sábado, 31 de agosto de 2019

T30. III. Más allá de todo ídolo


*T30. III. Más allá de todo ídolo*

1. Los  ídolos  son algo  muy concreto. Mas  tu voluntad es  universal,  puesto que  es  ilimitada.  Y  así, no tiene  forma, ni  su contenido se  puede  expresar en función  de  la  forma. Los  ídolos  son límites. Representan la  creencia  de  que  hay ciertas  formas  que  pueden brindar  felicidad,  y de  que, limitando, se  consigue  todo. Es  como  si  dijeras:  "No tengo necesidad de  todo.  Lo único  que  quiero es  este trocito,  y para  mí  será  como si  fuese  todo".  Y  esto no puede  sino dejarte  insatisfecho  porque  tu voluntad es  que  todo  sea  tuyo. Decídete  en favor de  los  ídolos  y estarás  buscando perder. Decídete por la  verdad y todo  será  tuyo. 

2. No es  la  forma  en sí  lo  que  andas  buscando. ¿Qué  forma  puede  ser un substituto del  Amor de Dios  el  Padre?  ¿Qué  forma  puede  ocupar  el  lugar  de  todo  el  amor  que  reside  en  la  Divinidad de Dios  el  Hijo?  ¿Qué  ídolo  puede  dividir en  dos  lo  que  es  eternamente  uno?  ¿Y  se  podría  acaso limitar lo  que  es  ilimitado?  Tú no deseas  ningún  ídolo, pues  ésa  no es  tu  voluntad.  Ningún ídolo puede  concederte  el  regalo  que  buscas. Cuando decides  qué  forma  debe  tener lo que  quieres, dejas de  entender  su propósito.  Y  de  ese  modo, ves  tu voluntad en el  ídolo,  reduciéndola  así  a  una  forma concreta.  Mas  eso nunca  podrá  ser tu voluntad porque  lo  que  comparte  toda  la  creación  no puede contentarse con ideas triviales o con cosas insignificantes. 

3. Tras la búsqueda de todo ídolo yace el anhelo de compleción. Lo pleno no tiene forma porque es ilimitado. Buscar una persona o una cosa especial para añadir a lo que tú eres y así alcanzar tu compleción, sólo puede querer decir que crees que te falta algo que una forma puede proporcionarte. Y que al encontrarla, alcanzarás tu compleción en una forma que a ti te gusta. El propósito de todo ídolo es éste: que no mires más allá de él a la raíz de la creencia de que te falta algo. Esto sólo podría ser cierto si hubieses pecado. Pues el pecado es la idea de que te encuentras solo y aparte de lo que es pleno. Es necesario, por lo tanto, que la búsqueda de la plenitud se lleve a cabo más allá de los límites que tú mismo te has impuesto. 

4. No es nunca el ídolo lo que realmente quieres. Mas lo que crees que te ofrece, eso ciertamente lo quieres, y tienes derecho a pedirlo. Y es imposible que te sea negado. El que tu voluntad sea estar completo es la Voluntad de Dios, y por tal razón se te concede. Dios no sabe nada de formas. Él no te puede contestar utilizando términos que no tienen sentido. Y tu voluntad no se puede satisfacer con formas vacías, concebidas exclusivamente para llenar una brecha que no existe. No es esto lo que quieres. La creación no le da a ninguna persona ni a ninguna cosa separada el poder de completar al Hijo de Dios. ¿A qué ídolo se puede apelar para que le dé al Hijo de Dios lo que ya es suyo? 

5. Alcanzar la compleción es la función del Hijo de Dios. Sin embargo, no tiene necesidad de buscarla. Más allá de todo ídolo se alza su santa voluntad de ser únicamente lo que él es. Pues ser más que pleno no tiene sentido. Si se hubiese producido algún cambio en el Hijo de Dios, o si se le pudiese reducir a alguna forma y limitar a lo que no se encuentra en él, entonces no sería tal como Dios lo creó. ¿Qué necesidad tiene de ídolos para ser quien es? ¿Podría acaso desprenderse de alguna parte de sí mismo? Lo que no es pleno no puede otorgar plenitud. Mas lo que se pide sinceramente no puede ser negado. Tu voluntad se te concede. No en una forma que no habría de satisfacerte, sino en el Pensamiento pleno y completamente hermoso que Dios abriga de ti. 

6. Lo que Dios no conoce no existe. Y lo que Él conoce existe para siempre y es inmutable. Pues los pensamientos duran tanto como la mente que los pensó. Y la Mente de Dios no tiene fin, ni puede haber un instante en que Sus Pensamientos puedan estar ausentes o cambiar. Los pensamientos ni nacen ni mueren. Comparten los atributos de su creador, y no tienen una vida separada aparte de la de él. Tus pensamientos están en tu mente, tal como tú estás en la Mente que te concibió. Por lo tanto, no hay partes separadas en lo que existe dentro de la Mente de Dios. Su Mente es por siempre una, y está eternamente unida y en paz. 

7. Los pensamientos parecen ir y venir. Sin embargo, lo único que esto significa es que algunas veces eres consciente de ellos y otras no. Un pensamiento del que te has olvidado parece nacer de nuevo en ti cuando retorna a tu conciencia. Mas no murió cuando lo olvidaste. Siempre estuvo ahí, sin embargo, no eras consciente de él. El Pensamiento que Dios abriga de ti no se ha visto afectado en modo alguno por tu olvido. Siempre será exactamente como era antes de que te olvidaras de él, como seguirá siendo cuando lo recuerdes y como fue durante el lapso en que lo habías olvidado. 

8. Los Pensamientos de Dios están mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio y su resplandor es eterno. No están esperando a nacer, sino a que se les dé la bienvenida y se les recuerde. El Pensamiento que Dios abriga de ti es como una estrella inmutable en un firmamento eterno. Se encuentra tan alto en el Cielo que aquellos que se encuentran fuera del Cielo no saben que está allí. No obstante, brillará por toda la eternidad sereno, puro y hermoso. En ningún momento ha dejado de estar allí, ni ha habido jamás un instante en que su luz se haya atenuado o haya perdido su perfección. 

9. El que conoce al Padre conoce esta luz, pues Él es el eterno firmamento que la mantiene a salvo, por siempre elevada y firmemente anclada. La perfecta pureza de esa luz no depende de si se ve en la tierra o no. El firmamento la envuelve y la mantiene dulcemente en su perfecto lugar, el cual está tan lejos de la tierra como la tierra lo está del Cielo. No es la distancia ni el tiempo lo que hace que esta estrella sea invisible desde la tierra. Mas aquellos que andan en pos de ídolos no pueden saber que la estrella está ahí. 

10. Más allá de todo ídolo se encuentra el Pensamiento que Dios abriga de ti. Este Pensamiento no se ve afectado en modo alguno por la confusión y el terror del mundo, por los sueños de nacimiento y muerte que aquí se tienen, ni por las innumerables formas que el miedo puede adoptar, sino que, sin perturbarse en lo más mínimo, sigue siendo tal como siempre fue. Rodeado de una calma tan absoluta que el estruendo de batallas ni siquiera llega hasta él, dicho Pensamiento descansa en la certeza y en perfecta paz. Tu única realidad se mantiene a salvo en él, completamente inconsciente del mundo que se postra ante ídolos y no conoce a Dios. El Pensamiento que Dios abriga de ti, completamente seguro de su inmutabilidad y de que descansa en su eterno hogar, nunca ha abandonado la Mente de su Creador, al que conoce tal como su Creador sabe que dicho Pensamiento se encuentra en Su Propia Mente. 

11. ¿Dónde podría existir el Pensamiento que Dios abriga de ti sino donde tú te encuentras? ¿Podría acaso tu realidad ser algo aparte de ti y encontrarse en un mundo que le es completamente desconocido? Fuera de ti no hay firmamento eterno, ni estrella inmutable, ni realidad alguna. La mente del Hijo del Cielo, en el Cielo está, pues ahí la Mente del Padre y la del Hijo se unieron en la creación, la cual no tiene fin. Tú no tienes dos realidades, sino una sola, y no puedes ser consciente más que de una. Tu realidad es o bien un ídolo, o bien el Pensamiento que Dios abriga de ti. No olvides, por lo tanto, que los ídolos tienen que mantener oculto lo que tú eres, no de la Mente de Dios, sino de la tuya. La estrella sigue brillando y el firmamento jamás ha cambiado. Mas tú, el santo Hijo de Dios, no eres consciente de tu realidad. 

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