martes, 15 de octubre de 2019

Manual para el maestro 4. IV. Mansedumbre


*Manual para el maestro 4. IV.  Mansedumbre*

1. Para  los  maestros  de  Dios  el  daño es  algo imposible.  No pueden  infligirlo ni  sufrirlo. El  daño es el  resultado  de  juzgar. Es  el  acto  deshonesto  que  sigue  a  un pensamiento  deshonesto. Es  un veredicto  de  culpabilidad contra  un hermano,  y por ende, contra  uno mismo.  Representa  el  fin  de  la paz  y la  negación del  aprendizaje.  Demuestra  la  ausencia  del  plan de  aprendizaje  de  Dios  y el  hecho de  haber sido substituido  por la  demencia.  Todo  maestro de  Dios  tiene  que  aprender  -y bastante pronto  en su proceso de  formación- que  hacer daño borra  completamente  su función  de  su conciencia. Hacer  daño le  confundirá, le  hará  abrigar sospechas  y sentir  ira  y temor. Hará  que  le resulte  imposible  aprender las  lecciones  del  Espíritu Santo.  Tampoco podrá  oír  al  Maestro de  Dios, Quien  sólo  puede  ser oído por aquellos  que  se  dan  cuenta  de  que  hacer  daño, de  hecho,  no lleva  a ninguna  parte,  y de  que  nada  provechoso puede  proceder de  ello. Los  maestros  de  Dios, por lo tanto, son completamente  mansos. 

2. Necesitan la  fuerza  de  la  mansedumbre,  pues  gracias  a  ella  la  función  de  la  salvación  se  vuelve fácil. Para  los  que  hacen  daño, llevar a  cabo  dicha  función es  imposible. Pero para  quienes  el  daño no tiene  significado,  la  función  de  la  salvación  es  sencillamente  algo  natural.  ¿Qué  otra  elección sino ésta  tiene  sentido  para  el  que  está  en  su sano juicio?  ¿Quién, de  percibir  un camino  que conduce  al  Cielo,  elegiría  el  infierno?  ¿Y  quién elegiría  la  debilidad  que  irremediablemente  resulta de  hacer daño,  cuando puede  elegir  la  fuerza  infalible,  todo-abarcante  e  ilimitada  de  la mansedumbre?  El  poder  de  los  maestros  de  Dios  radica  en  su mansedumbre, pues  han entendido que  los  pensamientos  de  maldad no emanan del  Hijo de  Dios  ni  de  su Creador. Por lo tanto, unen sus  pensamientos  a  Aquel  que  es  su Fuente.  Y  así, su voluntad, que  siempre  fue  la  de  Dios, queda libre  para  ser como es. 

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