jueves, 25 de abril de 2019

T15. IX. El instante santo y la atracción de Dios


*T15. IX. El  instante santo y la atracción de Dios*

1.  Tal  como el  ego quiere  que  la  percepción  que  tienes  de  tus  hermanos  se  limite  a  sus  cuerpos, de igual  modo  el  Espíritu Santo quiere  liberar tu  visión para  que  puedas  ver los  Grandes  Rayos  que refulgen desde  ellos, los  cuales  son tan  ilimitados  que  llegan hasta  Dios. Este  cambio de  la percepción  a  la  visión  es  lo que  se  logra  en el  instante  santo. Mas  es  necesario  que  aprendas exactamente  lo que  dicho  cambio entraña, para  que  por fin llegues  a  estar  dispuesto a  hacer que  sea permanente.  Una  vez  que  estés  dispuesto, esta  visión no te  abandonará  nunca,  pues  es  permanente. Cuando  la  hayas  aceptado  como la  única  percepción  que  deseas, se  convertirá  en conocimiento debido  al  papel  que  Dios  Mismo desempeña  en la  Expiación,  pues  es  el  único  paso en  ella  que  Él entiende.  Esto, por lo tanto, no se  hará  de  esperar una  vez  que  estés  listo para  ello.  Dios  ya  está listo;  tú  no.

2. Nuestra  tarea  consiste  en continuar,  lo más  rápidamente  posible,  el  ineludible  proceso de  hacer frente  a  cualquier  interferencia  y de  verlas  a  todas  exactamente  como lo  que  son. Pues  es  imposible que  reconozcas  que  lo que  crees  que  quieres  no te  ofrece  absolutamente  ninguna  gratificación.  El cuerpo  es  el  símbolo  del  ego, tal  como el  ego es  el  símbolo de  la  separación.  Y  ambos  no son más que  intentos  de  entorpecer la  comunicación  y, por lo tanto, de  imposibilitarla. Pues  la  comunicación tiene  que  ser ilimitada  para  que  tenga  significado,  ya  que  sino tuviese  significado te  dejaría insatisfecho. La  comunicación  sigue  siendo, sin embargo, el  único medio por el  que  puedes  entablar auténticas  relaciones, que  al  haber  sido establecidas  por Dios, son ilimitadas.

3. En  el  instante  santo,  en el  que  los  Grandes  Rayos  reemplazan al  cuerpo en  tu conciencia,  se  te concede  poder  reconocer  lo que  son las  relaciones  ilimitadas.  Mas  para  ver esto, es  necesario renunciar a  todos  los  usos  que  el  ego hace  del  cuerpo  y aceptar el  hecho de  que  el  ego  no tiene ningún  propósito  que  tú  quieras  compartir  con él. Pues  el  ego quiere  reducir  a  todo el  mundo a  un cuerpo  para  sus  propios  fines, y mientras  tú creas  que  el  ego tiene  algún  fin, elegirás  utilizar  los medios  por los  que  él  trata  de  que  su fin se  haga  realidad. Mas  esto nunca  tendrá  lugar. Sin embargo,  debes  haberte  dado cuenta  de  que  el  ego, cuyos  objetivos  son absolutamente inalcanzables, luchará  por conseguirlos  con todas  sus  fuerzas, y lo  hará  con la  fortaleza  que  tú le  has prestado.

4. Es  imposible  dividir  tu fuerza  entre  el  Cielo  y el  infierno, o entre  Dios  y el  ego, y liberar  el  poder que  se  te  dio para  crear,  que  es  para  lo  único que  se  te  dio. El  amor  siempre  producirá  expansión.  El ego  es  el  que  exige  límites, y éstos  representan  sus  exigencias  de  querer empequeñecer  e incapacitar.  Si  te  limitas  a  ver  a  tu hermano como  un cuerpo, que  es  lo  que  harás  mientras  no quieras  liberarlo del  mismo,  habrás  rechazado  el  regalo que  él  te  puede  hacer. Su cuerpo  es  incapaz de  dártelo,  y tú no debes  buscarlo  a  través  del  tuyo. Entre  vuestras  mentes, no obstante  ya  existe continuidad,  y lo único  que  es  necesario  es  que  se  acepte  su unión para  que  la  soledad desaparezca del  Cielo.

5. Sólo con  que  le  permitieses  al  Espíritu Santo  hablarte  del  Amor que  Dios  te  profesa  y de  la necesidad que  tienen  tus  creaciones  de  estar  contigo  para  siempre,  experimentarías  la  atracción de lo  eterno. Nadie  puede  oír  al  Espíritu Santo  hablar  de  esto y seguir estando  dispuesto a  demorarse aquí  por mucho más  tiempo.  Pues  tu voluntad  es  estar en  el  Cielo, donde  no te  falta  nada  y donde  te sientes  en paz,  en relaciones  tan  seguras  y amorosas  que  es  imposible  que  en  ellas  haya  límite alguno.  ¿No desearías  intercambiar  tus  irrisorias  relaciones  por esto?  Pues  el  cuerpo  es insignificante  y limitado, y sólo aquellos  que  desees  ver  libres  de  los  límites  que  el  ego quisiera imponer sobre  ellos, pueden ofrecerte  el  regalo  de  la  libertad.

6. No tienes la menor idea de los límites que le has impuesto a tu percepción ni de toda la belleza que podrías ver. Pero recuerda esto: la atracción de la culpabilidad es lo opuesto a la atracción de Dios. La atracción que Dios siente por ti sigue siendo ilimitada, pero puesto que tu poder es el Suyo, y, por lo tanto, tan grande como el de Él, puedes darle la espalda al amor. La importancia que le das a la culpabilidad se la quitas a Dios. Y tu visión se torna débil, tenue y limitada, pues has tratado de separar al Padre del Hijo y de limitar su comunicación. No busques la Expiación en mayor separación, ni limites tu visión del Hijo de Dios a lo que interfiere en su liberación y a lo que el Espíritu Santo tiene que deshacer para liberarlo. Pues es su propia creencia en la limitación lo que lo ha aprisionado.

7. Cuando el cuerpo deje de atraerte y ya no le concedas ningún valor como medio de obtener algo, dejará de haber entonces interferencia en la comunicación y tus pensamientos serán tan libres como los de Dios. A medida que le permitas al Espíritu Santo enseñarte a utilizar el cuerpo sólo como un medio de comunicación y dejes de valerte de él para fomentar la separación y el ataque, que es la función que el ego le ha asignado, aprenderás que no tienes necesidad del cuerpo en absoluto. En el instante santo no hay cuerpos, y lo único que se experimenta es la atracción de Dios. Al aceptarla como algo completamente indiviso te unes a Él por completo en un instante, pues no quieres imponer ningún límite en tu unión con Él. La realidad de esta relación se convierte en la única verdad que jamás podrías desear. Toda verdad reside en ella.

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