miércoles, 3 de julio de 2019

T20. II. La ofrenda de azucenas


*T20. II. La ofrenda de azucenas*


1. Observa  todas  las  baratijas  que  se  confeccionan  para  colgarse  del  cuerpo, o para  cubrirlo  o para que  él  las  use. Contempla  todas  las  cosas  inútiles  que  se  han inventado  para  que  sus  ojos  las  vean. Piensa  en las  muchas  ofrendas  que  se  le  hacen para  su deleite, y recuerda  que  todas  ellas  se concibieron  para  que  aquello  que  aborreces  pareciera  hermoso. ¿Utilizarías  eso que  aborreces  para cautivar  a  tu hermano y atraer su atención?  Date  cuenta  de  que  lo único  que  le  ofreces  es  una  corona de  espinas, al  no reconocer el  cuerpo como  lo que  es  y al  tratar de  justificar  la  interpretación  que haces  de  su valor basándote  en la  aceptación  que  tu hermano hace  de  él.  Aun así, el  regalo proclama el  poco valor  que  le  concedes  a  tu  hermano,  del  mismo  modo en que  el  agrado  con que  él  lo acepta refleja  el  poco  valor que  él  se  concede  a  sí  mismo.

2. Si  los  regalos  se  han de  dar  y recibir  de  verdad, no se  pueden  dar a  través  del  cuerpo.  El  cuerpo no puede  ofrecer  ni  aceptar nada;  tampoco puede  dar o quitar  nada. Sólo la  mente  puede  evaluar,  y sólo ella  puede  decidir lo que  quiere  recibir  y lo que  quiere  dar.  Y  cada  regalo  que  ofrece  depende de  lo que  ella  misma  desea.  La  mente  engalanará  con gran esmero  lo que  ha  elegido  como  hogar, y lo  preparará  para  que  reciba  los  regalos  que  ella  desea  obtener,  ofreciéndoselos  a  aquellos  que vengan  a  dicho  hogar, o a  aquellos  que  quiere  atraer a  él.  Y  allí  intercambiarán  sus  regalos, ofreciendo y recibiendo  lo que  sus  mentes  hayan juzgado  como digno  de  ellos.

3. Cada  regalo  es  una  evaluación tanto del  que  recibe  como  del  que  da. No hay nadie  que  no considere  como  un altar  a  sí  mismo  aquello  que  ha  elegido  como su hogar.  Y  no hay nadie  que  no desee  atraer  a  los  devotos  de  lo que  ha  depositado allí, haciendo  que  sea  digno de  la  devoción  de éstos.  Y  todo el  mundo ha  puesto  una  luz  sobre  su altar para  que  otros  puedan ver  lo que  ha depositado en él  y lo hagan  suyo. Éste  es  el  valor que  le  concediste  a  tu hermano  y que  te  concediste a  ti  mismo.  Éste  es  el  regalo  que  le  haces  a  él  y que  te  haces  a  ti  mismo:  el  veredicto acerca  del  Hijo de  Dios  por lo  que  él  es. No te  olvides  de  que  es  a  tu salvador  a  quien le  ofreces  el  regalo.  Ofrécele espinas  y te  crucificas  a  ti  mismo.  Ofrécele  azucenas  y es  a  ti  mismo a  quien liberas.

4.  Tengo gran necesidad de  azucenas,  pues  el  Hijo de  Dios  no me  ha  perdonado.  ¿Y  puedo ofrecerle perdón  cuando él  me  ofrece  espinas?  Pues  aquel  que  le  ofrece  espinas  a  alguien está  todavía  contra mí,  mas  ¿quién podría  ser íntegro sin él?  Sé  su amigo  en mi  nombre, para  que  yo pueda  ser perdonado  y tú puedas  ver  que  el  Hijo  de  Dios  goza  de  plenitud.  Pero examina  primero  el  altar  del hogar  que  has  elegido,  y observa  lo que  allí  has  depositado  para  ofrecérmelo  a  mí.  Si  son espinas cuyas  puntas  refulgen  en una  luz  de  color sangre,  has  elegido  al  cuerpo  como hogar  y lo que  me ofreces  es  separación.  Las  espinas, no obstante,  han desaparecido. Examínalas  más  de  cerca  ahora  y podrás  ver que  tu altar ya  no es  lo  que  era  antes.

5.  Todavía  miras  con  los  ojos  del  cuerpo,  y éstos  sólo  pueden ver espinas.  Sin embargo, has  pedido ver  otra  cosa  y se  te  ha  concedido.  Aquellos  que  aceptan el  propósito del  Espíritu  Santo como  su propósito  comparten asimismo  Su visión.  Y  lo que  le  permite  a  Él  ver  irradiar  Su propósito  desde cada  altar es  algo  tan tuyo  como Suyo. Él  no ve  extraños, sino tan  sólo amigos  entrañables  y amorosos. Él  no ve  espinas, sino únicamente  azucenas  que  refulgen en  el  dulce  resplandor de  la  paz, la  cual  irradia  su luz  sobre  todo lo  que  Él  contempla  y ama.

6. Durante  estas  Pascuas  contempla  a  tu hermano  con otros  ojos.  Tú me  has  perdonado ya.  Sin embargo,  no puedo hacer  uso de  tu regalo  de  azucenas  mientras  tú  no las  veas. Ni  tú puedes  hacer uso de  lo  que  yo te  he  dado mientras  no lo compartas. La  visión del  Espíritu  Santo no es  un regalo nimio ni  algo con lo  que  se  juega  por un rato para  luego dejarse  de  lado. Presta  gran  atención  a  esto, y no creas  que  es  sólo un sueño, una  idea  pueril  con la  que  entretenerte  por un rato,  o un juguete  con el  que  juegas  de  vez  en  cuando y del  que  luego  te  olvidas. Pues  si  eso es  lo  que  crees, eso es  lo que será  para  ti.

7. Gozas  ya  de  la  visión  que  te  permite  ver más  allá  de  las  ilusiones.  Se  te  ha  concedido  para  que  no veas  espinas,  ni  extraños, ni  ningún obstáculo  a  la  paz. El  temor  a  Dios  ya  no significa  nada  para  ti. ¿Quién  temería  enfrentarse  a  las  ilusiones,  sabiendo que  su salvador  está  a  su lado?  Con él  a  tu lado tu  visión se  ha  convertido en  el  poder más  grande  que  Dios  Mismo puede  conceder  para  desvanecer las  ilusiones, pues  lo que  Dios  le  dio al  Espíritu  Santo, tú lo  has  recibido.  El  Hijo de  Dios  cuenta contigo para  su liberación. Pues  tú has  pedido  -y se  te  ha  concedido- la  fortaleza  para  poder enfrentarte  a  este  último obstáculo,  y no ver clavos  ni  espinas  que  crucifiquen  al  Hijo  de  Dios  y lo coronen  como rey  de  la  muerte.

8. El  hogar que  has  elegido  está  al  otro lado,  más  allá  del  velo. Ha  sido cuidadosamente  preparado para ti y ahora está listo para recibirte. No lo verás con los ojos del cuerpo. Sin embargo, ya dispones de todo cuanto puedas necesitar. Tu hogar te ha estado llamando desde los orígenes del tiempo y nunca has sido completamente sordo a su llamada. Oías, pero no sabías cómo mirar, ni hacia dónde. Pero ahora sabes. El conocimiento se encuentra en ti, presto a ser revelado y liberado de todo el terror que lo mantenía oculto. En el amor no hay cabida para el miedo. El himno de la Pascua es el grato estribillo que dice que al Hijo de Dios nunca se le crucificó. Alcemos juntos la mirada, no con miedo, sino con fe. Y no tendremos miedo, pues no veremos ninguna ilusión, sino una senda que conduce a las puertas del Cielo, el hogar que compartimos en un estado de quietud y donde moramos dulcemente y en paz como uno solo.

9. ¿No te gustaría que tu santo hermano te condujese hasta allí? Su inocencia alumbrará tu camino, ofreciéndote su luz guiadora y absoluta protección, y refulgiendo desde el santo altar en su interior donde tú depositaste las azucenas del perdón. Permite que sea él quien te salve de tus ilusiones, y contémplalo con la nueva visión que ve las azucenas y te brinda felicidad. Iremos más allá del velo del temor, alumbrándonos mutuamente el camino. La santidad que nos guía se encuentra dentro de nosotros, al igual que nuestro hogar. De este modo hallaremos lo que Aquel que nos guía dispuso que hallásemos.

10. Este es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del pasado y ha despertado al presente. Ahora es libre, y su comunión con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. Ahora las azucenas de su inocencia no se ven mancilladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguardadas del frío estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para conducirte a salvo a través de ellos hasta el otro lado. Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a casa.

11. He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión, libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. Él no te abandonará, ni dejará a su salvador a merced del dolor. Y gustosamente caminaréis juntos por la senda de la inocencia, cantando según contempláis las puertas del Cielo abiertas de par en par y reconocéis el hogar que os llamó. Concédele a tu hermano libertad y fortaleza para que pueda llegar hasta allí. Y ven ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguardan para que ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te conduce a tu hogar. La lámpara está encendida en ti para que le des luz a tu hermano. Y las mismas manos que se la dieron a tu hermano, te conducirán más allá del miedo al amor.

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