sábado, 3 de agosto de 2019

T24. VI. Cómo escaparse del miedo


*T24. VI. Cómo escaparse del miedo*


1. El  mundo se  aquieta  ante  la  santidad  de  tu hermano, y la  paz  desciende  sobre  él  dulcemente  y con una  bendición  tan completa  que  desaparece  todo  vestigio  de  conflicto que  pudiese  acecharte  en la obscuridad  de  la  noche. Él  es  quien te  salva  de  tus  sueños  de  terror. Él  sana  tu  sensación  de sacrificio  y tu temor  de  que  el  viento  disperse  lo que  tienes  y lo convierta  en  polvo. En él  descansa tu  certeza  de  que  Dios  está  aquí  y de  que  está  contigo ahora.  Mientras  él  sea  lo que  es, puedes  estar seguro de  que  es  posible  conocer  a  Dios  y de  que  lo  conocerás. Pues  Él  nunca  podría  abandonar  a Su Propia  creación.  Y  la  señal  de  que  esto es  así  reside  en tu hermano, que  se  te  da  para  que  todas tus  dudas  acerca  de  ti  mismo puedan  desaparecer  ante  su santidad.  Ve  en  él  la  creación de  Dios, pues  en él  su Padre  aguarda  tu reconocimiento de  que  Él  te  creó  como parte  de  Sí  Mismo.

2. Sin ti, a  Dios  le  faltaría  algo,  el  Cielo estaría  incompleto y habría  un Hijo sin Padre.  No habría universo  ni  realidad. Pues  lo que  Dios  dispone  es  íntegro y forma  parte  de  Él  porque  Su  Voluntad es una.  No hay cosa  viviente  que  no forme  parte  de  Él  ni  nada  que  no viva  en  Él. La  santidad  de  tu hermano te  muestra  que  Dios  es  uno con  él  y contigo, y que  lo  que  tu hermano tiene  es  tuyo  porque tú  no estás  separado de  él  ni  de  su Padre.

3. No hay nada  en todo el  universo que  no te  pertenezca.  No hay  nada  que  Dios  haya  creado que  Él no haya  puesto amorosamente  ante  ti  para  que  sea  tuyo para  siempre.  Y  ningún  Pensamiento  que  se encuentre  en Su Mente  puede  estar ausente  de  la  tuya. Su  Voluntad  es  que  compartas  con Él  Su Amor por ti  y que  te  contemples  a  ti  mismo  tan amorosamente  como  Él  te  concibió antes  de  que este  mundo diera  comienzo, y como  todavía  te  conoce. Dios  no cambia  de  parecer  con respecto  a  Su Hijo  por razón de  circunstancias  pasajeras  que  no tienen ningún significado  en la  eternidad  en la que  Él  mora  y en la  que  tú moras  con  Él.  Tu hermano es  exactamente  tal  como  Él  lo creó.  Y  esto es lo  que  te  salva  de  un mundo  que  Él  no creó.

4. No olvides  que  el  único  propósito de  este  mundo es  sanar al  Hijo de  Dios. Ése  es  el  único propósito  que  el  Espíritu Santo  ve  en él,  y, por lo tanto, es  el  único que  tiene.  Hasta  que  no veas  la curación del  Hijo como  lo único  que  deseas  que  tanto este  mundo como  el  tiempo  y todas  las apariencias  lleven a  cabo,  no conocerás  al  Padre, ni  te  conocerás  a  ti  mismo. Pues  usarás  al  mundo para  un propósito distinto del  que  tiene, y no te  podrás  librar  de  sus  leyes  de  violencia  y de  muerte. Sin embargo,  se  te  ha  concedido  estar más  allá  de  sus  leyes  desde  cualquier punto  de  vista,  en todo sentido  y en toda  circunstancia,  en toda  tentación de  percibir  lo que  no está  ahí  y en  toda  creencia  de que el Hijo de Dios puede experimentar dolor por verse a sí mismo como no es.

5. Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo. Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. No dejes que su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes. Y un solo pecado que veas en él será suficiente para manteneros a ambos en el infierno. Mas su perfecta impecabilidad os liberará a ambos, pues la santidad es totalmente imparcial y sólo emite un juicio con respecto a todo lo que contempla. Y ese juicio no lo emite sola, sino a través de la Voz que habla por Dios en todo aquello que vive y que comparte Su Ser.

6. Su impecabilidad es lo que los ojos que ven pueden contemplar. Su hermosura, lo que ven en todo. Y es a Él a Quien buscan por todas partes, y no hay panorama, tiempo o lugar donde Él no esté. En la santidad de tu hermano -el marco perfecto para tu salvación y para la salvación del mundo- se encuentra el radiante recuerdo de Aquel en Quien tu hermano vive y en Quien tú vives junto con él. No te dejes cegar por el velo del deseo de ser especial que oculta la faz de Cristo de los ojos de tu hermano, así como de los tuyos. No permitas tampoco que el temor a Dios te siga privando de la visión que Dios dispuso que tuvieses. El cuerpo de tu hermano no te muestra a Cristo. A Él sólo se le puede ver dentro del marco de su santidad.

7. Elige, pues, lo que deseas ver: su cuerpo o su santidad; y lo que elijas será lo que contemplarás. Y serán muchas las ocasiones en las que tendrás que elegir, a lo largo de un tiempo que no parece tener fin, hasta que te decidas en favor de la verdad. Pues la eternidad no se puede recuperar negando una vez más al Cristo en tu hermano. ¿Y dónde se encontraría tu salvación si él sólo fuese un cuerpo? ¿Dónde se encuentra tu paz, sino en su santidad? ¿Y dónde está Dios Mismo, sino en aquella parte de Sí que Él ubicó para siempre en la santidad de tu hermano, a fin de que tú pudieras ver la verdad acerca de ti mismo, expuesta por fin en términos que puedes reconocer y comprender?

8. La santidad de tu hermano es sacramento y bendición para ti. Sus errores no pueden privarlo de la bendición de Dios, ni tampoco a ti que lo ves correctamente. Sus errores pueden causar demora, de la cual se te ha encomendado que lo libres para que ambos podáis completar una jornada que jamás comenzó y que no es necesario finalizar. Lo que nunca existió no es parte de ti. No obstante, pensarás que lo es hasta que te des cuenta de que ello no es parte de aquel que está a tu lado. Él es el reflejo de ti mismo, donde ves el juicio que has emitido de los dos. El Cristo en ti contempla su santidad. Tu deseo de ser especial percibe su cuerpo y no lo ve a él.

9. Contémplalo tal como es, a fin de que tu liberación no se demore en llegar. Lo único que te ofrece la otra opción es vagar sin rumbo, sin propósito y sin haber logrado nada en absoluto. Y mientras tu hermano siga dormido y no se haya liberado del pasado, te atormentará una sensación de futilidad por no haber llevado a cabo la función que se te encomendó. Se te ha encomendado salvar de la condenación a aquel que se condenó a sí mismo, y a ti junto con él, para que así tanto tú como él os podáis salvar. Y ambos veréis la gloria de Dios en Su Hijo, a quien tomasteis por carne y a quien sometisteis a leyes que no tienen poder alguno sobre él.

10. ¿No te alegraría descubrir que no estás sujeto a esas leyes? No lo veas a él, entonces, como prisionero de ellas. No es posible que lo que gobierna a una parte de Dios no gobierne al resto. Te sometes a ti mismo a las leyes que consideras que rigen a tu hermano. Piensa, entonces, cuán grande tiene que ser el Amor de Dios por ti, para que Él te haya dado una parte de Sí Mismo a fin de evitarte dolor y brindarte dicha. Y nunca dudes de que tu deseo de ser especial desaparecerá ante la Voluntad de Dios, que ama y cuida cada aspecto de Sí Mismo por igual. El Cristo en ti puede ver a tu hermano correctamente. ¿Te opondrías entonces a la santidad que Él ve?

11. Ser especial es la función que tú te asignaste a ti mismo. Te representa exclusivamente a ti, como un ser que se creó a sí mismo, auto-suficiente, sin necesidad de nada y separado de todo lo que se encuentra más allá de su cuerpo. Ante los ojos del especialismo tú eres un universo separado, capaz de mantenerse completo en sí mismo, con todas las puertas aseguradas contra cualquier intromisión y todas las ventanas cerradas herméticamente para no dejar pasar la luz. Y al estar siempre furioso por el constante ataque al que siempre crees estar sometido y al sentir que tu ira está plenamente justificada, te has empeñado en lograr este objetivo con un ahínco del cual jamás pensaste desistir y con un esfuerzo que nunca pensaste abandonar. Y toda esa feroz determinación fue para esto: querías que ser especial fuese la verdad.

12. Ahora simplemente se te pide que persigas otra meta que requiere mucha menos vigilancia, muy poco esfuerzo y muy poco tiempo, y que está apoyada por el poder de Dios que garantiza tu éxito. Sin embargo, de las dos metas, ésta es la que te resulta más difícil. Entiendes el "sacrificio" de tu ser que la otra supone, aunque no consideras que ello sea un costo excesivo. Pero tener un poco de buena voluntad, darle una señal de asentimiento a Dios, o darle la bienvenida al Cristo en ti, te parece una carga agotadora y tediosa, demasiado pesada para ti. Sin embargo, la dedicación a la verdad tal como Dios la estableció no entraña sacrificios ni conlleva esfuerzo alguno, y todo el poder del Cielo y la fuerza de la verdad misma se te dan a fin de proveerte los medios y garantizar la consecución de la meta.

13. Tú que crees que es más fácil ver el cuerpo de tu hermano que su santidad, asegúrate de que entiendes lo que dio lugar a ese juicio. Ahí es donde se oye claramente la voz del deseo de ser especial juzgando contra Cristo y estableciendo el objetivo que puedes alcanzar y lo que no puedes hacer. No olvides que ese juicio debe aplicarse igualmente a lo que haces con él en cuanto que aliado tuyo. Pero lo que haces a través de Cristo él no lo sabe. Para Cristo dicho juicio no tiene ningún sentido, pues sólo lo que la Voluntad de Su Padre dispone es posible y no hay ninguna otra alternativa que Él pueda ver. Y de Su absoluta falta de conflicto procede tu paz. Y de Su propósito, los medios para lograr fácilmente tu objetivo y hallar descanso.

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