miércoles, 14 de agosto de 2019

T25. IX. La justicia del Cielo


*T25. IX. La justicia del Cielo*

1. ¿Qué  otra  cosa  sino la  arrogancia  podría  pensar que  la  justicia  del  Cielo  no puede  eliminar tus insignificantes  errores?  ¿Y  qué  podría  significar  eso, sino que  son pecados  y no errores, eternamente  incorregibles  y a  los  que  hay  que  corresponder con  venganza  y no con justicia?  ¿Estás dispuesto  a  que  se  te  libere  de  todas  las  consecuencias  del  pecado?  No puedes  contestar esta pregunta  hasta  que  entiendas  todo lo  que  implica  la  respuesta.  Pues  si  contestas  "sí" significa  que renuncias  a  todos  los  valores  de  este  mundo en favor de  la  paz  del  Cielo. Significa  también  que  no vas  a  conservar  ni  un solo pecado  ni  a  abrigar ninguna  duda  de  que  esto es  posible  que  le  permitiese al  pecado  conservar su lugar.  Significa  asimismo  que  ahora  la  verdad  tiene  más  valor  para  ti  que todas  las  ilusiones.  Y  reconoces  que  la  verdad tiene  que  serte  revelada, ya  que  no sabes  lo que  es.

2. Dar a  regañadientes  es  no recibir el  regalo,  pues  no estás  dispuesto a  aceptarlo.  Se  te  guarda  hasta que  tu renuencia  a  recibirlo  desaparezca  y estés  dispuesto  a  que  te  sea  dado. La  justicia  de  Dios merece  gratitud,  no temor. Ni  tú ni  nadie  puede  perder  nada  que  deis,  sino que  todo ello se  atesora  y se  guarda  en el  Cielo, donde  todos  los  tesoros  que  le  han  sido dados  al  Hijo  de  Dios  se  conservan para  él  y se  le  ofrecen  a  todo aquel  que  simplemente  extiende  la  mano  dispuesto a  recibirlos.  El tesoro  no merma  al  ser dado. Cada  regalo  no hace  sino aumentar  el  caudal  de  su riqueza,  pues  Dios es  justo.  Él  no lucha  contra  la  renuencia  de  Su Hijo a  percibir  la  salvación como  un regalo procedente  de  Él.  Mas  Su justicia  no quedará  satisfecha  hasta  que  todos  la  reciban.

3. Puedes  estar  seguro de  que  la  solución a  cualquier  problema  que  el  Espíritu  Santo resuelva  será siempre  una  solución  en la  que  nadie  pierde.  Y  esto  tiene  que  ser verdad porque  Él  no le  exige sacrificios  a  nadie. Cualquier  solución que  le  exija  a  alguien  la  más  mínima  pérdida,  no habrá resuelto el  problema,  sino que  lo habrá  empeorado, haciéndolo más  difícil  de  resolver y más  injusto. Es  imposible  que  el  Espíritu Santo  pueda  ver cualquier  clase  de  injusticia  como la  solución. Para  Él, lo  que  es  injusto tiene  que  ser corregido  porque  es  injusto.  Y  todo error  es  una  percepción en la  que, como  mínimo, se  ve  a  uno de  los  Hijos  de  Dios  injustamente.  De  esta  forma  es  como se  priva  de justicia  al  Hijo  de  Dios. Cuando se  considera  a  alguien  un perdedor,  se  le  ha  condenado.  Y  el castigo, en vez  de  la  justicia, se  convierte  en su justo  merecido.

4.  Ver  la  inocencia  hace  que  el  castigo sea  imposible  y la  justicia  inevitable.  La  percepción  del Espíritu Santo  no da  cabida  al  ataque.  Lo único  que  podría  justificar  el  ataque  son las  pérdidas, y Él no ve  pérdidas  de  ninguna  clase.  El  mundo  resuelve  problemas  de  otra  manera. Pues  ve  la  solución a  cualquier  problema  como  un estado en el  que  se  ha  decidido  quién ha  de  ganar y quién  ha  de perder;  con cuánto se  va  a  quedar uno de  ellos  y cuánto  puede  todavía  defender el  perdedor.  Mas  el problema  sigue  sin resolverse, pues  sólo la  justicia  puede  establecer un estado  en el  que  nadie pierde  y en el  que  a  nadie  se  le  trata  injustamente  o se  le  priva  de  algo,  lo cual  le  daría  motivos  para vengarse.  Ningún problema  se  puede  resolver  mediante  la  venganza, que  en  el  mejor de  los  casos  no haría  sino dar lugar  a  otro  problema,  en el  que  el  asesinato no es  obvio.

5. La  forma  en  que  el  Espíritu  Santo resuelve  todo problema  es  la  manera  de  solventarlo. El problema queda resuelto porque se ha tratado con justicia. Hasta que esto no se haga, seguirá repitiéndose porque aún no se habrá solventado. El principio según el cual la justicia significa que nadie puede perder es crucial para el objetivo de este curso. Pues los milagros dependen de la justicia. Mas no como la ve el mundo, sino como la conoce Dios y como este conocimiento se ve reflejado en la visión que ofrece el Espíritu Santo.

6. Nadie merece perder. Y es imposible que lo que supone una injusticia para alguien pueda ocurrir. La curación tiene que ser para todo el mundo, pues nadie merece ninguna clase de ataque. ¿Qué orden podría haber en los milagros, si algunas personas mereciesen sufrir más y otras menos? ¿Y sería esto justo para aquellos que son totalmente inocentes? Todo milagro es justo. No es un regalo especial que se les concede a algunos y se les niega a otros, por ser éstos menos dignos o estar más condenados, y hallarse, por lo tanto, excluidos de la curación. ¿Quién puede estar excluido de la salvación, si el propósito de ésta es precisamente acabar con el especialismo? ¿Dónde se encontraría la justicia de la salvación, si algunos errores fuesen imperdonables y justificasen la venganza en lugar de la curación y el retorno a la paz?

7. El propósito de la salvación no puede ser ayudar al Hijo de Dios a que sea más injusto de lo que él ya ha procurado ser. Si los milagros, que son el don del Espíritu Santo, se otorgasen exclusivamente a un grupo selecto y especial y se negasen a otros por ser éstos menos merecedores de ellos, entonces Él sería el aliado del especialismo. El Espíritu Santo no da fe de lo que no puede percibir. Y todos tienen el mismo derecho a Su don de curación, liberación y paz. Entregarle un problema al Espíritu Santo para que Él lo resuelva por ti, significa que quieres que se resuelva. Mas no entregárselo a fin de resolverlo por tu cuenta y sin Su ayuda, es decidir que el problema siga pendiente y sin resolver, haciendo así que pueda seguir dando lugar a más injusticias y ataques. Nadie puede ser injusto contigo, a menos que tú hayas decidido ser injusto primero. En ese caso, es inevitable que surjan problemas que sean un obstáculo en tu camino, y que la paz se vea disipada por los vientos del odio.

8. A menos que pienses que todos tus hermanos tienen el mismo derecho a los milagros que tú, no reivindicarás tu derecho a ellos, al haber sido injusto con otros que gozan de los mismos derechos que tú. Si tratas de negarle algo a otro, sentirás que se te ha negado a ti. Si tratas de privar a alguien de algo, te habrás privado a ti mismo. Es imposible recibir un milagro que otro no pueda recibir. Sólo el perdón ofrece milagros. Y el perdón tiene que ser justo con todo el mundo.

9. Los pequeños problemas que ocultas se convierten en tus pecados secretos porque no elegiste que se te liberase de ellos. Y así, acumulan polvo y se vuelven cada vez más grandes hasta cubrir todo lo que percibes, impidiéndote así ser justo con nadie. No crees tener ni un solo derecho. Y la amargura, al haber justificado la venganza y haber hecho que se pierda la misericordia, te condena irremisiblemente. Los irredentos no tienen misericordia para con nadie. Por eso es por lo que tu única responsabilidad es aceptar el perdón para ti mismo.

10. Das el milagro que recibes. Y cada uno de ellos se convierte en un ejemplo de la ley en la que se basa la salvación: que sí uno solo ha de sanar, se les tiene que hacer justicia a todos. Nadie puede perder y todos tienen que beneficiarse. Cada milagro es un ejemplo de lo que la justicia puede lograr cuando se ofrece a todos por igual, pues se recibe en la misma medida en que se da. Todo milagro es la conciencia de que dar y recibir es lo mismo. Puesto que no hace distinciones entre los que son iguales, no ve diferencias donde no las hay. Y así, es igual con todos porque no ve diferencia alguna entre ellos. Su ofrecimiento es universal y sólo enseña un mensaje: Lo que es de Dios le pertenece a todo el mundo, y es su derecho inalienable.

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