domingo, 1 de septiembre de 2019

T31. II. Caminando con Cristo


*T31. II. Caminando con Cristo*

1. Una  vieja  lección  no se  supera  contraponiendo la  nueva  con  la  vieja. No se  la  subyuga  para  que  la verdad  pueda  conocerse, ni  se  combate  para  que  se  rinda  ante  el  atractivo de  la  verdad. No hay que prepararse  para  ninguna  batalla,  no hay que  dedicarle  tiempo, ni  tampoco  es  necesario  hacer planes para  implantar  lo nuevo. Una  vieja  batalla  se  está  librando contra  la  verdad, pero  la  verdad  no responde. ¿Quién  podría  ser herido en semejante  batalla,  a  no ser que  se  hiriese  a  sí  mismo?  En realidad  no tiene  enemigos. ¿Y  podría  acaso ser atacado por sueños? 

2. Repasemos  nuevamente  lo  que  parece  interponerse  entre  la  verdad  de  lo  que  eres  y tú. Pues  para superar este  obstáculo  se  tienen  que  dar ciertos  pasos. El  primero es  una  decisión que  tú tomas.  Pero de  ahí  en adelante, la  verdad se  te  confiere.  Tú  quieres  determinar lo que  es  verdad, y debido  a  tu deseo, estableces  dos  alternativas  entre  las  que  elegir  cada  vez  que  crees  que  tienes  que  tomar una decisión. Ninguna de ellas es verdad, ni tampoco son diferentes entre sí. Sin embargo, tienes que examinar las dos antes de que puedas mirar más allá de ellas a la única alternativa que sí constituye una elección diferente. Pero no la busques en los sueños que forjaste con el propósito de que esto estuviese nublado de tu conciencia. 

3. Las alternativas entre las que eliges no constituyen una verdadera elección, y tan sólo dan la impresión de que se trata de una elección libre, pues en cualquier caso, el resultado será el mismo. De modo que no es realmente una elección en absoluto. El líder y el seguidor parecen desempeñar diferentes papeles, y cada uno de estos papeles parece poseer ventajas que tú no quisieras perder. En su fusión, por lo tanto, parece haber esperanzas de satisfacción y de paz. Te ves a ti mismo dividido entre estos dos papeles, escindido para siempre entre los dos. Y cada amigo o enemigo se convierte en un medio para salvarte de esto. 

4. Tal vez lo llames amor o tal vez pienses que es un asesinato que finalmente está justificado. Odias a aquel a quien asignaste el papel de líder cuando tú lo quisieras tener, y lo odias igualmente cuando él no lo asume en aquellas ocasiones en que tú quieres ser el seguidor y abandonar el liderato. Para eso fue para lo que concebiste a tu hermano, y te acostumbraste a pensar que ése era su propósito. A menos que él sea fiel a eso, no habrá cumplido la función que tú le asignaste. Por lo tanto, merece la muerte, al no tener ningún propósito ni ninguna utilidad para ti. 

5. ¿Y qué quiere él de ti? ¿Qué otra cosa podría querer, sino lo mismo que tú quieres de él? En esto es tan fácil elegir la vida como la muerte, pues lo que eliges para ti lo eliges para él. Le haces dos llamamientos, tal como él a ti. Estos dos llamamientos ciertamente constituyen una elección, pues de cada uno de ellos se deriva un resultado distinto. Si él acaba siendo tu líder o tu seguidor no importa, pues en cualquier caso habrás elegido la muerte. Pero si él clama por la muerte o por la vida, por el odio o bien por el perdón y por la ayuda, entonces el resultado no será el mismo. Si oyes el primero de esos llamamientos, te separarás de él y te perderás. Mas si oyes el segundo, te unirás a él y en tu respuesta se halla la salvación. La voz que oyes en él no es sino la tuya. ¿Qué te pide? Escucha atentamente, pues te está pidiendo lo mismo que te ha de llegar a ti, ya que lo que estás viendo es una imagen de ti mismo y lo que estás oyendo es tu propia voz expresando tus deseos. 

6. Antes de contestar, haz una pausa y piensa en lo siguiente: La respuesta que le dé a mi hermano es la que yo estoy pidiendo. Y lo que aprenda acerca de él, es lo que aprenderé acerca de mí. Aguardemos luego un instante y estemos muy quietos, olvidándonos de todo lo que habíamos creído oír y recordando cuán poco sabemos. Este hermano ni nos dirige ni nos sigue, sino que camina a nuestro lado por la misma senda que nosotros recorremos. Él es como nosotros, y se halla tan cerca o tan lejos de lo que anhelamos como le permitamos estar. No hacemos ningún avance que él no haga con nosotros, y si él no avanza, nosotros retrocedemos. No le des la mano con ira, sino con amor, pues su progreso es el tuyo propio. Y recorreremos la senda por separado a no ser que lo mantengas a salvo a tu lado. 

7. Puesto que Dios os ama a los dos por igual, se te salvará de todas las apariencias y contestarás la llamada que Cristo te hace. Estáte muy quedo y escucha. Despeja tu mente de viejas ideas. Olvida las tristes lecciones que aprendiste acerca de este Hijo de Dios que te llama. Cristo llama a todos con igual ternura, sin ver líderes ni seguidores, y oyendo una sola respuesta para todos ellos. Puesto que Él oye una sola Voz, no puede oír una respuesta diferente de la que dio cuando Dios lo nombró Su único Hijo. 

8. Sumérgete en la más profunda quietud por un instante. Ven sin ningún pensamiento de nada que hayas aprendido antes, y deja a un lado todas las imágenes que has inventado. Lo viejo y decrépito se derrumbará ante lo nuevo tanto si te opones a ello como si lo apoyas. Ninguna de las cosas que consideras valiosas y dignas de tus atenciones será atacada. Tampoco se atacará tu deseo de oír un llamamiento que jamás existió. Nada te hará daño en este santo lugar adonde vienes a escuchar en silencio y a aprender qué es lo que realmente quieres. Esto será lo único que se te pedirá aprender. Mas al oírlo, comprenderás que lo único que necesitas hacer es abandonar los pensamientos que ya no deseas y que nunca fueron verdad.

9. Perdona  a  tu hermano  por todo lo  que  aparenta  ser, lo  cual  procede  de  las  viejas  lecciones  que  te habías  enseñado a  ti  mismo  acerca  de  tu  pecaminosidad. Oye  únicamente  su petición de  clemencia  y liberación de  todas  las  pavorosas  imágenes  que  tiene  con respecto a  lo  que  él  es  y a  lo que  tú  no puedes  sino ser también.  El  teme  caminar a  tu  lado, y cree  que  tal  vez  si  se  atrasa  o se  adelanta  un poco  será  menos  peligroso  para  él.  ¿Cómo ibas  a  poder progresar tú si  piensas  lo mismo,  y avanzas únicamente  cuando  él  se  rezaga  y te  quedas  atrás  cuando él  se  adelanta?  Pues  al  hacer esto,  te olvidas  del  objetivo  de  la  jornada, que  no es  otro que  la  decisión  de  caminar a  su lado,  de  modo que ninguno  sea  ni  líder ni  seguidor.  Se  trata, por lo tanto, de  que  caminéis  juntos  y no cada  uno por separado.  Y  mediante  esta  decisión, el  resultado  del  aprendizaje  cambia,  pues  Cristo habrá  vuelto a nacer para  vosotros  dos. 

10. Para  que  esto suceda, bastará  un solo instante  que  estés  libre  de  tus  viejas  ideas  acerca  de  quién es  tu  formidable  compañero y de  lo  que  él  debe  estar  pidiendo.  Y  percibirás  que  su propósito es  el mismo  que  el  tuyo. Él  pide  lo  que  tú deseas  y necesita  lo mismo  que  tú.  Tal  vez  en su caso ello se manifieste  de  forma  diferente, pero  no es  a  la  forma  a  lo que  respondes. Él  pide  y tú recibes, pues has  venido  con un solo propósito:  poder aprender  a  amar  a  tu hermano con un amor fraternal.  Y  en cuanto que  hermano tuyo,  su Padre  no puede  sino ser el  mismo que  el  tuyo, ya  que  él  es  como  tú. 

11.  Unidos  podéis  recordar y aceptar  vuestra  herencia  común. Solos, se  os  niega  a  ambos. ¿No está claro acaso  que  mientras  sigas  insistiendo  en ser líder  o seguidor pensarás  que  caminas  solo,  sin nadie  a  tu  lado?  Éste  es  el  camino  que  no conduce  a  ninguna  parte, pues  no se  te  puede  otorgar  la luz  mientras  camines  solo, y así, no puedes  ver por donde  vas. Esto produce  confusión y una interminable  sensación de  duda,  a  medida  que  te  tambaleas  solo  de  un lado a  otro en la  obscuridad. Sin embargo,  éstas  no son más  que  apariencias  de  lo que  es  la  jornada  y de  cómo  se  tiene  que recorrer. Pues  hay  Alguien a  tu  lado que  ilumina  tu  camino,  de  modo que  puedas  dar cada  paso con certeza  y sin ninguna  duda  con respecto  a  qué  camino seguir.  Tener los  ojos  vendados  puede ciertamente  cegarte, mas  no puede  hacer  que  el  camino  en sí  sea  obscuro.  Y Aquel  que  viaja  contigo tiene  la  luz. 

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