miércoles, 14 de agosto de 2019

T25. VI. Tu función especial


*T25. VI. Tu función especial*

1. La  gracia  de  Dios  descansa  dulcemente  sobre  los  ojos  que  perdonan,  y todo lo  que  éstos contemplan le  habla  de  Dios  al  espectador. Él  no ve  maldad, ni  nada  que  temer  en el  mundo  o nadie que  sea  diferente  de  él.  Y  de  la  misma  manera  en  que  ama  a  otros  con amor  y con dulzura,  así  se contempla  a  sí  mismo.  Él  no se  condenaría  a  sí  mismo  por sus  propios  errores  tal  como  tampoco condenaría  a  otro. No es  un árbitro  de  venganzas  ni  un castigador de  pecadores. La  dulzura  de  su mirada  descansa  sobre  sí  mismo con  toda  la  ternura  que  les  ofrece  a  los  demás.  Pues  sólo quiere curar  y bendecir.  Y  puesto que  actúa  en  armonía  con la  Voluntad  de  Dios, tiene  el  poder de  curar y bendecir a  todos  los  que  contempla  con la  gracia  de  Dios  en  su mirada. 

2. Los  ojos  se  acostumbran a  la  obscuridad,  y la  luz  de  un día  soleado les  resulta  dolorosa  a  los  ojos aclimatados  desde  hace  mucho  a  la  tenue  penumbra  que  se  percibe  durante  el  crepúsculo.  Dichos ojos  esquivan  la  luz  del  sol  y la  claridad  que  ésta  le  brinda  a  todo lo que  contemplan. La  penumbra parece  mejor:  más  fácil  de  ver y de  reconocer. De  alguna  manera  lo vago y lo  sombrío parece  ser más  fácil  de  contemplar  y menos  doloroso para  los  ojos  que  lo que  es  completamente  claro  e inequívoco. Éste, no obstante,  no es  el  propósito  de  los  ojos, y ¿quién  puede  decir que  prefiere  la obscuridad  y al  mismo tiempo afirmar que  desea  ver? 

3.  Tu deseo de  ver hace  que  la  gracia  de  Dios  descienda  sobre  tus  ojos, trayendo consigo el  regalo de  luz  que  hace  que  la  visión sea  posible. ¿Quieres  realmente  contemplar a  tu  hermano?  A  Dios  le complacería  que  lo hicieses. No es  Su  Voluntad que  no reconozcas  a  tu  salvador.  Tampoco es  Su Voluntad que  tu salvador no desempeñe  la  función  que  Él  le  encomendó. No dejes  que  se  siga sintiendo solo por más  tiempo,  pues  los  que  se  sienten  solos  son aquellos  que  no ven ninguna función  en el  mundo que  ellos  puedan desempeñar,  ningún lugar en  el  que  se  les  necesite, ni  ningún objetivo  que  sólo  ellos  puedan  alcanzar perfectamente. 

4. Ésta  es  la  percepción  benévola  que  el  Espíritu  Santo tiene  del  deseo de  ser especial:  valerse  de  lo que  tú hiciste  para  sanar  en vez  de  para  hacer  daño.  A  cada  cual  Él  le  asigna  una  función  especial  en la  salvación  que  sólo él  puede  desempeñar, un papel  exclusivamente  para  él.  Y  el  plan no se  habrá llevado a  término  hasta  que  cada  cual  descubra  su función  especial  y desempeñe  el  papel  que  se  le asignó  para  completarse  a  sí  mismo  en un mundo donde  rige  la  incompleción. 

5.  Aquí,  donde  las  leyes  de  Dios  no rigen de  forma  perfecta, él  todavía  puede  hacer una  cosa perfectamente  y llevar  a  cabo  una  elección  perfecta.  Y  por este  acto  de  lealtad  especial  hacia  uno que  percibe  como diferente  de  sí  mismo,  se  da  cuenta  de  que  el  regalo  se  le  otorgó a  él  mismo  y, por lo  tanto,  de  que  ambos  tienen que  ser necesariamente  uno. El  perdón es  la  única  función  que  tiene sentido  en el  tiempo.  Es  el  medio del  que  el  Espíritu  Santo se  vale  para  transformar el  especialismo de  modo que  de  pecado pase  a  ser salvación.  El  perdón es  para  todos. Mas  sólo es  completo  cuando descansa sobre todos, y toda función que este mundo tenga se completa con él. Entonces el tiempo cesa. No obstante, mientras se esté en el tiempo, es mucho lo que todavía queda por hacer. Y cada uno tiene que hacer lo que se le asignó, pues todo el plan depende de su papel. Cada uno tiene un papel especial en el tiempo, pues eso fue lo que eligió, y, al elegirlo, hizo que fuese así para él. No se le negó su deseo, sino que se modificó la forma del mismo, de manera que redundase en beneficio de su hermano y de él, y se convirtiese de ese modo en un medio para salvar en vez de para llevar a la perdición. 

6. La salvación no es más que un recordatorio de que este mundo no es tu hogar. No se te imponen sus leyes, ni sus valores son los tuyos. Y nada de lo que crees ver en él se encuentra realmente ahí. Esto se ve y se entiende a medida que cada cual desempeña su papel en el des-hacimiento del mundo, tal como desempeñó un papel en su fabricación. Cada cual dispone de los medios para ambas posibilidades, tal como siempre dispuso de ellos. Dios dispuso que el especialismo que Su Hijo eligió para hacerse daño a sí mismo fuese igualmente el medio para su salvación desde el preciso instante en que tomó esa decisión. Su pecado especial pasó a ser su gracia especial. Su odio especial se convirtió en su amor especial. 

7. El Espíritu Santo necesita que desempeñes tu función especial, de modo que la Suya pueda consumarse. No pienses que no tienes un valor especial aquí. Tú lo quisiste, y se te concedió. Todo lo que has hecho se puede utilizar, fácil y provechosamente, a favor de la salvación. El Hijo de Dios no puede tomar ninguna decisión que el Espíritu Santo no pueda emplear a su favor, en vez de contra él. Sólo en la obscuridad parece ser un ataque tu deseo de ser especial. En la luz, lo ves como la función especial que te corresponde desempeñar en el plan para salvar al Hijo de Dios de todo ataque y hacerle entender que está a salvo, tal como siempre lo estuvo y lo seguirá estando, tanto en el tiempo como en la eternidad. Ésta es la función que se te encomendó con respecto a tu hermano. Acéptala dulcemente de la mano de tu hermano, y deja que la salvación se consume perfectamente en ti. Haz sólo esto y todo se te dará. 

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