lunes, 29 de julio de 2019

T23. I. Las creencias irreconciliables


*T23. I. Las creencias irreconciliables*


1. El  recuerdo  de  Dios  aflora  en  la  mente  que  está  serena.  No puede  venir allí  donde  hay conflicto, pues  una  mente  en pugna  consigo misma  no puede  recordar  la  mansedumbre  eterna. Los  medios  de la  guerra  no son los  medios  de  la  paz,  y lo que  recuerda  el  belicoso no es  amor.  Si  no se  atribuyese valor  a  la  creencia  en  la  victoria,  la  guerra  sería  imposible. Si  estás  en conflicto, eso quiere  decir que  crees  que  el  ego tiene  el  poder de  salir  triunfante. ¿Por qué  otra  razón  sino te  ibas  a  identificar con  él?  Seguramente  te  habrás  percatado  de  que  el  ego está  en pugna  con Dios. Que  el  ego no tiene enemigo alguno, es  cierto. Mas  es  igualmente  cierto  que  cree  firmemente  tener  un enemigo  al  que necesita  vencer,  y que  lo logrará.

2. ¿No te  das  cuenta  de  que  una  guerra  contra  ti  mismo sería  una  guerra  contra  Dios?  Y  en una guerra  así, ¿es  concebible  la  victoria?  Y  si  lo fuese, ¿la  desearías?  La  muerte  de  Dios, de  ser posible, significaría  tu muerte.  ¿Qué  clase  de  victoria  sería  ésa?  El  ego marcha  siempre  hacia  la  derrota porque  cree  que  puede  vencerte. Dios, no obstante,  sabe  que  eso no es  posible.  Eso no es  una guerra,  sino la  descabellada  creencia  de  que  es  posible  atacar y derrotar  la  Voluntad de  Dios.  Te puedes  identificar  con esta  creencia,  pero jamás  dejará  de  ser una  locura.  Y  el  miedo reinará  en la locura, y parecerá  haber  reemplazado  al  amor  allí. Éste  es  el  propósito  del  conflicto.  Y  para  aquellos que creen que es posible, los medios parecen ser reales.

3. Ten por seguro que no es posible que Dios y el ego, o tú y el ego jamás os podáis encontrar. En apariencia lo hacéis y formáis extrañas alianzas basándoos en premisas que no tienen sentido. Pues vuestras creencias convergen en el cuerpo, al que el ego ha elegido como su hogar y tú consideras que es el tuyo. Vuestro punto de encuentro es un error: un error en cómo te consideras a ti mismo. El ego se une a una ilusión de ti que tú compartes con él. Las ilusiones, no obstante, no pueden unirse. Son todas lo mismo, y no son nada. Su unión está basada en la nada, pues dos de ellas están tan desprovistas de sentido como una o mil. El ego no se une a nada, pues no es nada. Y la victoria que anhela está tan desprovista de sentido como él mismo.

4. Hermano, la guerra contra ti mismo está llegando a su fin. El final de la jornada se encuentra en el lugar de la paz. ¿No te gustaría aceptar la paz que allí se te ofrece? Este "enemigo" contra el que has luchado como si fuese un intruso a tu paz se transforma ahí, ante tus propios ojos, en el portador de tu paz. Tu "enemigo" era Dios Mismo, Quien no sabe de conflictos, victorias o ataques de ninguna clase. Su amor por ti es perfecto, absoluto y eterno. El Hijo de Dios en guerra contra su Creador es una condición tan ridícula como lo sería la naturaleza rugiéndole iracunda al viento, proclamando que él ya no forma parte de ella. ¿Cómo iba a poder la naturaleza decretar esto y hacer que fuese verdad? Del mismo modo, no es a ti a quien le corresponde decidir qué es lo que forma parte de ti y qué es lo que debe mantenerse aparte.

5. Esta guerra contra ti mismo se emprendió para enseñarle al Hijo de Dios que él no es quien realmente es, y que no es el Hijo de su Padre. A tal fin, debe borrar de su memoria el recuerdo de su Padre. En la vida corporal dicho recuerdo se olvida, y si piensas que eres un cuerpo, creerás haberlo olvidado. Mas la verdad nunca puede olvidarse de sí misma, y tú no has olvidado lo que eres. Sólo una extraña ilusión de ti mismo, un deseo de derrotar lo que eres, es lo que no se acuerda.

6. La guerra contra ti mismo no es más que una batalla entre dos ilusiones que luchan para diferenciarse la una de la otra, creyendo que la que triunfe será la verdadera. No existe conflicto alguno entre ellas y la verdad. Ni tampoco son ellas diferentes entre sí. Ninguna de las dos es verdad. Por lo tanto, no importa qué forma adopten. Lo que las engendró es una locura y no pueden sino seguir formando parte de ello. La locura no representa ninguna amenaza contra la realidad ni ejerce influencia alguna sobre ella. Las ilusiones no pueden vencer a la verdad ni suponer una amenaza para ella en absoluto. Y la realidad que niegan no forma parte de ellas.

7. Lo que tú recuerdas forma parte de ti. Pues no puedes sino ser tal como Dios te creó. La verdad no lucha contra las ilusiones ni las ilusiones luchan contra la verdad. Las ilusiones sólo luchan entre ellas. Al estar fragmentadas, fragmentan a su vez. Pero la verdad es indivisible y se encuentra mucho más allá de su limitado alcance. Recordarás lo que sabes cuando hayas comprendido que no puedes estar en conflicto. Una ilusión acerca de ti mismo puede luchar contra otra, mas la guerra entre dos ilusiones es un estado en el que nada ocurre. No hay ni vencedor ni victoria. Y la verdad se alza radiante, más allá del conflicto, intacta y serena en la paz de Dios.

8. Los conflictos sólo pueden tener lugar entre dos fuerzas. No pueden existir entre lo que es un poder y lo que no es nada. No hay nada que puedas atacar que no forme parte de ti. Y al atacarlo das lugar a dos ilusiones de ti mismo en conflicto entre sí. Y esto ocurre siempre que contemplas alguna creación de Dios de cualquier manera que no sea con amor. El conflicto es temible, pues es la cuna del temor. Mas lo que ha nacido de la nada no puede cobrar realidad mediante la pugna. ¿Por qué llenar tu mundo de conflictos contigo mismo? Deja que toda esa locura quede des-hecha y vuélvete en paz al recuerdo de Dios, el cual brilla aún en tu mente serena.

9. ¡Observa cómo desaparece el conflicto que existe entre las ilusiones cuando se lleva ante la verdad! Pues sólo parece real si lo ves como una guerra entre verdades conflictivas, en la que la vencedora es la más cierta, la más real y la que derrota a la ilusión que era menos real, que al ser vencida se convierte en una ilusión. Así pues, el conflicto es la elección entre dos ilusiones, una a la que se coronará como real, y la otra que será derrotada y despreciada. En esta situación el Padre jamás podrá ser recordado. Sin embargo, no hay ilusión que pueda invadir Su hogar y alejarlo de lo que Él ama eternamente. Y lo que Él ama no puede sino estar eternamente sereno y en paz porque es Su hogar.

10. Tú, Su Hijo bien amado, no eres una ilusión, puesto que eres tan real y tan santo como Él. La quietud de tu certeza acerca de Él y de ti mismo es el hogar de Ambos, donde moráis como uno solo y no como entes separados. Abre la puerta de Su santísimo hogar y deja que el perdón elimine todo vestigio de la creencia en el pecado, la cual priva a Dios de Su hogar y a Su Hijo con Él. No eres un extraño en la casa de Dios. Dale la bienvenida a tu hermano al hogar donde Dios Mismo lo ubicó en serenidad y en paz, y donde mora con él. Las ilusiones no tienen cabida allí donde mora el amor, pues éste te protege de todo lo que no es verdad. Moras en una paz tan ilimitada como la de Aquel que la creó, y a aquellos que quieren recordarlo a Él se les da todo. El Espíritu Santo vela Su hogar, seguro de que la paz de éste jamás se puede perturbar.

11. ¿Cómo iba a ser posible que el santuario de Dios se volviese contra sí mismo y tratase de subyugar al que allí mora? Piensa en lo que ocurre cuando la morada de Dios se percibe a sí misma como dividida: el altar desaparece, la luz se vuelve tenue y el templo del Santísimo se convierte en la morada del pecado. Y todo se olvida, salvo las ilusiones. Las ilusiones pueden estar en conflicto porque sus formas son diferentes. Y batallan únicamente para establecer qué forma es real.

12. Las ilusiones encuentran ilusiones, la verdad se encuentra a sí misma. El encuentro de las ilusiones conduce a la guerra. Mas la paz se extiende a sí misma al contemplarse a sí misma. La guerra es la condición en la que el miedo nace, crece e intenta dominarlo todo. La paz es el estado donde mora el amor y donde busca compartirse a sí mismo. La paz y el conflicto son opuestos. Allí donde uno mora, el otro no puede estar; donde uno de ellos va, el otro desaparece. Así es como el recuerdo de Dios queda nublado en las mentes que se han convertido en el campo de batalla de las ilusiones. Mas Su recuerdo brilla muy por encima de esta guerra insensata listo para ser recordado cuando te pongas de parte de la paz.

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