sábado, 31 de agosto de 2019

T30. IV. La verdad que yace tras las ilusiones


*T30. IV. La verdad que yace tras las  ilusiones*

1.  Atacarás  lo  que  no te  satisfaga, y así, no te  darás  cuenta  de  que  fuiste  tú  mismo quien  lo inventó. Tu batalla  es  siempre  con las  ilusiones. Pues  la  verdad  que  yace  tras  ellas  es  tan hermosa  y tan serena  en su amorosa  dulzura,  que  si  fueses  consciente  de  ella  te  olvidarías  por completo de  tus defensas  y te  apresurarías  a  echarte  en sus  brazos. La  verdad jamás  puede  ser atacada.  Y  tú sabías esto  cuando inventaste  los  ídolos. Los  concebiste  precisamente  para  olvidarte  de  este  hecho. Lo único  que  atacas  son las  ideas  falsas, nunca  las  verdaderas. Los  ídolos  son todas  las  ideas  que concebiste  para  llenar la  brecha  que  tú crees  se  formó entre  lo que  es  verdad  y tú.  Y  las  atacas  por lo que  crees  que  ellas  representan. Pero lo que  yace  tras  ellas  no puede  ser atacado. 

2. Los  dioses  que  inventaste  -opresores  e  incapaces  de  satisfacerte- son como juguetes  infantiles descomunales. Un niño se  asusta  cuando  una  cabeza  de  madera  salta  de  una  caja  de  resorte  al  ésta abrirse  repentinamente, o cuando  un oso de  felpa,  suave  y silencioso,  emite  sonidos  al  él  apretarlo. Las  reglas  que  él  había  establecido para  las  cajas  de  resorte  y para  los  osos  de  felpa  le  han fallado  y le  han hecho  perder el  "control"  de  lo que  le  rodea.  Ahora  tiene  miedo,  pues  pensó que  las  reglas  lo protegían.  Ahora  tiene  que  aprender  que  las  cajas  y los  osos  no lo  engañaron,  ni  violaron  ninguna regla, y que  lo  ocurrido no quiere  decir  que  su mundo se  haya  vuelto  caótico  y peligroso.  Es  él quien  estaba  equivocado.  No comprendió  bien qué  era  lo que  lo  mantenía  a  salvo y pensó que  eso lo había  abandonado. 

3. La  inexistente  brecha  se  encuentra  repleta  de  juguetes  de  innumerables  formas. Cada  uno de  ellos parece  violar las  reglas  que  estableciste  para  él. Sin embargo,  ninguno de  ellos  fue  jamás  lo que  tú pensabas  que  era.  Y  así, no pueden  sino dar la  impresión de  que  violan  las  reglas  de  seguridad que estableciste, toda  vez  que  éstas  son falsas.  Mas  tú no estás  en peligro.  Puedes  reírte  de  los  muñecos que  saltan de  cajas  de  resorte  y de  los  juguetes  que  emiten  sonidos, de  la  misma  manera  en  que  lo hace  el  niño que  ya  ha  aprendido  que  no suponen  ningún peligro  para  él. Sin embargo,  mientras  le guste  jugar con ellos, seguirá  percibiéndolos  como si  respetaran las  reglas  que  él  estableció  para  su propio  deleite. Por lo tanto, todavía  habrá  reglas  que  dichos  juguetes  parecerán violar y como consecuencia  de  ello  él  se  asustará.  Mas  ¿está  él  realmente  a  merced de  sus  juguetes?  ¿Y  pueden éstos  realmente  suponer una  amenaza  para  él?

4. La realidad obedece las leyes de Dios y no las reglas que tú mismo estableces. Son Sus leyes las que garantizan tu seguridad. Las ilusiones que creas con respecto a ti no obedecen ninguna ley. Parecen danzar por un rato, al compás de las leyes que tú promulgaste para ellas. Mas luego se desploman para no levantarse más. No son más que juguetes, hijo mío, de modo que no lamentes su pérdida. Su danza jamás te brindó felicidad alguna, pero tampoco eran cosas que pudiesen asustarte o mantenerte a salvo si respetaban tus reglas. Las ilusiones no deben ni apreciarse ni atacarse, sino que simplemente se deben considerar como juguetes infantiles, sin ningún significado intrínseco. Ve significado en una sola de ellas, y lo verás en todas. No veas significado en ninguna, y no podrán afectarte en absoluto. 

5. Las apariencias engañan precisamente porque son apariencias y no la realidad. No les prestes atención sea cual sea la forma que adopten. Lo único que hacen es distorsionar la realidad y producir temor, debido a que ocultan la verdad. No ataques lo que tú mismo hiciste a fin de ser engañado, pues eso demostraría que has sido engañado. El ataque tiene el poder de hacer que las ilusiones parezcan reales. Mas en realidad no hace nada. ¿Quién podría tener miedo de un poder que no tiene efectos reales? ¿Qué podría ser dicho poder, sino una ilusión que hace que las cosas parezcan ser como él mismo? Observa calmadamente sus juguetes, y comprende que no son más que ídolos que no hacen sino danzar al compás de vanos deseos. No los veneres, pues no existen. Cuando atacas, no obstante, te olvidas de esto. El Hijo de Dios no necesita defenderse de sus sueños. Sus ídolos no suponen ninguna amenaza para él. El único error que comete es creer que son reales. Mas ¿hay algo que las ilusiones puedan lograr? 

6. Lo único que las apariencias pueden hacer es engañar a la mente que desea ser engañada. Mas tú puedes tomar una decisión muy simple que te situará por siempre más allá del engaño. No te preocupes por cómo se va a lograr esto, pues eso no es algo que puedas entender. Pero sí verás los grandes cambios que se producirán de inmediato, una vez que hayas tomado esta simple decisión: que no deseas lo que crees que un ídolo te puede dar. Pues así es como el Hijo de Dios declara que se ha liberado de todos ellos. Y, por lo tanto, es libre. 

7. ¡Qué paradójica es la salvación! ¿Qué otra cosa podría ser, sino un sueño feliz? Lo único que te pide es que perdones todas las cosas que nadie jamás hizo, que pases por alto lo que no existe y que no veas lo ilusorio como si fuese real. Se te pide únicamente que permitas que se haga tu voluntad y que dejes de buscar las cosas que ya no deseas. Y se te pide también que permitas que se te libere de los sueños de lo que nunca fuiste y desistas de tu empeño de querer substituir la Voluntad de Dios por la fuerza de los deseos vanos. 8. Llegado este punto, el sueño de separación empieza a desvanecerse y a desaparecer. Pues aquí la brecha inexistente comienza a percibirse libre de los juguetes de terror que tú inventaste. Esto es lo único que se te pide. Alégrate en verdad de que la salvación no pida mucho, sino de que pida tan poco. En realidad no pide nada. Y aun en las ilusiones sólo pide que el perdón sea el substituto del miedo. Ésa es la única regla para tener sueños felices. La brecha se vacía de todos los juguetes de temor, poniéndose así de manifiesto su irrealidad. Los sueños no sirven para nada, y el Hijo de Dios no tiene ninguna necesidad de ellos. No le ofrecen ni una sola cosa que él pudiera jamás desear. El Hijo de Dios se libera de las ilusiones por su propia voluntad y simplemente se le restaura a lo que él es. ¿Qué podría ser el plan de Dios para su salvación, sino un medio para darse a Sí Mismo Su Hijo? 

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