jueves, 11 de julio de 2019

Lección 196. Es únicamente a mi mismo a quien crucifico


*Lección 196. Es únicamente a mi mismo a quien crucifico*

1. Cuando realmente hayas entendido esto, y lo mantengas firmemente en tu conciencia, ya no intentarás hacerte daño ni hacer de tu cuerpo un esclavo de la venganza. No te atacarás a ti mismo, y te darás cuenta de que atacar a otro es atacarte a ti mismo. Te liberarás de la demente creencia de que atacando a tu hermano te salvas tú. Y comprenderás que su seguridad es la tuya, y que al sanar él, tú quedas sanado.

2. Tal vez no entiendas en un principio cómo es posible que la misericordia, que es ilimitada y envuelve todas las cosas en su segura protección, pueda hallarse en la idea que hoy practicamos. De hecho, esta idea puede parecerte como una señal de que es imposible eludir el castigo, ya que el ego, ante lo que considera una amenaza, no vacila en citar la verdad para salvaguardar sus mentiras. Es incapaz, no obstante, de entender la verdad que usa de tal manera. Mas tú puedes aprender a detectar estas necias maniobras y negar el significado que parecen tener.

3. De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego. Pues las formas con las que el ego procura distorsionar la verdad ya no te seguirán engañando. No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. Y verás en la idea de hoy la luz de la resurrección, refulgiendo más allá de todos los pensamientos de crucifixión y muerte hasta los de liberación y vida.

4. La idea de hoy es un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad. Demos este paso hoy, para poder recorrer rápidamente el camino que nos muestra la salvación, dando cada paso en la secuencia señalada, a medida que la mente se va desprendiendo de sus lastres uno por uno. No necesitamos tiempo para esto, sino únicamente estar dispuestos. Pues lo que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente -por la gracia de Dios- en un solo instante.

5. El pensamiento desesperante y deprimente de que puedes atacar a otros sin que ello te afecte te ha clavado a la cruz. Tal vez pensaste que era tu salvación. Mas sólo representaba la creencia de que el temor a Dios era real. ¿Y qué es esto sino el infierno? ¿Quién que en su corazón no tuviese miedo del infierno podría creer que su Padre es su enemigo mortal, que se encuentra separado de él y a la espera de destruir su vida y obliterarlo del universo?

6. Tal es la forma de locura en la que crees, si aceptas el temible pensamiento de que puedes atacar a otro y quedar tú libre. Hasta que esta forma de locura no cambie, no habrá esperanzas. Hasta que no te des cuenta de que, al menos esto, tiene que ser completamente imposible, ¿cómo podría haber escapatoria? El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento es verdad. Y no percibirá su insensatez, y ni siquiera se dará cuenta de que lo abriga, lo cual le permitiría cuestionarlo.

7. Pero incluso para cuestionarlo, su forma tiene primero que cambiar lo suficiente como para que el miedo a las represalias disminuya y la responsabilidad vuelva en cierta medida a recaer sobre ti. Desde ahí podrás cuando menos considerar si quieres o no seguir adelante por ese doloroso sendero. Mientras este cambio no tenga lugar, no podrás percibir que son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer presa del miedo, y que tu liberación depende de ti.

8. Si das este paso hoy, los que siguen te resultarán más fáciles. A partir de aquí avanzaremos rápidamente, pues una vez que entiendas que nada, salvo tus propios pensamientos, te puede hacer daño, el temor a Dios no podrá sino desaparecer. No podrás seguir creyendo entonces que la causa del miedo se encuentra fuera de ti. Y a Dios, a Quien habías pensado desterrar, se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó.

9. El himno de la salvación puede ciertamente oírse en la idea que hoy practicamos. Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución. Tampoco es necesario que te escondas lleno de terror del miedo mortal a Dios que la proyección oculta tras de sí. Lo que más pavor te da es la salvación. Eres fuerte, y es fortaleza lo que deseas. Eres libre, y te regocijas de ello. Has procurado ser débil y estar cautivo porque tenías miedo de tu fortaleza y de tu libertad. Sin embargo, tu salvación radica en ellas.

10. Hay un instante en que el terror parece apoderarse de tu mente de tal manera que no parece haber la más mínima esperanza de escape. Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida. Esto se había mantenido oculto mientras creías que el ataque podía lanzarse fuera de ti y que éste podía devolvérsete desde afuera. Parecía ser un enemigo externo al que tenías que temer. Y de esta manera, un dios externo a ti se convirtió en tu enemigo mortal y en la fuente del miedo.

11. Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo. No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación. Pues el temor a Dios ha desaparecido. Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo. Reza para que este instante llegue pronto, hoy mismo. Aléjate del miedo y dirígete al amor.

12. No hay un solo Pensamiento de Dios que no vaya contigo para ayudarte a alcanzar ese instante e ir más allá de él prontamente, con certeza y para siempre. Cuando el temor a Dios desaparece, no queda obstáculo alguno entre la santa paz de Dios y tú. ¡Cuán benévola y misericordiosa es la idea que hoy practicamos! Acógela gustosamente, como debieras, pues es tu liberación. Es a ti a quien tu mente trata de crucificar. Mas tu redención también procederá de ti.


~Lección 196 UCDM:
"Es únicamente a mí mismo a quien crucifico"

*Comentario:

¿Qué función tienen los sentidos, sino la de garantizar que vivo una realidad?

Los gruñidos, gritos, sollozos, estridentes chirridos de quejas y desazones, solo dicen una cosa: "el hecho de ser oídos y tenidos en cuenta como condición de mi dolor, dice ya persé que el sueño es tangible y real".

No obstante todo eso ocurre en el mismo lugar, como el efecto de un pensamiento, que a su vez sigue siendo el efecto aparentando ser causa de un pensamiento que nunca tuvo lugar.

Doble efecto como puedes comprobar, de algo ilusorio que tan solo se da en la misma mente que lo inventó... solo una mente.
Solo un emisor siendo a la vez receptor del ilusorio efecto de una ilusoria causa, donde la verdadera causa es ella misma.
¡¡El autoengaño está servido!!

El Milagro observa la devastación y en silencio simplemente espera.

Nos insta Un Curso De Milagros, a que cuando seamos conscientes de que esto ocurre solo se dará el Milagro si soltamos efecto y permitimos que la causa observe su ilusoriedad. 

El proceso de darnos cuenta no es más que una decisión que la mente tomó a favor de esta misma cuestión. 

Así pues, pongo el libre albedrío en manos de aquel que sabe que mi única libertad es la de elegir entre la mentira y la verdad. 

Al dañar a un hermano me dañó a mí mismo, pues todo ocurre en el único lugar posible.
Al ser amable con mi sueño, la amabilidad se estará dando también en el único lugar posible en el que se puede dar.

En la mente que me Es...
Cuando te crucifico me crucifico. Cuando perdono me perdono. Cuando te libero me libero.

Aquí mi única función es perdonar y perdonando me convierto en el Salvador de mis ilusiones. En el Salvador del mundo. Un mundo inventado para ser el reflejo de la creencia imposible de que soy diferente a como Dios me creó. Por lo tanto si crucifico a mi hermano o al mundo que son el reflejo de mí mismo, es únicamente a mí mismo a quien crucifico (Pep) 

~Comentario de la lección: Pepe Montañana Ortiz.


- Vídeo de la lección: Arantxa Carrera Salas.



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