miércoles, 14 de agosto de 2019

T25. I. El vínculo con la verdad


*T25. I. El vínculo con la verdad*


1. No puede  ser difícil  llevar a  cabo  la  tarea  que  Cristo te  encomendó,  pues  es  Él  quien  la desempeña.  Y  a  medida  que  la  llevas  a  cabo,  aprendes  que  el  cuerpo  sólo  aparenta  ser el  medio para ejecutarla.  Pues  la  Mente  es  Suya. Por lo tanto, tiene  que  ser tuya. Su santidad  dirige  al  cuerpo  a través  de  la  mente  que  es  una  con Él.  Y  tú te  pones  de  manifiesto ante  tu  santo  hermano,  tal  como él lo hace ante ti. He aquí el encuentro del santo Cristo Consigo Mismo, donde no se percibe ninguna diferencia que se interponga entre ninguno de los aspectos de Su santidad, los cuales se encuentran, se funden y elevan a Cristo hasta Su Padre, íntegro, puro y digno de Su Amor eterno.

2. ¿De qué otra manera podrías poner de manifiesto al Cristo en ti, sino contemplando la santidad y viéndolo a Él en ella? La percepción te dice que tú te pones de manifiesto en lo que ves. Si contemplas el cuerpo, creerás que ahí es donde te encuentras tú. Y todo cuerpo que veas te recordará a ti mismo: tu pecaminosidad, tu maldad, pero sobre todo, tu muerte. ¿No aborrecerías e incluso intentarías matar a quien te dijese algo así? El mensaje y el mensajero son uno. Y no puedes sino ver a tu hermano como te ves a ti mismo. Enmarcado en su cuerpo verás su pecaminosidad, en la que tú te alzas condenado. En su santidad, el Cristo en él se proclama a Sí Mismo como lo que eres tú.

3. La percepción es la elección de lo que quieres ser, del mundo en el que quieres vivir y del estado en el que crees que tu mente se encontrará contenta y satisfecha. La percepción elige donde crees que reside tu seguridad, de acuerdo con tu decisión. Te revela lo que eres tal como tú quieres ser. Y es siempre fiel a tu propósito, del que nunca se aparta, y no da el más mínimo testimonio de nada que no esté de acuerdo con el propósito de tu mente. Lo que percibes es parte de lo que tienes como propósito contemplar, pues los medios y el fin no están nunca separados. Y así aprendes que lo que parece tener una vida aparte en realidad no tiene vida en absoluto.

4. Tú eres el medio para llegar a Dios; no estás separado ni tienes una vida aparte de la Suya. Su Vida se pone de manifiesto en ti que eres Su Hijo. Cada uno de Sus aspectos está enmarcado en santidad y pureza perfectas, y en un amor celestial tan absoluto que sólo anhela liberar todo lo que contempla para que se una a él. Su resplandor brilla a través de cada cuerpo que contempla, y lleva toda la obscuridad de éstos ante la luz al mirar simplemente más allá de ella hacia la luz. El velo se descorre mediante su ternura y nada oculta la faz de Cristo de los que la contemplan. Tu hermano y tú os encontráis ante Él ahora, para dejar que Él descorra el velo que parece manteneros separados y aparte.

5. Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se presenta así a fin de que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno, de la misma manera en que todos tus hermanos están unidos en la verdad cual uno. Cristo y Su Padre jamás han estado separados, y Cristo mora en tu entendimiento, en aquella parte de ti que comparte la Voluntad de Su Padre. El Espíritu Santo es el vínculo entre la otra parte -el demente y absurdo deseo de estar separado, de ser diferente y especial- y el Cristo, para hacer que la unicidad le resulte clara a lo que es realmente uno. En este mundo esto no se entiende, pero se puede enseñar.

6. El Espíritu Santo apoya el propósito de Cristo en tu mente, de forma que tu deseo de ser especial pueda ser corregido allí donde se encuentra el error. Debido a que Su propósito sigue siendo el mismo que el del Padre y el del Hijo, Él conoce la Voluntad de Dios, así como lo que tú realmente quieres. Pero esto sólo lo puede comprender la mente que se percibe a sí misma como una, y que, consciente de que es una, lo experimenta así. La función del Espíritu Santo es enseñarte cómo experimentar esta unicidad, qué tienes que hacer para experimentarla y adónde debes dirigirte para lograrlo.

7. De acuerdo con esto, se considera al tiempo y al espacio como si fueran distintos, pues mientras pienses que una parte de ti está separada, el concepto de una unicidad unida cuál una sola no tendrá sentido. Es obvio que una mente así de dividida jamás podría ser el maestro de la Unicidad que une a todas las cosas dentro de Sí. Y, por lo tanto, lo que está dentro de esta mente, y en efecto une a todas las cosas, no puede sino ser su Maestro. Él necesita, no obstante, utilizar el idioma que dicha mente entiende, debido a la condición en que esta mente cree encontrarse. Y tiene que valerse de todo lo que ella ha aprendido para transformar las ilusiones en verdad y eliminar todas tus falsas ideas acerca de lo que eres, a fin de conducirte allende la verdad que se encuentra más allá de ellas. Todo lo  cual  puede  resumirse  muy  simplemente  de  la  siguiente  manera:  Lo  que  es  lo mismo  no puede  ser diferente, y lo que  es  uno no puede  tener  partes  separadas.

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