miércoles, 24 de abril de 2019

T15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza


*T15. III. La pequeñez en contraposición a la grandeza*

1. No te contentes con la pequeñez. Pero asegúrate de que entiendes lo que es, así como también la razón por la que jamás podrías sentirte satisfecho con ella. La pequeñez es la ofrenda que te haces a ti mismo. La ofreces y la aceptas en lugar de la grandeza. En este mundo no hay nada que tenga valor porque es un mundo que procede de la pequeñez, de acuerdo con la extraña creencia de que la pequeñez puede satisfacerte. Cuando te lanzas en pos de cualquier cosa en este mundo creyendo que te ha de brindar paz, estás empequeñeciéndote y cegándote a la gloria. La pequeñez y la gloria son las únicas alternativas de que dispones para dedicarles todos tus esfuerzos y toda tu vigilancia. Y siempre elegirás una a expensas de la otra.

2. Sin embargo, de lo que no te das cuenta cada vez que eliges, es de que tu elección es tu evaluación de ti mismo. Opta por la pequeñez y no tendrás paz, pues habrás juzgado que eres indigno de ella. Y cualquier cosa que ofrezcas como substituto será un regalo de tan poco valor que te dejará insatisfecho. Es esencial que aceptes el hecho -y que lo aceptes gustosamente- de que ninguna clase de pequeñez podrá jamás satisfacerte. Eres libre de probar cuantas quieras, pero lo único que estarás haciendo es demorar tu retorno al hogar. Pues sólo en la grandeza, que es tu hogar, podrás sentirte satisfecho.

3. Tienes una gran responsabilidad para contigo mismo, y es una responsabilidad que tienes que aprender a recordar en todo momento. Al principio, la lección tal vez te parezca difícil, pero aprenderás a amarla cuando te des cuenta de que es verdad y de que no es más que un tributo a tu poder. Tú que has encontrado la pequeñez que buscabas, recuerda esto: cada decisión que tomas procede de lo que crees ser, y representa el valor que te atribuyes a ti mismo. Si crees que lo que no tiene valor puede satisfacerte, no podrás sentirte satisfecho, pues te habrás limitado a ti mismo. Tu función no es insignificante, y sólo podrás escaparte de la pequeñez hallando tu función y desempeñándola.

4. No hay duda acerca de cuál es tu función, pues el Espíritu Santo sabe cuál es. No hay duda acerca de la grandeza de esa función, pues te llega a través de Él desde la Grandeza. No tienes que esforzarte por alcanzarla, puesto que ya dispones de ella. Mas debes canalizar todos tus esfuerzos contra la pequeñez, pues para proteger tu grandeza en este mundo es preciso mantenerse alerta. Mantenerse continuamente consciente de la propia grandeza en un mundo en el que reina la pequeñez es una tarea que los que se menosprecian a sí mismos no pueden llevar a cabo. Sin embargo, se te pide que lo hagas como tributo a tu grandeza y no a tu pequeñez. No se te pide que lo hagas solo. El poder de Dios respaldará cada esfuerzo que hagas en nombre de Su amado Hijo. Ve en pos de la pequeñez, y te estarás negando a ti mismo Su poder. Dios no está dispuesto a que Su Hijo se sienta satisfecho con nada que no sea la totalidad. Pues Él no se siente satisfecho sin Su Hijo y Su Hijo no puede sentirse satisfecho con menos de lo que Su Padre le dio.

5. Anteriormente te pregunté: "¿Qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de Dios?" Deja que el Espíritu Santo te haga esa pregunta cada vez que tengas que tomar una decisión. Pues cada decisión que  tomas  la  contesta,  y, por lo tanto, le  abre  las  puertas  a  la  tristeza  o a  la  dicha.  Cuando Dios  se dio  a  Sí  Mismo a  ti  en tu creación,  te  estableció como  Su anfitrión  para  siempre.  Él  no te  ha abandonado, ni  tú  lo has  abandonado  a  Él.  Todos  tus  intentos  de  negar  Su grandeza, y de  hacer de Su Hijo un rehén  del  ego,  no pueden empequeñecer a  aquel  a  quien  Dios  ha  unido a  Sí  Mismo. Cada  decisión  que  tomas  es  o bien  en favor del  Cielo  o bien  en favor del  infierno,  y te  brinda  la conciencia  de  la  alternativa  que  hayas  elegido.

6. El  Espíritu  Santo puede  mantener tu  grandeza  en tu mente  a  salvo  de  toda  pequeñez,  con perfecta claridad  y seguridad, y sin dejar que  se  vea  afectada  por los  miserables  regalos  que  el  mundo de  la pequeñez  desea  ofrecerte. Pero para  que  el  Espíritu Santo  pueda  hacer  esto, no debes  oponerte  a  lo que  Él  dispone  para  ti.  Decídete  en favor de  Dios  por medio de  Él. Pues  la  pequeñez  y la  creencia de  que  ésta  te  puede  satisfacer,  son decisiones  que  tomas  con respecto  a  ti  mismo. El  poder y la gloria  que  hay  en ti  procedentes  de  Dios  son para  todos  los  que, como  tú, se  consideran  indignos  y creen que  la  pequeñez  puede  expandirse  hasta  convertirse  en una  sensación  de  grandeza  que  los pueda  satisfacer. No des  ni  aceptes  pequeñez. El  anfitrión  de  Dios  es  digno de  todo  honor.  Tu pequeñez  te  engaña,  pero tu grandeza  emana  de  Aquel  que  mora  en ti,  y en Quien tú  moras. En el Nombre  de  Cristo, el  eterno  Anfitrión  de  Su Padre, no toques  a  nadie  con la  idea  de  la  pequeñez.

7. En  esta  temporada  (Navidad) en la  que  se  celebra  el  nacimiento de  la  santidad  en este  mundo, únete  a  mí  que  me  decidí  en favor  de  la  santidad en tu  nombre. Nuestra  tarea  conjunta  consiste  en restaurar la  conciencia  de  grandeza  en aquel  que  Dios  designó como  Su anfitrión.  Dar el  don de Dios  está  más  allá  de  tu pequeñez, pero  no más  allá  de  ti. Pues  Dios  quiere  darse  a  Sí  Mismo  a través  de  ti.  Él  se  extiende  a  Sí  Mismo desde  ti  hacia  todo el  mundo, y más  allá  de  todo el  mundo hasta  las  creaciones  de  Su Hijo  sin abandonarte.  Él  se  extiende  eternamente  mucho  más  allá  de  tu insignificante  mundo,  aunque  sin dejar de  estar  en ti.  No obstante, Él  te  ofrece  todas  Sus extensiones  a  ti,  puesto que  eres  Su anfitrión.

8. ¿Es  acaso un sacrificio dejar atrás  la  pequeñez  y dejar de  deambular  en vano?  Despertar  a  la gloria  no es  un sacrificio.  Pero sí  es  un sacrificio  aceptar cualquier  cosa  que  no sea  la  gloria.  Trata de  aprender que  no puedes  sino ser digno del  Príncipe  de  la  Paz,  nacido en  ti  en  honor de  Aquel  de Quien  eres  anfitrión.  Desconoces  el  significado  del  amor  porque  has  intentado  comprarlo  con baratijas, valorándolo  así  demasiado poco como para  poder comprender  su grandeza.  El  amor  no es insignificante, y mora  en ti  que  eres  el  anfitrión de  Dios.  Ante  la  grandeza  que  reside  en ti,  la  poca estima  en  que  te  tienes  a  ti  mismo  y todas  las  pequeñas  ofrendas  que  haces, se  desvanecen  en la nada.

9. Bendita  criatura  de  Dios, ¿cuándo  vas  a  aprender que  sólo  la  santidad puede  hacerte  feliz  y darte paz?  Recuerda  que  no aprendes  únicamente  para  ti,  de  la  misma  manera  en que  yo, tampoco lo  hice. Tú  puedes  aprender  de  mí  únicamente  porque  yo aprendí  por ti.  Tan sólo deseo enseñarte  lo  que  ya es  tuyo,  para  que  juntos  podamos  reemplazar  la  miserable  pequeñez  que  mantiene  al  anfitrión  de Dios  cautivo de  la  culpabilidad y la  debilidad, por la  gozosa  conciencia  de  la  gloria  que  mora  en  él. Mi  nacimiento en  ti  es  tu  despertar a  la  grandeza. No me  des  la  bienvenida  en  un pesebre,  sino en el altar de  la  santidad, en el  que  la  santidad  mora  en perfecta  paz. Mi  Reino  no es  de  este  mundo, puesto  que  está  en  ti.  Y  tú eres  de  tu Padre. Unámonos  en honor a  ti, que  no puedes  sino permanecer para  siempre  más  allá  de  la  pequeñez.

10. Decide  como  yo que  decidí  morar  contigo.  Mi  voluntad dispone  lo mismo  que  la  de  mi  Padre, pues  sé  que  Su  Voluntad  no varía  y que  se  encuentra  eternamente  en paz  consigo  misma. Nada  que no sea  Su  Voluntad podrá  jamás  satisfacerte.  No aceptes  menos  y recuerda  que  todo lo  que  aprendí es  tuyo.  Yo amo lo  que  mi  Padre  ama  tal  como Él  lo hace,  y no puedo aceptar que  sea  lo que  no es, de  la  misma  manera  en que  Él  tampoco puede  hacerlo. Cuando hayas  aprendido a  aceptar  lo que eres, no inventarás  otros  regalos  para  ofrecértelos  a  ti  mismo, pues  sabrás  que  eres  íntegro,  que  no tienes  necesidad de  nada  y que  eres  incapaz  de  aceptar nada  para  ti.  Y  habiendo recibido,  darás gustosamente. El  anfitrión de  Dios  no tiene  que  ir en pos  de  nada,  pues  no hay nada  que  él  tenga que  encontrar.

11. Si estás completamente dispuesto a dejar que la salvación se lleve a cabo de acuerdo con el plan de Dios y te niegas a tratar de obtener la paz por tu cuenta, alcanzarás la salvación. Mas no pienses que puedes substituir tu plan por el Suyo. En vez de eso, únete a mí en el Suyo para que juntos podamos liberar a todos aquellos que prefieren permanecer cautivos, y proclamar que el Hijo de Dios es Su anfitrión. Así pues, no dejaremos que nadie se olvide de lo que tú quieres recordar, y de este modo, lo recordarás.

12. Evoca en todos únicamente el recuerdo de Dios y el del Cielo que mora en ellos. Allí donde desees que tu hermano esté, allí creerás estar tú. No respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino sólo a su llamamiento a la grandeza y al Cielo. No te olvides de que su llamamiento es el tuyo y contéstale junto conmigo. El poder de Dios está a favor de Su anfitrión eternamente, pues su único cometido es proteger la paz en la que Él mora. No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su santo altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo por razón de lo que le es dado.

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