miércoles, 14 de agosto de 2019

T25. VIII. La restitución de la justicia al amor


*T25. VIII. La restitución de la justicia al  amor*

1. El  Espíritu  Santo puede  usar  todo lo que  le  ofreces  para  tu salvación.  Pero no puede  usar lo que  te niegas  a  darle,  ya  que  no puede  quitártelo  sin tu consentimiento. Pues  si  lo hiciera,  creerías  que  te  lo arrebató en  contra  de  tu voluntad.  Y  así, no aprenderías  que  tu voluntad es  no tenerlo. Él  no necesita que  estés  completamente  dispuesto a  entregárselo, pues  si  ese  fuese  el  caso, no tendrías  ninguna necesidad de  Él. Pero sí  necesita  que  prefieras  que  Él  lo  tome  a  que  tú  te  lo quedes  sólo  para  ti,  y que  reconozcas  que  no sabes  qué  es  lo que  no supone  una  pérdida  para  nadie.  Eso es  lo único que  se tiene  que  añadir  a  la  idea  de  que  nadie  tiene  que  perder para  que  tú  ganes. Nada  más.

2. He  aquí  el  único  principio que  la  salvación requiere. No es  necesario  que  tu fe  en él  sea  firme  e inquebrantable  ni  que  esté  libre  del  ataque  de  todas  las  creencias  que  se  oponen a  él. No tienes  una lealtad fija.  Pero recuerda  que  los  que  ya  se  han salvado no tienen  necesidad  de  salvación.  No se  te pide  que  hagas  lo  que  le  resultaría  imposible  a  alguien  que  todavía  está  dividido contra  sí  mismo. No esperes poder encontrar sabiduría en semejante estado mental. Pero siéntete agradecido de que lo único que se te pide es que tengas un poco de fe. ¿Qué les puede quedar a los que todavía creen en el pecado, sino un poco de fe? ¿Qué podrían saber del Cielo y de la justicia de los que se han salvado?

3. Existe una clase de justicia en la salvación de la que el mundo no sabe nada. Para el mundo, la justicia y la venganza son lo mismo, pues los pecadores ven la justicia únicamente como el castigo que merecen, por el que tal vez otro debe pagar, pero del que no es posible escapar. Las leyes del pecado exigen una víctima. Quién ha de ser esa víctima es irrelevante. Pero el costo no puede ser otro que la muerte, y tiene que pagarse. Esto no es justicia, sino demencia. Sin embargo, allí donde el amor significa odio, y la muerte se ve como la victoria y el triunfo sobre la eternidad, la intemporalidad y la vida, ¿cómo se podría definir la justicia sin que la demencia formase parte de ella?

4. Tú que no sabes lo que es la justicia puedes todavía inquirir lo que es y así aprenderlo. La justicia contempla a todos de la misma manera. No es justo que a alguien le falte lo que otro tiene. Pues eso es venganza, sea cual sea la forma que adopte. La justicia no exige ningún sacrificio, pues todo sacrificio se hace a fin de perpetuar y conservar el pecado. El sacrificio es el pago que se ofrece por el costo del pecado, pero no es el costo total. El resto se toma de otro y se deposita al lado de tu pequeño pago, para así "expiar" por todo lo que quieres conservar y no estás dispuesto a abandonar. De esta forma consideras que tú eres en parte la víctima, pero que alguien más lo es en mayor medida. Y en el costo total, cuanto más grande sea la parte que el otro pague, menor será la que pagues tú. Y la justicia, al ser ciega, queda satisfecha cuando recibe su pago, sin que le importe quién es el que paga.

5. ¿Cómo iba a ser eso justicia? Dios no sabe de eso. Pero sí sabe lo que es la justicia, y lo sabe muy bien. Pues Él es totalmente justo con todo el mundo. La venganza es algo ajeno a la Mente de Dios precisamente porque Él conoce la justicia. Ser justo es ser equitativo, no vengativo. Es imposible que la equidad y la venganza puedan coexistir, pues cada una de ellas contradice a la otra y niega su realidad. No puedes compartir la justicia del Espíritu Santo mientras de alguna manera tu mente pueda concebir ser especial. Sin embargo, ¿sería Él justo si condenase a un pecador por los crímenes que éste no cometió aunque él crea que los cometió? ¿Y adónde habría ido a parar la justicia si Él les exigiese a los que están obsesionados con la idea del castigo que, sin ninguna ayuda, la dejasen de lado y percibiesen que no es verdad?

6. A los que todavía creen que el pecado tiene sentido les resulta extremadamente difícil entender la justicia del Espíritu Santo. No pueden sino creer que Él comparte su confusión, y, por lo tanto, no pueden evadir la venganza que forzosamente comporta su propia creencia de lo que es la justicia. Y así, tienen miedo del Espíritu Santo y perciben en Él la "ira" de Dios. Y no pueden confiar en que no los va a aniquilar con rayos extraídos de las "llamas" del Cielo por la Propia Mano iracunda de Dios. Creen que el Cielo es el infierno, y tienen miedo del amor. Y cuando se les dice que nunca han pecado, les invade una profunda sospecha y el escalofrío del miedo. Su mundo depende de la estabilidad del pecado. Y perciben la "amenaza" de lo que Dios entiende por justicia como algo más destructivo para ellos y para su mundo que la venganza, la cual comprenden y aman.

7. Y así, piensan que perder el pecado sería una maldición. Y huyen del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños. ¿Qué otra cosa podría ser Él para ellos, sino un demonio que se viste de ángel para engañarles? ¿Y qué escape les puede ofrecer, sino la puerta que conduce al infierno, la cual, sin embargo, parece ser la puerta al Cielo?

8. La justicia, no obstante, no puede castigar a aquellos que, aunque claman por castigo, tienen un Juez que sabe que en realidad son completamente inocentes. La justicia le obliga a liberarlos y a darles todo el honor que merecen y que se han negado a sí mismos al no ser justos y no poder entender que son inocentes. El amor no es comprensible para los pecadores porque creen que la justicia  no guarda  ninguna  relación con  el  amor  y que  representa  algo  distinto.  Y  de  esta  manera, se percibe  al  amor  como algo  débil,  y a  la  venganza  como muestra  de  fortaleza.  Pues  el  amor  perdió cuando  el  juicio  se  separó  de  su lado, y ahora  es  demasiado  débil  para  poder salvar  a  nadie  del castigo. Pero la  venganza  sin amor ha  cobrado más  fuerza  al  estar separada  y aparte  del  amor. ¿Y qué  otra  cosa  sino la  venganza  puede  ser ahora  lo que  ayuda  y salva, mientras  que  el  amor  es  un espectador pasivo,  impotente, injusto, endeble  e  incapaz  de  salvar?

9. ¿Y  qué  puede  pedirte  el  Amor a  ti  que  piensas  que  todo esto  es  verdad?  ¿Podría  Él,  con justicia  y con  amor, creer que  en  tu confusión tienes  algo  que  dar?  No se  te  pide  que  tengas  mucha  confianza en  Él, sino la  misma  que  ves  que  Él  te  ofrece  y que  reconoces  que  no podrías  tener en  ti  mismo.  Él ve  todo lo que  tú  mereces  a  la  luz  de  la  justicia  de  Dios, pero  también se  da  cuenta  de  que  no puedes aceptarlo.  Su función especial  consiste  en ofrecerte  los  regalos  que  los  inocentes  merecen.  Y  cada regalo que  aceptas  le  brinda  alegría  a  Él  y a  ti.  Él  sabe  que  el  Cielo se  enriquece  con cada  regalo que aceptas.  Y  Dios  Se  alegra  cuando Su Hijo recibe  lo  que  la  amorosa  justicia  sabe  que  le  corresponde. Pues  el  amor y la  justicia  no son diferentes. Precisamente  porque  son lo mismo  la  misericordia  se encuentra  a  la  derecha  de  Dios, y le  da  al  Hijo de  Dios  el  poder de  perdonarse  a  sí  mismo sus pecados.

10. ¿Cómo  se  le  iba  a  poder privar de  algo  a  aquel  que  todo  lo merece?  Pues  eso sería  una  injusticia, y ciertamente  no sería  justo  para  con toda  la  santidad que  hay en él,  por mucho que  él  no la reconozca.  Dios  no sabe  de  injusticias. Él  no permitiría  que  Su Hijo fuese  juzgado por aquellos  que quieren destruirlo y que  no pueden  ver su valía  en absoluto.  ¿Qué  testigos  fidedignos  podrían convocar para  que  hablasen  en su defensa?  ¿Y  quién vendría  a  interceder  en su favor, en lugar de abogar  por su muerte?  Tú no le  harías  justicia.  No obstante, Dios  se  aseguró de  que  se  hiciese justicia  con el  Hijo que  Él  ama,  y de  que  ésta  lo protegiese  de  cualquier  injusticia  que  tratases  de cometer  contra  él, al  creer que  la  venganza  es  su merecido.

11.  De  la  misma  manera  en  que  al  especialismo no le  importa  quién paga  el  costo  del  pecado con tal de  que  se  pague, al  Espíritu  Santo le  es  indiferente  quién  es  el  que  por fin contempla  la  inocencia, con  tal  de  que  ésta  se  vea  y se  reconozca. Pues  con un sólo testigo  basta. La  simple  justicia  no pide nada  más. El  Espíritu  Santo le  pregunta  a  cada  uno si  quiere  ser ese  testigo, de  forma  que  la  justicia pueda  ser restituida  al  amor y quede  allí  satisfecha. Cada  función especial  que  Él  asigna  es  sólo para que  cada  uno aprenda  que  el  amor y la  justicia  no están separados, y que  su unión los  fortalece  a ambos.  Sin amor, la  justicia  está  llena  de  prejuicios  y es  débil.  Y  el  amor sin justicia  es  imposible. Pues  el  amor es  justo y no puede  castigar  sin causa. ¿Qué  causa  podría  haber que  justificase  un ataque  contra  los  que  son inocentes?  El  amor,  entonces,  corrige  todos  los  errores  con justicia, no con  venganza.  Pues  eso sería  injusto para  con la  inocencia.

12.  Tú puedes  ser un testigo perfecto del  poder del  amor y de  la  justicia,  si  comprendes  que  es imposible  que  el  Hijo  de  Dios  merezca  venganza. No necesitas  percibir que  esto  es  verdad  en toda circunstancia.  Tampoco  necesitas  corroborarlo  con tu experiencia  del  mundo, que  no es  sino una sombra  de  todo lo que  realmente  está  sucediendo  dentro  de  ti. El  entendimiento  que  necesitas  no procede  de  ti,  sino de  un Ser más  grande,  tan  excelso y santo  que  no podría  dudar  de  Su propia inocencia.  Tu  función especial  es  que  lo invoques, para  que  te  sonría  a  ti  cuya  inocencia  Él comparte.  Su entendimiento  será  tuyo.  Y  así, la  función especial  del  Espíritu Santo  se  habrá consumado.  El  Hijo  de  Dios  ha  encontrado un testigo  de  su inocencia  y no de  sus  pecados.  ¡Cuán poco,  necesitas  darle  al  Espíritu  Santo para  que  simplemente  se  te  haga  justicia!

13. Sin imparcialidad no hay justicia.  ¿Cómo iba  a  poder ser justo  el  especialismo?  No juzgues, mas no porque  tú seas  también un miserable  pecador,  sino porque  no puedes. ¿Cómo  iban a  poder entender los  que  se  creen especiales  que  la  justicia  es  igual  para  todo  el  mundo?  Quitar a  uno para dar  a  otro es  una  injusticia  contra  ambos, pues  los  dos  son iguales  ante  los  ojos  del  Espíritu  Santo. Su Padre  les  dio a  ambos  la  misma  herencia. El  que  desea  tener más  o tener menos, no es  consciente de  que  lo tiene  todo.  El  que  él  se  crea  privado de  algo no le  da  el  derecho de  ser juez  de  lo que  le corresponde  a  otro. Pues  en tal  caso, no puede  sino sentir envidia  y tratar  de  apoderarse  de  lo que  le pertenece a aquel a quien juzga. No es imparcial ni puede ver de manera justa los derechos de otro porque no es consciente de los suyos propios.

14. Tú tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la completa absolución de todas las consecuencias del pecado, y a la vida eterna, gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios dispuso que Su santo Hijo la tuviese. Ésta es la única justicia que el Cielo conoce y lo único que el Espíritu Santo trae a la tierra. Tu función especial te muestra que sólo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti. Y así, estás a salvo de cualquier forma de venganza. El mundo engaña, pero no puede reemplazar la justicia de Dios con su propia versión. Pues sólo el amor es justo y sólo él puede percibir lo que la justicia no puede sino concederle al Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te vayas a privar a ti mismo de lo que la justicia de Dios ha reservado para ti.

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