que te tienes que decidir. Sin embargo, reconocer esta alternativa tal como es, es lo que hace que elegirla sea tan fácil. La salvación es simple, por ser de Dios, y es, por lo tanto, muy fácil de entender. No trates de proyectarla y verla como algo que se encuentra en el exterior. En ti se encuentran tanto la pregunta como la respuesta; lo que te exige sacrificio así como la paz de Dios.

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