lunes, 29 de julio de 2019

T23. II. Las leyes del caos (parte I)


*T23. II. Las leyes del caos (parte I)*

1. Puedes  llevar las  "leyes" del  caos  ante  la  luz,  pero nunca  las  podrás  entender. Las  leyes  caóticas no tienen ningún  significado  y, por lo tanto, se  encuentran  fuera  de  la  esfera  de  la  razón.  No obstante, aparentan ser un obstáculo para  la  razón  y para  la  verdad. Contemplémoslas, pues, detenidamente,  para  que  podamos  ver más  allá  de  ellas  y entender  lo que  son, y no lo que  quieren probar.  Es  esencial  que  se  entienda  cuál  es  su propósito  porque  su fin  es  crear caos  y atacar  la verdad.  Éstas  son las  leyes  que  rigen el  mundo que  tú  fabricaste. Sin embargo,  no gobiernan  nada  ni necesitan  violarse:  necesitan simplemente  contemplarse  y transcenderse.

2. La  primera  ley  caótica  es  que  la  verdad  es  diferente  para  cada  persona.  Al  igual  que  todos  estos principios, éste  mantiene  que  cada  cual  es  un ente  separado, con  su propia  manera  de  pensar que  lo distingue  de  los  demás. Este  principio  procede  de  la  creencia  en una  jerarquía  de  ilusiones:  de  que algunas  son más  importantes  que  otras, y, por lo tanto, más  reales. Cada  cual  establece  esto para  sí mismo,  y le  confiere  realidad atacando lo  que  otro valora.  Y  el  ataque  se  justifica  porque  los  valores difieren, y los  que  tienen  distintos  valores  parecen ser diferentes, y, por ende,  enemigos.

3. Observa  cómo  parece  ser esto un impedimento para  el  primer principio de  los  milagros, pues establece  grados  de  verdad  entre  las  ilusiones, haciendo que  algunas  parezcan ser más  difíciles  de superar que  otras. Si  uno pudiese  darse  cuenta  de  que  todas  ellas  son la  misma  ilusión y de  que todas  son igualmente  falsas, sería  fácil  entender entonces  por qué  razón  los  milagros  se  aplican  a todas  ellas  por igual. Cualquier clase  de  error  puede  ser corregido  precisamente  porque  no es  cierto. Cuando  se  lleva  ante  la  verdad  en vez  de  ante  otro  error, simplemente  desaparece. Ninguna  parte  de lo  que  no es  nada  puede  ser más  resistente  a  la  verdad que  otra.

4. La  segunda  ley  del  caos, muy  querida  por todo aquel  que  venera  el  pecado, es  que  no hay nadie que  no peque, y, por lo  tanto, todo  el  mundo  merece  ataque  y muerte. Este  principio, estrechamente vinculado al primero, es la exigencia de que el error merece castigo y no corrección. Pues la destrucción del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del perdón. De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sentencia irrevocable contra sí mismo que ni siquiera Dios Mismo puede revocar. Los pecados no pueden ser perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.

5. Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación entre Padre e Hijo. Ahora parece que nunca jamás podrán ser uno de nuevo. Pues uno de ellos no puede sino estar por siempre condenado, y por el otro. Ahora son diferentes y, por ende, enemigos. Y su relación es una de oposición, de la misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para entrar en conflicto, pero no para unirse. Uno de ellos se debilita y el otro se fortalece con la derrota del primero. Y su temor a Dios y el que se tienen entre sí parece ahora razonable, pues se ha vuelto real por lo que el Hijo de Dios se ha hecho a sí mismo y por lo que le ha hecho a su Creador.

6. En ninguna otra parte es más evidente la arrogancia en la que se basan las leyes del caos que como sale a relucir aquí. He aquí el principio que pretende definir lo que debe ser el Creador de la realidad; lo que debe pensar y lo que debe creer; y, creyéndolo, cómo debe responder. Ni siquiera se considera necesario preguntarle si eso que se ha decretado que son Sus creencias es verdad. Su Hijo le puede decir lo que ésta es, y la única alternativa que le queda es aceptar la palabra de Su Hijo o estar equivocado. Esto conduce directamente a la tercera creencia descabellada que hace que el caos parezca ser eterno. Pues si Dios no puede estar equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí mismo y odiarlo por ello.

7. Observa cómo se refuerza el temor a Dios por medio de este tercer principio. Ahora se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues Él se ha convertido en el "enemigo" que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. La salvación tampoco puede encontrarse en el Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre y siente que su ataque está justificado. Ahora el conflicto se ha vuelto inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. Pues ahora la salvación jamás será posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.

8. No hay manera de liberarse o escapar. La Expiación se convierte en un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Sólo la destrucción puede ser el resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de ello para derrotar a Su Hijo. No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo que él desea para ti. Ésa es la función de este curso, que no le concede ningún valor a lo que el ego estima.

9. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apropia. Esto conduce a la cuarta ley del caos, que, si las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. Esta supuesta ley es la creencia de que posees aquello de lo que te apropias. De acuerdo con esa ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti mismo. Mas las otras tres leyes no pueden sino conducir a esto. Pues los que son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro, ni procuran compartir las cosas que valoran. Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto de ti.

10. Todos los mecanismos de la locura se hacen patentes aquí: el "enemigo" que se fortalece al mantener oculto el valioso legado que debería ser tuyo; la postura que adoptas y el ataque que infliges, los cuales están justificados por razón de lo que se te ha negado; y la pérdida inevitable que el enemigo debe sufrir para que tú te puedas salvar. Así es como los culpables declaran su inocencia. Si el comportamiento inescrupuloso del enemigo no los forzara a este vil ataque, sólo responderían con bondad. Pero en un mundo despiadado los bondadosos no pueden sobrevivir, de modo que tienen que apropiarse de todo cuanto puedan o dejar que otros se apropien de lo que es suyo.

11. Y ahora queda una vaga pregunta por contestar, que aún no ha sido "explicada". ¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro oculto, que con justa indignación debe arrebatársele  a  éste  el  más  pérfido y astuto  de  los  enemigos?  Debe  de  ser lo que  siempre  has anhelado, pero  nunca  hallaste.  Y  ahora  "entiendes" la  razón  de  que  nunca  lo encontraras. Este enemigo te  lo había  arrebatado  y lo ocultó  donde  jamás  se  te  habría  ocurrido  buscar. Lo  ocultó  en su cuerpo,  haciendo  que  éste  sirviese  de  refugio  para  su culpabilidad, de  escondrijo de  lo que  es  tuyo. Ahora  su cuerpo se  tiene  que  destruir y sacrificar  para  que  tú  puedas  tener  lo que  te  pertenece. La traición  que  él  ha  cometido exige  su muerte  para  que  tú puedas  vivir.  Y  así, sólo atacas  en defensa propia.

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