martes, 27 de agosto de 2019

T27. II. El temor a sanar


*T27. II. El temor a sanar*

1. ¿Es  atemorizante  sanar?  Sí, para  muchos  lo  es. Pues  la  acusación  es  un obstáculo  para  el  amor, y los  cuerpos  enfermos  son ciertamente  acusadores.  Obstruyen completamente  el  camino de  la confianza  y de  la  paz,  proclamando que  los  débiles  no pueden  tener  confianza  y que  los  lesionados no tienen motivos  para  gozar de  paz.  ¿Quién que  haya  sido herido  por su hermano podría  amarlo aún  y confiar en  él?  Pues  su hermano  lo atacó y lo volverá  a  hacer.  No lo  protejas, ya  que  tu cuerpo lesionado demuestra  que  es  a  ti  a  quien se  debe  proteger de  él.  Tal  vez  perdonarlo  sea  un acto  de caridad, pero  no es  algo que  él  se  merezca. Se  le  puede  compadecer por su culpabilidad,  pero no puede  ser eximido.  Y  si  le  perdonas  sus  transgresiones, no haces  sino añadir otro  fardo más  a  la culpabilidad que  realmente  ya  ha  acumulado.

2. Los  que  no han sanado no pueden perdonar. Pues  son los  testigos  de  que  el  perdón  es  injusto. Prefieren conservar  las  consecuencias  de  la  culpabilidad  que  no reconocen. No obstante,  nadie puede  perdonar un pecado que  considere  real.  Y  lo que  tiene  consecuencias  tiene  que  ser real  porque lo  que  ha  hecho  está  ahí  a  la  vista. El  perdón no es  piedad,  la  cual  no hace  sino tratar de  perdonar  lo que  cree  que  es  verdad.  No se  puede  devolver  bondad por maldad, pues  el  perdón no establece primero que  el  pecado  sea  real  para  luego  perdonarlo.  Nadie  que  esté  hablando  en serio diría: "Hermano,  me  has  herido.  Sin embargo,  puesto  que  de  los  dos  yo soy el  mejor, te  perdono por el dolor  que  me  has  ocasionado". Perdonarle  y seguir sintiendo dolor es  imposible,  pues  ambas  cosas no pueden  coexistir. Una  niega  a  la  otra  y hace  que  sea  falsa. 

3. Ser testigo del  pecado  y, al  mismo  tiempo, perdonarlo es  una  paradoja  que  la  razón  no puede concebir.  Pues  afirma  que  lo que  se  te  ha  hecho  no merece  perdón.  Y  si  lo concedes, eres  clemente con  tu hermano,  pero conservas  la  prueba  de  que  él  no es  realmente  inocente.  Los  enfermos  siguen siendo  acusadores. No pueden perdonar  a  sus  hermanos,  ni  perdonarse  a  sí  mismos. Nadie  sobre quien  el  verdadero perdón descanse  puede  sufrir, pues  ya  no exhibe  la  prueba  del  pecado  ante  los ojos  de  su hermano. Por lo tanto, debe  haberlo pasado  por alto y haberlo eliminado de  su propia vista.  El  perdón no puede  ser para  uno y no para  el  otro. El  que  perdona  se  cura.  Y  en su curación radica  la  prueba  de  que  ha  perdonado  verdaderamente  y de  que  no guarda  traza  alguna  de condenación  que  todavía  pudiese  utilizar contra  sí  mismo  o contra  cualquier cosa  viviente. 

4. El  perdón no es  real  a  menos  que  os  brinde  curación a  tu  hermano y a  ti. Debes  dar testimonio de que  sus  pecados  no tienen efecto  alguno sobre  ti,  y demostrar  así  que  no son reales. ¿De  qué  otra manera  podría  ser él  inocente?  ¿Y  cómo podría  estar justificada  su inocencia  a  menos  que  sus pecados  careciesen de  los  efectos  que  confirmarían su culpabilidad?  Los  pecados  están más  allá  del perdón  simplemente  porque  entrañarían  efectos  que  no podrían cancelarse  ni  pasarse  por alto completamente. En  el  hecho  de  que  puedan  cancelarse  radica  la  prueba  de  que  son simplemente errores. Permite  ser curado para  que  de  este  modo puedas  perdonar  y ofrecer salvación a  tu hermano y a  ti. 

5. Un cuerpo enfermo demuestra  que  la  mente  no ha  sanado. Un milagro  de  curación prueba  que  la separación no tiene efectos. Creerás en aquello que le quieras probar a tu hermano. El poder de tu testimonio procede de tus creencias. Y todo lo que dices, haces o piensas no hace sino dar testimonio de lo que le enseñas a él. Tu cuerpo puede ser el medio para demostrar que nunca ha sufrido por causa de él. Y al sanar puede ofrecerle un mudo testimonio de su inocencia. Este testimonio es el que puede hablar con más elocuencia que mil lenguas juntas, pues le prueba que ha sido perdonado. 

6. Un milagro no le puede ofrecer menos a él de lo que te ha dado a ti. De esta manera, tu curación demuestra que tu mente ha sanado y que ha perdonado lo que tu hermano no hizo. Y así, él se convence de que jamás perdió su inocencia y sana junto contigo. El milagro deshace de este modo todas las cosas que, según el mundo, jamás podrían deshacerse. Y la desesperanza y la muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la vida. Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la muerte y la culpabilidad. La ancestral llamada que el Padre le hace a Su Hijo, y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo jamás oirá. Hermano, la muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas de tu sangre, y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un sueño absurdo. 

7. ¡Cuán justos son los milagros! Pues os otorgan a ti y a tu hermano el mismo regalo de absoluta liberación de la culpabilidad. Tu curación os evita dolor a ti y a él, y sanas porque le deseaste el bien. Ésta es la ley que el milagro obedece: la curación no ve diferencias en absoluto. No procede de la compasión, sino del amor. Y el amor quiere probar que todo sufrimiento no es sino una vana imaginación, un absurdo deseo sin consecuencia alguna. Tu salud es uno de los resultados de tu deseo de no ver a tu hermano con las manos manchadas de sangre, ni de ver culpabilidad en su corazón apesadumbrado por la prueba del pecado. Y lo que deseas se te concede para que lo puedas ver. 

8. El "costo" de tu serenidad es la suya. Éste es el "precio" que el Espíritu Santo y el mundo interpretan de manera diferente. El mundo lo percibe como una afirmación del "hecho" de que con tu salvación se sacrifica la suya. El Espíritu Santo sabe que tu curación da testimonio de la suya y de que no puede hallarse aparte de ella en absoluto. Mientras tu hermano consienta sufrir, tú no podrás sanar. Mas tú le puedes mostrar que su sufrimiento no tiene ningún propósito ni causa alguna. Muéstrale que has sanado, y él no consentirá sufrir por más tiempo. Pues su inocencia habrá quedado clara ante sus propios ojos y ante los tuyos. Y la risa reemplazará a vuestros lamentos, pues el Hijo de Dios habrá recordado que él es el Hijo de Dios. 

9. ¿Quién tiene, entonces, miedo de sanar? Sólo aquellos para quienes el sacrificio y el dolor de su hermano representan su propia serenidad. Su propia impotencia y debilidad sirven de base para justificar el dolor de su hermano. El constante aguijón de culpabilidad que su hermano experimenta sirve para probar que él es un esclavo, pero que ellos son libres. El constante dolor que sufren es la prueba de que ellos son libres porque pueden mantener cautivo a su hermano. Y desean la enfermedad para evitar que la balanza del sacrificio se incline a favor de aquél. ¿Cómo se podría persuadir al Espíritu Santo para que se detuviese por un instante, o incluso menos, a razonar con semejantes argumentos en favor de la enfermedad? ¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a escuchar a la demencia? 

10. Tu función no es corregir. La función de corregir le corresponde a Uno que conoce la justicia, no la culpabilidad. Si asumes el papel de corrector, ya no puedes llevar a cabo la función de perdonar. Nadie puede perdonar hasta que aprende que corregir es tan solo perdonar, nunca acusar. Por tu cuenta, no podrás percatarte de que son lo mismo, y de que, por lo tanto, no es a ti a quien corresponde corregir. Identidad y función son una misma cosa, y mediante tu función te conoces a ti mismo. De modo que si confundes tu función con la función de Otro, es que estás confundido con respecto a ti mismo y con respecto a quién eres. ¿Qué es la separación sino un deseo de arrebatarle a Dios Su función y negar que sea Suya? Mas si no es Su función, tampoco es la tuya, pues no puedes por menos que perder aquello de lo que te apoderas. 

11. En una mente escindida, la identidad no puede sino dar la impresión de que está dividida. Nadie puede percibir que una función está unificada, si ésta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes. Para una mente tan dividida como la tuya, corregir no es sino una manera de castigar a otro por los pecados que tú crees son tus propios pecados. Y de este modo, el otro se convierte en tu víctima, no en tu hermano, diferente de ti por el hecho de ser más culpable, y tener, por lo tanto, necesidad de que lo corrijas, al ser tú más inocente que él. Esto separa su función de la tuya, y os da a ambos un papel diferente. Y así, no podéis ser percibidos como uno y con una sola función, lo cual querría decir que compartís una misma identidad y un solo objetivo. 

12. La corrección que tú quisieras llevar a cabo no puede sino causar separación, ya que ésa es la función que tú le otorgaste. Cuando percibas que la corrección es lo mismo que el perdón, sabrás también que la Mente del Espíritu Santo y la tuya son una. Y de esta manera, habrás hallado tu propia Identidad. No obstante, Él tiene que operar con lo que se le da, y tú sólo le permites ocupar la mitad de tu mente. Y así, Él representa la otra mitad, y parece tener un propósito diferente de aquel que tú abrigas y crees que es el tuyo. De este modo, tu función parece estar dividida, con una de sus mitades en oposición a la otra. Esas dos mitades parecen representar la separación de un ser que se percibe dividido en dos. 

13. Observa cómo esta percepción de ti mismo no puede sino extenderse, y no pases por alto el hecho de que todo pensamiento se extiende porque ése es su propósito debido a lo que realmente es. De la idea de que el ser se compone de dos partes, surge necesariamente el punto de vista de que su función está dividida entre las dos. Pero lo que quieres corregir es solamente la mitad del error, que tú crees que es todo el error. Los pecados de tu hermano se convierten, de este modo, en el blanco central de la corrección, no vaya a ser que tus errores y los suyos se vean como el mismo error. Los tuyos son equivocaciones, pero los suyos son pecados y, por ende, no son como los tuyos. Los suyos merecen castigo, mientras que los tuyos, si vamos a ser justos, deberían pasarse por alto. 

14. De acuerdo con esta interpretación de lo que significa corregir no podrás ver tus propios errores. Pues habrás trasladado el blanco de la corrección fuera de ti mismo, sobre uno que no puede ser parte de ti mientras esa percepción perdure. Aquel al que se condena jamás puede volver a formar parte del que lo acusa, quien lo odiaba y todavía lo sigue odiando por ser un símbolo de su propio miedo. He aquí a tu hermano, el blanco de tu odio, quien no es digno de formar parte de ti, y es, por lo tanto, algo externo a ti: la otra mitad, la que se repudia. Y sólo lo que se deja privado de su presencia se percibe como todo lo que tú eres. El Espíritu Santo tiene que representar esta otra mitad hasta que tú reconozcas que es la otra mitad. Y Él hace esto asignándoos a ti y a tu hermano la misma función y no una diferente. 

15. Corregir es la función que se os ha dado a ambos, pero no a ninguno de vosotros por separado. Y cuando la lleváis a cabo reconociendo que es una función que compartís, no puede sino corregir los errores de ambos. No puede dejar errores sin corregir en uno y liberar al otro. Eso sería un propósito dividido, que, por lo tanto, no se podría compartir. Y así, no puede ser el objetivo en el que el Espíritu Santo ve el Suyo Propio. Y puedes estar seguro de que Él no llevará a cabo una función que no vea y reconozca como Propia. Pues sólo así puede Él mantener la vuestra intacta, a pesar de vuestros diferentes puntos de vistas con respecto a lo que es vuestra función. Si Él apoyase una función dividida, estaríais ciertamente perdidos. La incapacidad del Espíritu Santo de ver Su objetivo dividido y como algo distinto para cada uno de vosotros, te impide ser consciente de una función que no es la tuya. De esta manera, la curación se os concede a los dos. 

16. La corrección debe dejarse en manos de Uno que sabe que la corrección y el perdón son lo mismo. Cuando sólo se dispone de la mitad de la mente, esto es incomprensible. Deja, pues, la corrección en manos de la Mente que está unida y que opera como una sola porque su propósito es indiviso y únicamente puede concebir como suya una sola función. He aquí la función que se le dio, concebida para que fuese la suya propia y no algo aparte de aquello que su Dador todavía conserva precisamente porque es una función que se ha compartido. En el hecho de que Él acepte esta función residen los medios a través de los cuales tu mente se unifica. Este único propósito unifica las dos mitades de ti que tú percibes como separadas. Y cada uno perdona al otro, a fin de poder aceptar su otra mitad como parte de sí mismo. 

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