sábado, 3 de agosto de 2019

T24. VII. El punto de encuentro


*T24. VII. El punto de encuentro*


1. ¡Cuán  tenazmente  defiende  su especialismo -deseando  que  sea  verdad- todo aquel  que  se encuentra  encadenado  a  este  mundo! Su deseo es  ley para  él, y él  lo obedece.  Todo lo que  su deseo de  ser especial  exige,  él  se  lo concede. Nada  que  este  amado deseo necesite,  él  se  lo  niega.  Y mientras  este  deseo lo llame,  él  no oirá  otra  Voz.  Ningún esfuerzo es  demasiado grande,  ningún costo  excesivo ni  ningún precio  prohibitivo a  la  hora  de  salvar  su deseo de  ser especial  del  más  leve desaire, del  más  mínimo ataque, de  la  menor  duda, del  menor indicio de  amenaza, o de  lo  que  sea, excepto de  la  reverencia  más  absoluta.  Éste  es  tu  hijo, amado por ti  como tú  lo eres  por tu  Padre. Él es  quien  ocupa  el  lugar de  tus  creaciones, que  sí  son tu hijo,  y que  se  te  dieron para  que compartieses  la  Paternidad de  Dios;  no para  que  se  la  arrebatases. ¿Quién es  este  hijo que  has  hecho para  que  sea  tu  fortaleza?  ¿Qué  criatura  de  la  tierra  es  ésta  sobre  la  que  se  vuelca  tanto amor?  ¿Qué parodia  de  la  creación de  Dios  es  ésta  que  ocupa  el  lugar  de  tus  creaciones?  ¿Y  dónde  se  encuentran éstas, ahora  que  el  anfitrión de  Dios  ha  encontrado otro  hijo al  que  prefiere  en lugar de  ellas?

2. El  recuerdo  de  Dios  no brilla  a  solas. Lo que  se  encuentra  en tu hermano todavía  contiene  dentro de  sí  toda  la  creación;  todo  lo creado  y todo lo que  crea;  todo lo nacido o por nacer;  lo  que  todavía está  en el  futuro y lo que  aparentemente  ya  pasó. Lo  que  se  encuentra  en él  es  inmutable,  y cuando reconozcas  esto, reconocerás  también  tu propia  inmutabilidad. La  santidad  que  mora  en ti  le pertenece  a  tu hermano.  Y  al  verla  en  él, regresa  a  ti.  Todo tributo que  le  hayas  prestado  a  tu especialismo  le  corresponde  a  él,  y de  esta  manera  regresa  a  ti.  Todo  el  amor  y cuidado  que  le profesas  a  tu  especialismo, la  absoluta  protección que  le  ofreces, tu  constante  desvelo por él  día  y noche,  tu profunda  preocupación,  así  como  la  firme  convicción de  que  eso es  lo que  eres,  le corresponden  a  tu hermano.  Todo  lo que  le  has  dado a  tu  especialismo le  corresponde  a  él.  Y  todo lo que  le  corresponde  a  él  te  corresponde  a  ti.

3. ¿Cómo  ibas  a  poder  reconocer  tu valía  mientras  te  domine  el  deseo  de  ser especial?  ¿Cómo  no ibas  a  poder reconocerla  en su santidad?  No trates  de  convertir  tu especialismo  en la  verdad,  pues  si lo  fuese  estarías  ciertamente  perdido.  En lugar  de  ello,  siéntete  agradecido  de  que  se  te  haya concedido ver  la  santidad de  tu  hermano debido a  que  es  la  verdad.  Y  lo  que  es  verdad con respecto a  él  tiene  que  ser igualmente  verdad con respecto a  ti.

4. Hazte a ti mismo esta pregunta: ¿Puedes proteger la mente? El cuerpo sí, un poco, mas no del tiempo, sino temporalmente. Y mucho de lo que crees que lo protege, en realidad le hace daño. ¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en esa elección radica tanto su salud como su destrucción. Si lo proteges para exhibirlo o como carnada para pescar otro pez, o bien para albergar más elegantemente tu especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de tu odio, lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte. Y si ves ese mismo propósito en el cuerpo de tu hermano, tal es la condena del tuyo. Teje, en cambio, un marco de santidad alrededor de tu hermano, de modo que la verdad pueda brillar sobre él y salvarte a ti de la putrefacción.

5. El Padre mantiene a salvo todo lo que creó, lo cual no se ve afectado por las falsas ideas que has inventado, debido a que tú no fuiste su creador. No permitas que tus absurdas fantasías te atemoricen. Lo que es inmortal no puede ser atacado y lo que es sólo temporal no tiene efectos. Únicamente el propósito que ves en ello tiene significado, y si éste es verdad, su seguridad está garantizada. Si no es verdad, no tiene propósito alguno, ni sirve como medio para nada. Cualquier cosa que se perciba como medio para la verdad comparte la santidad de ésta y descansa en una luz tan segura como la verdad misma. Esa luz no desaparecerá cuando ello se haya desvanecido. Su santo propósito le confirió inmortalidad, encendiendo otra luz en el Cielo, que tus creaciones reconocen como un regalo procedente de ti: como una señal de que no te has olvidado de ellas.

6. La prueba a la que puedes someter todas las cosas en esta tierra es simplemente esta: ¿"Para qué es"? La contestación a esta pregunta es lo que le confiere el significado que ello tiene para ti. De por sí, no tiene ninguno; sin embargo, tú le puedes otorgar realidad, según el propósito al que sirvas. En esto no eres más que un medio, al igual que ello. Dios es a la vez Medio y Fin. En el Cielo, los medios y el fin son uno y lo mismo, y son uno con Él. Éste es el estado de verdadera creación, el cual no se encuentra en el tiempo, sino en la eternidad. Es algo indescriptible para cualquiera aquí. No hay modo de aprender lo que ese estado significa. No se comprenderá hasta que vayas más allá de lo Dado y vuelvas a construir un santo hogar para tus creaciones.

7. Un co-creador con el Padre tiene que tener un Hijo. Sin embargo, este Hijo tiene que haber sido creado a semejanza de Sí Mismo: como un ser perfecto, que todo lo abarca y es abarcado por todo, al que no hay nada que añadir ni nada que restar; un ser que no tiene tamaño, que no ha nacido en ningún lugar o tiempo ni está sujeto a límites o incertidumbres de ninguna clase. Ahí los medios y el fin se vuelven uno, y esta unidad no tiene fin. Todo esto es verdad, y, sin embargo, no significa nada para quien todavía retiene en su memoria una sola lección que aún no haya aprendido, un solo pensamiento cuyo propósito sea aún incierto o un solo deseo con dos objetivos.

8. Este curso no pretende enseñar lo que no se puede aprender fácilmente. Su alcance no excede el tuyo, excepto para señalar que lo que es tuyo te llegará cuando estés listo. Aquí los medios y el propósito están separados porque así fueron concebidos y así se perciben. Por lo tanto, los tratamos como si lo estuviesen. Es esencial tener presente que toda percepción seguirá estando invertida hasta que se haya comprendido su propósito. La percepción no parece ser un medio. Y es esto lo que hace que sea tan difícil entender hasta qué punto depende del propósito que tú le asignas. Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que tú querías que fuese verdad.

9. Contémplate a ti mismo y verás un cuerpo. Contempla este cuerpo bajo otra luz y se verá diferente. Y sin ninguna luz parecerá haber desaparecido. Sin embargo, estás convencido de que está ahí porque aún puedes sentirlo con tus manos y oír sus movimientos. He aquí la imagen que quieres tener de ti mismo; el medio para hacer que tu deseo se cumpla. Te proporciona los ojos con los que lo contemplas, las manos con las que lo sientes y los oídos con los que escuchas los sonidos que emite. De este modo te demuestra su realidad.

10. Así es como el cuerpo se convierte en una teoría de ti mismo, sin proveerte de nada que pueda probar que hay algo más allá de él, ni de ninguna posibilidad de escape a la vista. Cuando se contempla a través de sus propios ojos, su curso es inescapable. El cuerpo crece y se marchita, florece y muere. Y tú no puedes concebirte a ti mismo aparte de él. Lo tildas de pecaminoso y odias sus acciones, tachándolo de malvado. No obstante, tu deseo de ser especial susurra: "He aquí a mi amado hijo, en quien me complazco". Así es como el "hijo" se convierte en el medio para apoyar el propósito de su "padre". No es idéntico, ni siquiera parecido, aunque aún es el medio de ofrecer al "padre" lo que él quiere. Tal es la parodia que se hace de la creación de Dios. Pues de la misma manera en que haber creado a Su Hijo hizo feliz al Padre -además de dar testimonio de Su Amor y de compartir Su propósito- así el cuerpo da testimonio de la idea que lo concibió, y habla en favor de la realidad y verdad de ésta.

11. De esta manera se concibieron dos hijos, y ambos parecen caminar por esta tierra sin un lugar donde poderse reunir y sin un punto de encuentro. A uno de ellos -tu amado hijo- lo percibes como externo a ti. El otro -el Hijo de su Padre- descansa en el interior de tu hermano tal como descansa en el tuyo. La diferencia entre ellos no estriba en sus apariencias, ni en el lugar hacia donde se dirigen y ni siquiera en lo que hacen. Tienen distintos propósitos. Eso es lo que los une a los que son semejantes a ellos y lo que los separa de todo lo que tiene un propósito diferente. El Hijo de Dios conserva aún la Voluntad de su Padre. El hijo del hombre percibe una voluntad ajena y desea que sea verdad. Y así, su percepción apoya su deseo, haciendo que parezca verdad. La percepción, sin embargo, puede servir para otro propósito. No está sujeta al deseo de ser especial, excepto si así lo decides. Y se te ha concedido poder tomar otra decisión y usar la percepción para un propósito diferente. Y lo que veas servirá debidamente para ese propósito y te demostrará su realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si quieres que te resuelva cualquier pregunta no dudes en ponerte en contacto conmigo a través de e-mail, estaré encantado de ayudarte: edgardomenechcoach@hotmail.com
También puedes buscarme en Facebook como Edgar Doménech Macías.