miércoles, 24 de julio de 2019

T22. II. La impecabilidad de tu hermano


*T22. II. La impecabilidad de tu hermano*

1. Lo  opuesto a  las  ilusiones  no es  la  desilusión sino la  verdad. Sólo para  el  ego,  para  el  que  la verdad  no tiene  significado, parecen ser las  ilusiones  y la  desilusión las  únicas  alternativas, las cuales  son diferentes  entre  sí. Pero en verdad son lo mismo.  Ambas  aportan el  mismo cúmulo de sufrimiento,  aunque  cada  una  parece  ser la  única  manera  de  escaparse  de  la  aflicción  que  la  otra ocasiona.  Toda  ilusión  alberga  dolor  y sufrimiento entre  los  tenebrosos  pliegues  de  las  pesadas vestiduras  tras  las  que  oculta  su inexistencia. Sin embargo, esas  sombrías  y pesadas  vestiduras  son las  que  cubren a  aquellos  que  van en pos  de  ilusiones,  y las  que  los  mantienen  ocultos  del  júbilo de la  verdad.

2. La  verdad es  lo  opuesto a  las  ilusiones  porque  ofrece  dicha.  ¿Qué  otra  cosa  sino la  dicha  podría ser lo  opuesto  al  sufrimiento?  Abandonar un tipo de  sufrimiento  e  ir en busca  de  otro no es  un escape.  Cambiar una  ilusión por otra  no es  realmente  un cambio.  Tratar de  encontrar  felicidad en  el sufrimiento  es  una  insensatez,  pues  ¿cómo se  iba  a  poder encontrar  felicidad en  el  sufrimiento?  Lo único  que  se  puede  hacer en  el  tenebroso  mundo del  sufrimiento  es  seleccionar algunos  aspectos  de él,  verlos  como  si  fuesen diferentes  y luego  definir la  diferencia  como felicidad. Percibir  una diferencia  donde  no la  hay, no obstante, realmente  no cambia  nada.

3. Lo  único que  hacen las  ilusiones  es  ocasionar  culpabilidad,  sufrimiento, enfermedad y muerte  a sus  creyentes.  La  forma  en que  las  ilusiones  se  aceptan es  irrelevante.  A  los  ojos  de  la  razón, ninguna  forma  de  sufrimiento  se  puede  confundir  con la  dicha.  La  dicha  es  eterna. Puedes  estar completamente  seguro de  que  todo lo que  aparenta  ser felicidad  y no es  duradero  es  realmente miedo. La  dicha  no se  convierte  en pesar,  pues  lo  eterno  no puede  cambiar,  pero el  pesar  puede volverse  dicha,  pues  el  tiempo cede  ante  lo eterno. Únicamente  lo eterno  permanece  inmutable, pero todo  lo que  se  encuentra  en  el  tiempo  puede  cambiar con  el  paso de  éste.  No obstante, para  que  el cambio sea  real  y no imaginado,  las  ilusiones  tienen  que  ceder  ante  la  verdad  y no ante  otros  sueños igualmente  irreales. Eso no sería  diferente.

4. La  razón te  diría  que  la  única  manera  de  escaparte  del  sufrimiento  es  reconociéndolo  y tomando el  camino opuesto.  Toda  verdad  es  lo mismo  y todo sufrimiento es  lo mismo también,  pero ambos son diferentes entre sí desde cualquier punto de vista, en toda circunstancia y sin excepción. Creer que puede haber una sola excepción es confundir lo que es lo mismo con lo que es diferente. Una sola ilusión que se abrigue y se defienda contra la verdad priva a ésta de todo significado y hace que todas las ilusiones sean reales. Tal es el poder de la creencia, la cual es incapaz de transigir. Y la fe en la inocencia sería fe en el pecado si la creencia excluyera una sola cosa viviente y le negase la bendición de su perdón.

5. Tanto la razón como el ego te dicen eso mismo, pero la interpretación que hacen de ello es completamente diferente. El ego te asegura ahora que es imposible que puedas ver a nadie libre de culpa. Y si esta manera de ver es la única que puede liberarte de la culpabilidad, entonces la creencia en el pecado no puede sino ser eterna. Pero la razón ve eso de otro modo, pues la razón ve que la fuente de una idea es lo que hace que ésta sea cierta o falsa. Esto tiene que ser así, si la idea es semejante a su fuente. Por lo tanto -dice la razón- si el propósito que se le asignó al Espíritu Santo fue ayudarte a escapar de la culpabilidad, y ese propósito le fue dado por Aquel para Quien nada que Su Voluntad disponga es imposible, los medios para lograr ese objetivo tienen que ser más que posibles. Tienen que existir y tú tienes que estar en posesión de ellos.

6. Esta es una etapa crucial en este curso, pues en este punto tiene que tener lugar una completa separación entre tú y el ego. Pues si ya dispones de los medios para dejar que el propósito del Espíritu Santo se alcance, dichos medios pueden utilizarse. A medida que los utilices, tu fe en ellos será cada vez mayor. Para el ego, sin embargo, eso es imposible, y nadie emprende lo que no ofrece ninguna esperanza de poderse lograr. Tú sabes que lo que la Voluntad de tu Creador dispone es posible, pero aquello que tú inventaste no lo cree. Ahora tienes que elegir entre ti y lo que es sólo una ilusión de ti. No ambas cosas, sino una sola. No tiene objeto intentar eludir esta decisión. Hay que tomarla. La fe y la creencia pueden inclinarse hacia cualquiera de esas dos opciones, pero la razón te dice que el sufrimiento se encuentra únicamente en una de ellas y la dicha en la otra.

7. No abandones a tu hermano ahora, pues vosotros que sois lo mismo no decidiréis por separado ni en forma diferente. Os dais el uno al otro o bien vida o bien muerte; sois cada uno el salvador del otro o su juez, y os ofrecéis refugio o condenación. Este curso o bien se creerá enteramente o bien no se creerá en absoluto. Pues es completamente cierto o completamente falso, y no puede ser creído sólo parcialmente. Y tú te escaparás enteramente del sufrimiento o no te escaparás en absoluto. La razón te dirá que no hay un lugar intermedio donde te puedas detener indeciso, esperando a elegir entre la felicidad del Cielo o el sufrimiento del infierno. Hasta que no elijas el Cielo, estarás en el infierno y abatido por el sufrimiento.

8. No hay ninguna parte del Cielo de la que puedas apropiarte y tejer ilusiones de ella. Ni hay una sola ilusión con la que puedas entrar en el Cielo. Un salvador no puede ser un juez ni la misericordia puede ser condenación. Y la visión no puede condenar, sino únicamente bendecir. Aquel Cuya función es salvar, salvará. Cómo lo ha de lograr está más allá de tu entendimiento, pero cuándo lo va a hacer está en tus manos. Pues el tiempo es una invención tuya y, por lo tanto, lo puedes gobernar. No eres esclavo de él ni del mundo que fabricaste.

9. Examinemos más de cerca la ilusión de que lo que tú fabricaste tiene el poder de esclavizar a su hacedor. Esta es la misma creencia que dio lugar a la separación. Es la idea insensata de que los pensamientos pueden abandonar la mente del pensador, ser diferentes de ella y oponerse a ella. Si eso fuese cierto, los pensamientos no serían extensiones de la mente, sino sus enemigos. Aquí vemos nuevamente otra forma de la misma ilusión fundamental que ya hemos examinado muchas veces con anterioridad. Sólo si fuese posible que el Hijo de Dios pudiera abandonar la Mente de su Padre, hacerse diferente y oponerse a Su Voluntad, sería posible que el falso ser que inventó, y todo lo que éste fabricó, fuesen su amo.

10. Contempla la gran proyección, pero mírala con la determinación de que tiene que ser sanada, aunque no mediante el temor. Nada que hayas fabricado tiene poder alguno sobre ti, a menos que todavía quieras estar separado de tu Creador y tener una voluntad que se oponga a la Suya. Pues sólo si crees que Su Hijo puede ser Su enemigo parece entonces posible que lo que has inventado sea asimismo enemigo tuyo. Prefieres condenar al sufrimiento Su alegría y hacer que Él sea diferente. Sin embargo, al único sufrimiento al que has dado lugar ha sido al tuyo propio. ¿No te alegra saber que nada de eso es cierto? ¿No son buenas nuevas oír que ni una sola de las ilusiones que forjaste ha substituido a la verdad?

11. Son sólo tus pensamientos los que han sido imposibles. No puede ser que la salvación sea imposible. Pero sí es imposible ver a tu salvador como un enemigo y al mismo tiempo reconocerlo. No obstante, puedes reconocerlo como lo que es porque ésa es la Voluntad de Dios. Lo que Dios le confirió a tu relación santa aún se encuentra en ella. Pues lo que Él le dio al Espíritu Santo para que te lo diese a ti, el Espíritu Santo te lo dio. ¿No querrías contemplar al salvador que se te ha dado? ¿Y no intercambiarías con gratitud la función de verdugo que le adjudicaste por la que en verdad tiene? Recibe de él lo que Dios le dio para ti, no lo que trataste de darte a ti mismo.

12. Más allá del cuerpo que has interpuesto entre tu hermano y tú, y reluciendo en la áurea luz que le llega desde el círculo radiante e infinito que se extiende eternamente, se encuentra tu relación santa, que Dios Mismo ama. ¡Cuán serena descansa en el tiempo, y, sin embargo, más allá de él! ¡Cuán inmortal, y, sin embargo, en la tierra! ¡Cuán grande el poder que en ella reside! El tiempo acata su voluntad, y la tierra será lo que ella disponga que sea. En ella no existe una voluntad separada ni el deseo de que nada se encuentre separado. Su voluntad no hace excepciones y lo que dispone es verdad. Toda ilusión que se lleva ante su perdón se pasa por alto dulcemente y desaparece. Pues Cristo ha renacido en su centro, para iluminar Su morada con una visión que pasa por alto al mundo. ¿No querrías que esa santa morada fuese también la tuya? En ella no hay sufrimiento, sino únicamente dicha.

13. Lo único que necesitas hacer para morar aquí apaciblemente junto a Cristo, es compartir Su visión. Su visión se le concede inmediatamente y de todo corazón a todo aquel que esté dispuesto a ver a su hermano libre de pecado. Y tienes que estar dispuesto a no excluir a nadie, si quieres liberarte completamente de todos los efectos del pecado. ¿Te concederías a ti mismo un perdón parcial? ¿Puedes alcanzar el Cielo mientras un solo pecado aún te tiente a seguir sufriendo? El Cielo es el hogar de la pureza perfecta, y Dios lo creó para ti. Contempla a tu santo hermano, tan libre de pecado como tú, y permítele que te conduzca hasta allí.

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