miércoles, 24 de abril de 2019

T15. I. Los dos usos del tiempo


*15. EL INSTANTE SANTO*


*T15. I. Los dos usos del tiempo* 


1. ¿Puedes imaginarte lo que sería no tener inquietudes, preocupaciones ni ansiedades de ninguna clase, sino simplemente gozar de perfecta calma y sosiego todo el tiempo? Ése es, no obstante, el propósito del tiempo: aprender justamente eso y nada más. El Maestro de Dios no puede sentirse satisfecho con Sus enseñanzas hasta que éstas no constituyan lo único que sabes. Su función docente no se consumará hasta que no seas un alumno tan dedicado que sólo aprendas de Él. Cuando eso haya ocurrido, ya no tendrás necesidad de un maestro, ni de tiempo en el que aprender.

2. La razón del aparente desaliento del que tal vez padezcas es tu creencia de que ello toma tiempo y de que los resultados de las enseñanzas del Espíritu Santo se encuentran en un futuro remoto. Sin embargo, no es así, pues el Espíritu Santo usa el tiempo a Su manera, y no está limitado por él. El tiempo es Su amigo a la hora de enseñar. No causa deterioro en Él como lo hace en ti. Todo el deterioro que el tiempo parece ocasionar se debe únicamente a tu identificación con el ego, que se vale del tiempo para reforzar su creencia en la destrucción. El ego, al igual que el Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la inevitabilidad del objetivo y del final del aprendizaje. El objetivo del ego es la muerte, que es su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual no tiene fin.

3. El ego es un aliado del tiempo, pero no un amigo. Pues desconfía tanto de la muerte como de la vida, y lo que desea para ti, él no lo puede tolerar. El ego te quiere ver muerto, pero él no quiere morir. El resultado de esta extraña doctrina no puede ser otro, por lo tanto, que el de convencerte de que él te puede perseguir más allá de la tumba. Y al no estar dispuesto a que ni siquiera en la muerte encuentres paz, te ofrece inmortalidad en el infierno. Te habla del Cielo, pero te asegura que el Cielo no es para ti. Pues, ¿qué esperanzas pueden tener los culpables de ir al Cielo?

4. Creer en el infierno es ineludible para aquellos que se identifican con el ego. Sus pesadillas y sus miedos están asociados con él. El ego te enseña que el infierno está en el futuro, pues ahí es hacia donde todas sus enseñanzas apuntan. Su objetivo es el infierno. Pues aunque tiene por finalidad la muerte y la disolución, él mismo no cree en ello. El objetivo de muerte que ansía para ti, le deja insatisfecho. Nadie que siga sus enseñanzas puede estar libre del miedo a la muerte. Sin embargo, si se pensase en la muerte simplemente como el fin del dolor, ¿se le tendría miedo? Hemos visto antes esta extraña paradoja en el sistema de pensamiento del ego, pero nunca tan claramente como aquí. Pues el ego tiene que dar la impresión de que mantiene al miedo alejado de ti para conservar tu fidelidad. Pero tiene que generar miedo para protegerse a sí mismo. Una vez más, el ego intenta y lo logra con demasiada frecuencia, hacer ambas cosas, valiéndose de la disociación para mantener sus metas contradictorias unidas, de manera que parezcan estar en armonía. El ego enseña, por lo tanto, que la muerte es el final en lo que respecta a cualquier esperanza de alcanzar el Cielo. Sin embargo, puesto que tú y el ego no podéis estar separados, y puesto que él no puede concebir su propia muerte, te seguirá persiguiendo porque la culpabilidad es eterna. Tal es la versión que el ego tiene de la inmortalidad. Y eso es lo que su versión del tiempo apoya.

5. El ego enseña que el Cielo está aquí y ahora porque el futuro es el infierno. Hasta cuando ataca tan despiadadamente que trata de quitarle la vida al que cree que su voz es la única que existe, incluso a ése le habla del infierno. Pues le dice que el infierno está también aquí, y lo incita a que salte del infierno al olvido total. El único tiempo que el ego le permite contemplar a cualquiera con ecuanimidad es el pasado. Mas el único valor de éste es que no existe.

6. ¡Cuán desolado y desesperante es el uso que el ego hace del tiempo! ¡Y cuán aterrador! Pues tras su fanática insistencia de que el pasado y el futuro son lo mismo se oculta una amenaza a la paz todavía más insidiosa. El ego no hace alarde de su amenaza final, pues quiere que sus devotos sigan creyendo que les puede ofrecer una escapatoria. Pero la creencia en la culpabilidad no puede sino conducir a la creencia en el infierno, y eso es lo que siempre hace. De la única manera en que el ego permite que se experimente el miedo al infierno es trayendo el infierno aquí, pero siempre como una muestra de lo que te espera en el futuro. Pues nadie que se considere merecedor del infierno puede creer que su castigo acabará convirtiéndose en paz.

7. El Espíritu Santo enseña, por lo tanto, que el infierno no existe. El infierno es únicamente lo que el ego ha hecho del presente. La creencia en el infierno es lo que te impide comprender el presente, pues tienes miedo de éste. El Espíritu Santo conduce al Cielo tan ineludiblemente como el ego conduce al infierno. Pues el Espíritu Santo, que sólo conoce el presente, se vale de éste para desvanecer el miedo con el que el ego quiere inutilizar el presente. Tal como el ego usa el tiempo, es imposible librarse del miedo. Pues el tiempo, de acuerdo con las enseñanzas del ego, no es sino un recurso de enseñanza para incrementar la culpabilidad hasta que ésta lo envuelva todo y exija eterna venganza.

8. El  Espíritu  Santo quiere  desvanecer todo esto  ahora. No es  el  presente  lo que  da  miedo,  sino el pasado y el  futuro, mas  éstos  no existen. El  miedo  no tiene  cabida  en el  presente  cuando cada instante  se  alza  nítido y separado  del  pasado,  sin que  la  sombra  de  éste  se  extienda  hasta  el  futuro. Cada  instante  es  un nacimiento  inmaculado  y puro en el  que  el  Hijo  de  Dios  emerge  del  pasado al presente.  Y  el  presente  se  extiende  eternamente.  Es  tan bello, puro e  inocente,  que  en él  sólo hay felicidad. En el  presente  no se  recuerda  la  obscuridad,  y lo único  que  existe  es  la  inmortalidad y la dicha.

9. Esta  lección no requiere  tiempo  para  aprenderse.  Pues, ¿qué  es  el  tiempo  sin pasado ni  futuro?  El que  te  hayas  descarriado tan  completamente  ha  requerido  tiempo, pero ser lo  que  eres  no requiere tiempo  en absoluto. Empieza  a  usar el  tiempo tal  como  lo hace  el  Espíritu Santo:  como  un instrumento  de  enseñanza  para  alcanzar  paz  y felicidad. Elige  este  preciso instante, ahora  mismo,  y piensa  en él  como si  fuese  todo  el  tiempo  que  existe.  En él  nada  del  pasado te  puede  afectar, y es  en él  donde  te  encuentras  completamente  absuelto, completamente  libre  y sin condenación  alguna. Desde  este  instante  santo donde  tu  santidad nace  de  nuevo,  seguirás  adelante  en el  tiempo  libre  de todo  temor  y sin experimentar  ninguna  sensación  de  cambio  con el  paso del  tiempo.

10. El  tiempo es  inconcebible  sin cambios, mas  la  santidad  no cambia.  Aprende  de  este  instante  algo más  que  el  simple  hecho  de  que  el  infierno  no existe.  En este  instante  redentor,  reside  el  Cielo.  Y  el Cielo no cambiará,  pues  nacer  al  bendito presente  es  librarse  de  los  cambios.  Los  cambios  son ilusiones  que  enseñan  los  que  no se  pueden ver a  sí  mismos  libres  de  culpa.  En el  Cielo  no se producen  cambios  porque  Dios  es  inmutable. En  el  instante  santo,  en que  te  ves  a  ti  mismo resplandeciendo  con el  fulgor de  la  libertad, recuerdas  a  Dios. Pues  recordarle  es  recordar  la libertad.

11.  Si  sientes  la  tentación  de  desanimarte  pensando cuánto  tiempo  va  a  tomar poder  cambiar  de parecer tan  radicalmente, pregúntate  a  ti  mismo:  "¿Es  mucho  un instante?" ¿No le  ofrecerías  al Espíritu Santo  un intervalo de  tiempo  tan corto  para  tu  propia  salvación?  Él  no te  pide  nada  más, pues  no tiene  necesidad de  nada  más. Requiere  mucho más  tiempo  enseñarte  a  que  estés  dispuesto a darle  a  Él  esto, que  lo que  Él  tarda  en valerse  de  ese  ínfimo instante  para  ofrecerte  el  Cielo  en su totalidad.  A  cambio  de  ese  instante, Él  está  listo para  darte  el  recuerdo  de  la  eternidad.

12. Mas  nunca  le  podrás  dar al  Espíritu  Santo ese  instante  santo  en favor de  tu  liberación, mientras no estés  dispuesto  a  dárselo a  tus  hermanos  en favor  de  la  suya. Pues  el  instante  de  la  santidad  es  un instante  que  se  comparte, y no puede  ser sólo para  ti.  Cuando te  sientas  tentado de  atacar  a  un hermano, recuerda  que  su instante  de  liberación es  el  tuyo. Los  milagros  son los  instantes  de liberación que  ofreces  y que  recibirás. Dan testimonio  de  que  estás  dispuesto a  ser liberado  y a ofrecerle  el  tiempo al  Espíritu Santo a  fin de  que  Él  lo use  para  Sus  propósitos.

13. ¿Cuánto dura  un instante?  Dura  tan poco  para  tu hermano como  para  ti.  Practica  conceder ese bendito instante  de  libertad a  todos  aquellos  que  están  esclavizados  por el  tiempo, haciendo así  que para  ellos  éste  se  convierta  en su amigo. Mediante  tu dación, el  Espíritu  Santo te  da  a  ti  el  bendito instante  que  tú les  das  a  tus  hermanos.  Al  tú  ofrecerlo,  Él  te  lo ofrece  a  ti.  No seas  reacio  a  dar lo que  quieres  recibir de  Él, pues  al  dar te  unes  a  Él. En  la  cristalina  pureza  de  la  liberación que otorgas  radica  tu  inmediata  liberación  de  la  culpabilidad. Si  ofreces  santidad  no puedes  sino ser santo.

14. ¿Cuánto dura  un instante?  Dura  el  tiempo  que  sea  necesario  para  re-establecer la  perfecta cordura,  la  perfecta  paz  y el  perfecto  amor por todo  el  mundo,  por Dios  y por ti;  el  tiempo que  sea necesario para  recordar  la  inmortalidad y a  tus  creaciones  inmortales  que  la  comparten  contigo;  el tiempo  que  sea  necesario  para  intercambiar  el  infierno por el  Cielo.  Dura  el  tiempo  suficiente  para que  puedas  transcender  todo lo que  el  ego ha  hecho y ascender  hasta  tu  Padre.

15. El  tiempo es  tu amigo sí  lo  pones  a  la  disposición del  Espíritu  Santo. Él  necesita  muy poco  para restituirte  todo el  poder de  Dios.  Aquel  que  transciende  el  tiempo por ti,  entiende  cuál  es  el propósito del tiempo. La santidad no radica en el tiempo, sino en la eternidad. Jamás hubo un solo instante en el que el Hijo de Dios pudiese haber perdido su pureza. Su estado inmutable está más allá del tiempo, pues su pureza permanece eternamente inalterable y más allá del alcance del ataque. En su santidad el tiempo se detiene, y deja de cambiar. Y así, deja de ser tiempo. Pues al estar atrapado en el único instante de la eterna santidad de la creación de Dios, se transforma en eternidad. Da el instante eterno, para que en ese radiante instante de perfecta liberación se pueda recordar la eternidad por ti. Ofrece el milagro del instante santo por medio del Espíritu Santo, y deja que sea Él Quien se encargue de dártelo a ti.

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