miércoles, 3 de julio de 2019

T20. V. Los heraldos de la eternidad


*T20. V. Los heraldos de la eternidad*

1. En  este  mundo, el  Hijo de  Dios  se  acerca  al  máximo a  sí  mismo en una  relación santa.  Ahí comienza  a  encontrar la  confianza  que  su Padre  tiene  en él.  Y  ahí  encuentra  su función de  restituir las  leyes  de  su Padre  a  lo  que  no está  operando bajo  ellas  y de  encontrar  lo que  se  había  perdido. Sólo en  el  tiempo se  puede  perder algo,  pero nunca  para  siempre.  Así  pues, las  partes  separadas  del Hijo  de  Dios  se  unen  gradualmente  en el  tiempo,  y con cada  unión el  final  del  tiempo se  aproxima aún  más. Cada  milagro  de  unión es  un poderoso heraldo  de  la  eternidad. Nadie  que  tenga  un solo propósito,  unificado  y seguro, puede  sentir  miedo.  Nadie  que  comparta  con él  ese  mismo  propósito podría  dejar  de  ser uno con él.

2. Cada  heraldo  de  la  eternidad  anuncia  el  fin del  pecado y del  miedo.  Cada  uno de  ellos  habla  en el tiempo  de  lo que  se  encuentra  mucho más  allá  de  éste. Dos  voces  que  se  alzan juntas  hacen un llamamiento al  corazón de  todos  para  que  se  hagan  de  un solo latir.  Y  en  ese  latir  se  proclama  la unidad  del  amor y se  le  da  la  bienvenida.  ¡Que  la  paz  sea  con vuestra  relación santa,  la  cual  tiene  el poder  de  conservar intacta  la  unidad del  Hijo de  Dios! Lo que  le  das  a  tu  hermano es  para  el  bien de todos, y todo  el  mundo  se  regocija  gracias  a  tu regalo. No te  olvides  de  Aquel  que  te  dio los  regalos que  das, y al  no olvidarte  de  Él, recordarás  a  Aquel  que  le  dio los  regalos  para  que  Él  te  los  diera  a ti.

3. Es  imposible  sobrestimar la  valía  de  tu  hermano.  Sólo  el  ego hace  eso, pero ello sólo quiere  decir que  desea  al  otro para  sí  mismo, y, por lo  tanto, que  lo valora  demasiado  poco. Lo  que  goza  de incalculable  valor obviamente  no puede  ser evaluado.  ¿Eres  consciente  del  miedo que  se  produce  al intentar  juzgar  lo que  se  encuentra  tan fuera  del  alcance  de  tu juicio  que  ni  siquiera  lo puedes  ver? No juzgues  lo  que  es  invisible  para  ti, o, de  lo contrario, nunca  lo podrás  ver. Más  bien,  aguarda  con paciencia  su llegada. Se  te  concederá  poder ver  la  valía  de  tu hermano  cuando lo  único que  le desees  sea  la  paz.  Y  lo  que  le  desees  a  él  será  lo que  recibirás.

4. ¿Cómo  podrías  estimar la  valía  de  aquel  que  te  ofrece  paz?  ¿Qué  otra  cosa  podrías  desear, salvo lo  que  te  ofrece?  Su valía  fue  establecida  por su Padre, y tú  te  volverás  consciente  de  ella  cuando recibas  el  regalo que  tu Padre  te  hace  a  través  de  él. Lo  que  se  encuentra  en él  brillará  con  tal  fulgor en  tu agradecida  visión,  que  simplemente  lo amarás  y te  regocijarás. No se  te  ocurrirá  juzgarlo, pues, ¿quién puede  ver la  faz  de  Cristo y aun  así  insistir  en que  juzgar  tiene  sentido?  Pues  esa insistencia  es  propia  de  aquellos  que  no ven. Puedes  elegir  ver o juzgar, pero nunca  ambas  cosas.

5. El  cuerpo de  tu hermano  tiene  tan  poca  utilidad  para  ti  como para  él.  Cuando se  usa  únicamente de  acuerdo con  las  enseñanzas  del  Espíritu  Santo, no tiene  función alguna.  Pues  las  mentes  no necesitan  el  cuerpo  para  comunicarse.  La  visión que  ve  al  cuerpo no le  es  útil  al  propósito de  la relación  santa.  Y  mientras  sigas  viendo  a  tu hermano  como  un cuerpo, los  medios  y el  fin  no estarán en  armonía.  ¿Por qué  se  han de  necesitar  tantos  instantes  santos  para  alcanzar una  relación  santa, cuando  con uno solo bastaría?  No hay más  que  uno. El  pequeño  aliento de  eternidad que  atraviesa  el tiempo  como una  luz  dorada  es  sólo uno:  no ha  habido  nada  antes,  ni  nada  después.

6.  Ves  cada  instante  santo como un punto diferente  en el  tiempo.  Mas  es  siempre  el  mismo instante. Todo lo  que  jamás  hubo o habrá  en él  se  encuentra  aquí  ahora  mismo.  El  pasado no le  resta  nada, y el  futuro no le  añadirá  nada  más.  En el  instante  santo, entonces, se  encuentra  todo. En  él  se encuentra  la  belleza  de  tu relación,  con los  medios  y el  fin  perfectamente  armonizados  ya. En  él  se te  ha  ofrecido  ya  la  perfecta  fe  que  algún día  habrás  de  ofrecerle  a  tu hermano;  en  él  se  ha concedido ya  el  ilimitado perdón  que  le  concederás;  y en él  es  visible  ya  la  faz  de  Cristo que  algún día  habrás  de  contemplar.

7. ¿Cómo  ibas  a  poder  calcular la  valía  de  quien  te  ofrece  semejante  regalo?  ¿Cambiarías  ese  regalo por otro?  Ese  regalo  restituye  las  leyes  de  Dios  nuevamente  a  tu memoria.  Y  sólo por recordarlas, te olvidas de las leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. No es éste un regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. El velo que oculta el regalo, también lo oculta a él. Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. Tú tampoco lo sabes. Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu hermano lo ofrecerá y lo recibirá por vosotros dos. Y a través de Su visión lo verás, y a través de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.

8. Consuélate, y siente como el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta confianza en lo que ve. Él conoce al Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo descansa a salvo y en paz en sus tiernas manos. Consideremos ahora lo que tiene que aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. ¿Quién es él, para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que en ellas está a salvo? Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. Sin embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su confianza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres que te resuelva cualquier pregunta no dudes en ponerte en contacto conmigo a través de e-mail, estaré encantado de ayudarte: edgardomenechcoach@hotmail.com
También puedes buscarme en Facebook como Edgar Doménech Macías.