domingo, 24 de marzo de 2019

T11. II. La invitación a curar


*T11. II. La  invitación a curar*

1. Si  la  enfermedad es  separación, la  decisión  de  curar y de  ser curado es, por lo tanto, el  primer paso en el  proceso de  reconocer lo  que  verdaderamente  quieres.  Todo ataque  te  aleja  de  esto, y todo pensamiento  curativo  te  lo  acerca. El  Hijo de  Dios  incluye  tanto al  Padre  como al  Hijo porque  es  a la  vez  Padre  e  Hijo. Unir tener y ser es  unir tu  voluntad a  la  Suya, pues  lo  que  Su  Voluntad ha dispuesto  para  ti  es  Él  Mismo.  Y  tu voluntad es  entregarte  a  Él  porque, en tu  perfecto  entendimiento de  Él, sabes  que  no hay  sino una  sola  Voluntad.  Mas  cuando  atacas  a  cualquier  parte  de  Dios  o de Su Reino  tu entendimiento no es  perfecto, y,  por consiguiente,  pierdes  lo  que  realmente  quieres.

2. Curar,  por lo tanto,  se  convierte  en  una  lección de  entendimiento,  y cuanto  más  la  practicas  mejor maestro y alumno te  vuelves. Si  has  negado  la  verdad,  ¿qué  mejores  testigos  de  su realidad  podrías tener que  aquellos  que  han  sido curados  por ella?  Pero asegúrate  de  contarte  a  ti  mismo  entre  ellos, pues  estando  dispuesto a  unirte  a  ellos  es  como te  curarás.  Todo milagro que  obras  te  habla  de  la Paternidad de  Dios.  Todo pensamiento curativo  que  aceptas, proceda  éste  de  un hermano o de  tu propia  mente, te  enseña  que  eres  el  Hijo de  Dios. En  todo pensamiento hiriente  que  albergues, independientemente  de  donde  lo percibas, yace  la  negación de  la  Paternidad de  Dios  y de  tu relación  filial  con  Él.

3.  Y  la  negación  es  tan total  como  el  amor. No puedes  negar  parte  de  ti  mismo porque  el  resto parecerá  estar separado de  ti, y,  por lo tanto,  desprovisto de  significado.  Y  al  no tener  significado para  ti, no lo  entenderás. Negar el  significado  de  algo  equivale  a  no comprenderlo.  Únicamente puedes  curarte  a  ti  mismo porque  únicamente  el  Hijo de  Dios  tiene  necesidad de  curación.  Tienes necesidad de  ella  porque  no te  entiendes  a  ti  mismo, y, por lo  tanto,  no sabes  lo  que  haces. Puesto que  te  has  olvidado  de  lo  que  es  tu voluntad,  no sabes  lo que  realmente  quieres.

4. La  curación  es  señal  de  que  quieres  reinstaurar la  plenitud.  Y  el  hecho de  que  estés  dispuesto a ello es  lo que  te  permite  oír la  Voz  del  Espíritu Santo,  Cuyo mensaje  es  la  plenitud.  Él  te  capacitará para  que  vayas  mucho  más  allá  de  la  curación que  lograrías  por tu  cuenta,  pues  a  tu pequeña  dosis de  buena  voluntad  para  reinstaurar  la  plenitud Él  sumará  toda  Su  Voluntad,  haciendo  así  que  la  tuya sea  plena. ¿Qué  podría  haber  que  el  Hijo  de  Dios  no pudiese  alcanzar  cuando la  Paternidad  de  Dios se  encuentra  en él?  Mas  la  invitación  tiene  que  proceder  de  ti,  pues  sin duda  debes  haber  aprendido que  aquel  a  quien invites  a  ser tu  huésped, será  quien  morará  en  ti.

5. El  Espíritu  Santo no puede  hablarle  a  un anfitrión  que  no le  dé  la  bienvenida,  puesto que  no sería oído.  El  Eterno Invitado jamás  se  ausenta,  pero Su  Voz  se  vuelve  cada  vez  más  tenue  en compañía de  extraños. Necesita  tu protección,  únicamente  porque  la  atención que  le  prestas  es  señal  de  que deseas  Su Compañía. Piensa  como Él  aunque  sólo sea  por un momento  y la  pequeña  chispa  se convertirá  en una  luz  tan resplandeciente  que  inundará  tu mente  para  que  Él  se  convierta  en tu único Invitado. Siempre  que  le  abres  las  puertas  al  ego,  menoscabas  la  bienvenida  que  le  das  al  Espíritu Santo.  Él  no se  ausentará, pero habrás  hecho una  alianza  contra  Él.  Sea  cual  sea  la  jornada  que decidas  emprender, Él  irá  contigo y esperará. Puedes  confiar  plenamente  en Su paciencia,  pues  Él no puede  abandonar  a  ninguna  parte  de  Dios. Mas  tú necesitas  mucho  más  que  paciencia.

6. No podrás  descansar hasta  que  sepas  cuál  es  tu función y la  lleves  a  cabo,  pues  sólo  en esto pueden  estar completamente  unidas  la  Voluntad  de  tu Padre  y la  tuya.  Tener a  Dios  es  ser como Él, y Él  se  ha  dado a  Sí  Mismo  a  ti.  Tú  que  tienes  a  Dios  debes  ser como Dios, pues  mediante  Su regalo Su función  se  convirtió  en la  tuya. Invita  este  conocimiento  de  nuevo a  tu  mente  y no dejes  entrar ninguna  otra  cosa  que  lo pueda  enturbiar. El  Invitado  que  Dios  te  envió  te  enseñará  cómo  hacer esto sólo con  que  reconozcas  la  pequeña  chispa  y estés  dispuesto a  dejar que  se  expanda.  No es necesario que  estés  enteramente  dispuesto a  ello porque  Él  lo  está. Si  simplemente  le  ofreces  un pequeño  lugar,  Él  lo  iluminará  tanto que  gustosamente  dejarás  que  éste  se  expanda.  Y  mediante  esta expansión,  comenzarás  a  recordar la  creación.

7. ¿Qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de Dios? Aceptarás únicamente a aquel que invites. Eres libre de determinar quién ha de ser tu invitado y cuánto tiempo ha de permanecer contigo. Mas esto no es auténtica libertad, pues depende todavía de cómo la consideres. El Espíritu Santo se encuentra ahí, pero no puede ayudarte a menos que tú se lo pidas. Y el ego no es nada, tanto si lo invitas a que entre como si no. La auténtica libertad radica en darle la bienvenida a la realidad; y de tus invitados, sólo el Espíritu Santo es real. Date cuenta, pues, de Quién mora en ti, reconociendo simplemente lo que ya se encuentra ahí, y no te conformes con consoladores imaginarios, pues el Consolador de Dios se encuentra en ti.

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