lunes, 22 de abril de 2019

T13. X. Tu liberación de la culpabilidad


*T13. X. Tu liberación de la culpabilidad*

1. Estás  acostumbrado  a  la  noción de  que  la  mente  puede  ver la  fuente  del  dolor donde  ésta  no está. El  dudoso servicio de  tal  desplazamiento  es  ocultar  la  verdadera  fuente  de  la  culpabilidad y mantener  fuera  de  tu  conciencia  la  percepción  plena  de  que  dicha  noción es  demente.  El desplazamiento  siempre  se  perpetúa  mediante  la  ilusión de  que  la  fuente  de  la  culpabilidad, de  la cual  se  desvía  la  atención,  tiene  que  ser verdad;  y no puede  sino ser temible,  o, de  lo  contrario,  no habrías  desplazado  la  culpabilidad hacia  lo que  creíste  que  era  menos  temible. Estás  dispuesto,  por consiguiente,  a  mirar  a  toda  clase  de  "fuentes", siempre  y cuando  no sea  la  fuente  que  yace  más adentro con la  que  no guardan  relación alguna. 

2. Las  ideas  dementes  no guardan  ninguna  relación  real, pues  por eso es  por lo  que  son dementes. Ninguna  relación  real  puede  estar  basada  en la  culpabilidad ni  contener  una  sola  mancha  de culpabilidad que  mancille  su pureza. Pues  todas  las  relaciones  en las  que  la  culpabilidad ha  dejado impresa  su huella  se  usan únicamente  para  evitar a  la  persona  y evadir la  culpabilidad.  ¡Qué relaciones  tan extrañas  has  entablado para  apoyar este  extraño  propósito!  Y  te  olvidaste  de  que  las relaciones  reales  son santas, y de  que  no te  puedes  valer de  ellas  en  absoluto. Son para  el  uso exclusivo del  Espíritu  Santo, y esto es  lo  que  hace  que  sean puras. Si  descargas  tu culpabilidad sobre  ellas, el  Espíritu  Santo no puede  entonces  usarlas. Pues  al  apropiarte  para  tus  propios  fines  de lo  que  deberías  haberle  entregado  a  Él,  Él  no podrá  valerse  de  ello  para  liberarte.  Nadie  que  en cualquier  forma  que  sea  quiera  unirse  a  otro para  salvarse  él  solo, hallará  la  salvación  en esa  extraña relación.  No es  una  relación  que  se  comparta,  y, por consiguiente, no es  real. 

3. En  cualquier unión con  un hermano en  la  que  procures  descargar tu culpabilidad  sobre  él, compartirla  con  él  o percibir su culpabilidad, te  sentirás  culpable.  No hallarás  tampoco  satisfacción ni  paz  con él  porque  tu  unión con él  no es  real.  Verás  culpabilidad  en esa  relación  porque  tú mismo la  sembraste  en ella. Es  inevitable  que  quienes  experimentan  culpabilidad  traten de  desplazarla, pues  creen  en ella. Sin embargo, aunque  sufren, no buscan  la  causa  de  su sufrimiento  dentro de  sí mismos para así poder abandonarla. No pueden saber que aman, ni pueden entender lo que es amar. Su mayor preocupación es percibir la fuente de la culpabilidad fuera de sí mismos, más allá de su propio control. 

4. Cuando mantienes que eres culpable, pero que la fuente de tu culpabilidad reside en el pasado, no estás mirando en tu interior. El pasado no se encuentra en ti. Las extrañas ideas que asocias con él no tienen sentido en el presente. Dejas, no obstante, que se interpongan entre tú y tus hermanos, con quienes no entablas verdaderas relaciones en absoluto. ¿Cómo puedes esperar valerte de tus hermanos como un medio para solventar el pasado y al mismo tiempo verlos tal como realmente son? Aquellos que se valen de sus hermanos para resolver problemas que no existen no pueden encontrar la salvación. No la quisiste en el pasado. ¿Cómo puedes esperar encontrarla ahora si impones tus vanos deseos en el presente? 

5. Resuélvete, por consiguiente, a dejar de ser como has sido. No te valgas de ninguna relación para aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer cada día con cada una de ellas. Un minuto, o incluso menos, será suficiente para que te liberes del pasado y le entregues tu mente a la Expiación en paz. Cuando les puedas dar la bienvenida a todos, tal como quisieras que tu Padre te la diese a ti, dejarás de ver culpabilidad en ti mismo. Pues habrás aceptado la Expiación, la cual seguía refulgiendo en tu interior mientras soñabas con la culpabilidad, si bien no la veías porque no buscabas dentro de ti. 

6. Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías la Expiación. A la culpabilidad no le llegará su fin mientras creas que está justificada. Tienes que aprender, por lo tanto, que la culpabilidad es siempre demente y que no tiene razón de ser. El propósito del Espíritu Santo no es desvanecer la realidad. Si la culpabilidad fuese real, la Expiación no existiría. El propósito de la Expiación es desvanecer las ilusiones, no considerarlas reales y luego perdonarlas. 

7. El Espíritu Santo no conserva ilusiones en tu mente a fin de atemorizarte, ni te las enseña con miedo para mostrarte de lo que te ha salvado. Eso de lo que te ha salvado ha desaparecido. No le otorgues realidad a la culpabilidad ni veas razón alguna que la justifique. El Espíritu Santo hace lo que Dios quiere que haga, y eso es lo que siempre ha hecho. Ha visto la separación, pero sólo conoce la unión. Enseña a sanar, pero sabe también lo que es la creación. El Espíritu Santo quiere que veas y enseñes tal como Él lo hace, y a través de Él. No obstante, lo que Él sabe tú lo desconoces aunque es tuyo. 

8. Ahora se te concede poder sanar y enseñar, para dar lugar a lo que algún día será ahora, pero que de momento aún no lo es. El Hijo de Dios cree estar perdido en la culpabilidad, solo en un mundo tenebroso donde el dolor le acosa por todas partes desde el exterior. Cuando haya mirado en su interior y haya visto la radiante luz que allí se encuentra, recordará cuánto lo ama su Padre. Y le parecerá increíble que jamás hubiese podido pensar que su Padre no le amaba y que lo condenaba. En el momento en que te des cuenta de que la culpabilidad es una locura totalmente injustificada y sin ninguna razón de ser, no tendrás miedo de contemplar la Expiación y de aceptarla totalmente. 

9. Tú que has sido despiadado contigo mismo, no recuerdas el Amor de tu Padre. Y al contemplar a tus hermanos sin piedad, no recuerdas cuánto Lo amas. Tu amor por Él, no obstante, es por siempre verdadero. La perfecta pureza en la que fuiste creado se encuentra dentro de ti en paz radiante. No temas mirar a la excelsa verdad que mora en ti. Mira a través de la nube de culpabilidad que empaña tu visión, más allá de la obscuridad, hasta el santo lugar donde verás la luz. El altar de tu Padre es tan puro como Aquel que lo elevó hasta Sí Mismo. Nada puede impedir que veas lo que Cristo quiere que veas. Su Voluntad es como la de Su Padre, y Él es misericordioso con todas las criaturas de Dios, tal como quisiera que tú lo fueses. 

10. Libera a otros de la culpabilidad tal como tú quisieras ser liberado. Ésa es la única manera de mirar en tu interior y ver la luz del amor refulgiendo con la misma constancia y certeza con la que Dios Mismo ha amado siempre a Su Hijo. Y con la que Su Hijo lo ama a Él. En el amor no hay cabida para el miedo, pues el amor es inocente. No hay razón alguna para que tú, que siempre has amado a tu Padre, tengas miedo de mirar en tu interior y ver tu santidad. Tú no puedes ser como has creído ser. Tu culpabilidad no tiene razón de ser porque no está en la Mente de Dios, donde tú estás. Y ésta es la sensatez que el Espíritu Santo quiere restituirte. Él sólo desea desvanecer tus ilusiones. Pero quiere que veas todo lo demás. Y en la visión de Cristo te mostrará la perfecta pureza que se encuentra por siempre dentro del Hijo de Dios. 

11. No puedes entablar ninguna relación real con ninguno de los Hijos de Dios a menos que los ames a todos, y que los ames por igual. El amor no hace excepciones. Si otorgas tu amor a una sola parte de la Filiación exclusivamente, estarás sembrando culpabilidad en todas tus relaciones y haciendo que sean irreales. Sólo puedes amar tal como Dios ama. No intentes amar de forma diferente de cómo Él lo hace, pues no hay amor aparte del Suyo. Hasta que no reconozcas que esto es verdad, no tendrás idea de lo que es el amor. Nadie que condena a un hermano puede considerarse inocente o que mora en la paz de Dios. Si es inocente y está en paz, pero no lo ve, se está engañando, y ello significa que no se ha contemplado a sí mismo. A él le digo: Contempla al Hijo de Dios, observa su pureza y permanece muy quedo. Contempla serenamente su santidad, y dale gracias a su Padre por el hecho de que la culpabilidad jamás haya dejado huella alguna en él. 

12. Ni una sola de las ilusiones que has albergado contra él ha mancillado en forma alguna su inocencia. Su radiante pureza, que no se ve afectada en modo alguno por la culpabilidad y es completamente amorosa, brilla dentro de ti. Contemplémosle juntos y amémosle, pues en tu amor por él radica tu inocencia. Y sólo con que te contemples a ti mismo, la alegría y el aprecio que sentirás por lo que veas erradicará la culpabilidad para siempre. Gracias, Padre, por la pureza de Tu santísimo Hijo, a quien creaste libre de toda culpa para siempre. 

13. Al igual que tú, yo deposito mi fe y mi creencia en lo que tengo en gran estima. La diferencia es que yo amo solamente lo que Dios ama conmigo, y por esa razón el valor que te otorgo transciende el valor que tú te has atribuido a ti mismo, y es incluso igual que el valor que Dios Mismo te otorgó. Amo todo lo que El creó y le ofrezco toda mi fe y todo el poder de mi creencia. Mi fe en ti es tan inquebrantable como el amor que le profeso a mi Padre. Mi confianza en ti es ilimitada, y está desprovista del temor de que tú no me oigas. Doy gracias al Padre por tu hermosura, y por los muchos dones que me permitirás ofrecerle al Reino en honor de su plenitud, que es la de Dios. 

14. Alabado seas tú que haces que el Padre sea uno con Su Propio Hijo. Por separado, no somos nada, pero unidos, brillamos con un fulgor tan intenso que ninguno de nosotros por sí solo podría ni siquiera concebir. Ante el glorioso esplendor del Reino la culpabilidad se desvanece, y habiéndose transformado en bondad ya nunca volverá a ser lo que antes fue. Cada reacción que experimentes estará tan purificada que será digna de ser ofrecida como un himno de alabanza a tu Padre. Ve en lo que Él ha creado únicamente una alabanza a Él, pues Él nunca cesará de alabarte a ti. Nos hallamos unidos en esta alabanza ante las puertas del Cielo donde sin duda habremos de entrar debido a nuestra inocencia. Dios te ama. ¿Cómo iba a poder yo, entonces, no tener fe en ti y amarlo a Él perfectamente? 

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