miércoles, 3 de julio de 2019

T20. III. El pecado como ajuste


*T20. III. El pecado como ajuste*

1. La creencia en el pecado es un ajuste. Y un ajuste es un cambio: una alteración en la percepción, o la creencia de que lo que antes era de una manera ahora es distinto. Cada ajuste es, por lo tanto, una distorsión, y tiene necesidad de defensas que lo sostengan en contra de la realidad. El conocimiento no requiere ajustes, y, de hecho, se pierde si se lleva a cabo cualquier cambio o alteración, pues eso lo reduce de inmediato a ser simplemente una percepción: una forma de ver en la que se ha dejado de tener certeza y donde se ha infiltrado la duda. En esta condición deficiente es necesario hacer ajustes porque la condición en sí no es verdad. ¿Quién necesita ajustarse a la verdad, si para ser entendida ésta sólo apela a lo que uno es?

2. Los ajustes, sean de la clase que sean, siempre forman parte del ámbito del ego. Pues la creencia fija del ego es que todas las relaciones dependen de que se hagan ajustes, para así hacer de ellas lo que él quiere que sean. Las relaciones directas, en las que no hay interferencia, él siempre las considera peligrosas. El ego se ha nombrado a sí mismo mediador de todas las relaciones, y hace todos los ajustes que cree necesarios y los interpone entre aquellos que se han de conocer, a fin de mantenerlos separados e impedir su unión. Esta planeada interferencia es lo que hace que te resulte tan difícil reconocer tu santa relación tal como es.

3. Los que son santos no interfieren en la verdad. No le tienen miedo, pues en la verdad es donde reconocen su santidad y donde se regocijan debido a lo que ven. La contemplan directamente, sin tratar de adaptarse a ella ni de que ella se adapte a ellos. Y así se dan cuenta de que se encontraba en ellos, al no haber decidido de antemano dónde debería estar. El hecho mismo de que ellos la busquen plantea una pregunta, y lo que ven es lo que les responde. Tú fabricas el mundo, y luego te adaptas a él y haces que él se adapte a ti. Y no hay ninguna diferencia entre él y tú en tu percepción, la cual os inventó a los dos.

4. Todavía queda una pregunta por contestar, la cual es muy simple. ¿Te gusta lo que has fabricado? Un mundo de asesinatos y de ataque por el que te abres paso tímidamente en medio de constantes peligros, solo y temeroso, esperando a lo sumo a que la muerte se demore un poco antes de que se abalance sobre ti y desaparezcas. Todo eso son fabricaciones tuyas. Es un cuadro de lo que tú crees ser: de cómo te ves a ti mismo. Los asesinos están aterrorizados y los que matan tienen miedo de la muerte. Todas estas cosas no son sino los temibles pensamientos de aquellos que se amoldan a un mundo que se ha vuelto temible debido a los ajustes que ellos mismos hicieron. Y lo contemplan con pesar desde su propia tristeza interior, y ven la tristeza en él.

5. ¿Te has preguntado alguna vez cómo es realmente el mundo y qué aspecto tendría si se contemplase con ojos felices? El mundo que ves no es sino un juicio con respecto a ti mismo. No existe en absoluto. Tus juicios, no obstante, le imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. Ése es el mundo que ves: un juicio contra ti mismo, que tú mismo has emitido. El ego protege celosamente esa imagen enfermiza de ti mismo, pues ésa es su imagen y lo que él ama, y la proyecta sobre el mundo. Y tú te ves obligado a adaptarte a ese mundo mientras sigas creyendo que esa imagen es algo externo a ti, y que te tiene a su merced. Ese mundo es despiadado, y si se encontrase fuera de ti, tendrías ciertamente motivos para estar atemorizado. Pero fuiste tú quien hizo que fuese inclemente, y si ahora esa inclemencia parece volverse contra ti, puede ser corregida.

6. ¿Quién, que se encuentre en una relación santa, podría seguir siendo no santo por mucho más tiempo? El mundo que ven los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es semejante a él. El mundo que ven los santos es hermoso porque lo que ven en él es su propia inocencia. Ellos no le impusieron lo que tenía que ser, ni hicieron ajustes para que se amoldase a sus mandatos. Simplemente le preguntaron con un leve susurro: "¿Qué eres?" Y Aquel que cuida de toda percepción les respondió. No aceptes los juicios del mundo como la respuesta a la pregunta: "¿Qué soy?" El mundo cree en el pecado, pero la creencia que lo fabricó tal como tú lo ves no se encuentra fuera de ti.

7. No procures que el Hijo de Dios se adapte a su demencia. En él reside un extraño que, mientras vagaba sin rumbo, entró en la morada de la verdad, mas tal como vino así se irá. Vino sin ningún propósito, pero no podrá permanecer ante la radiante luz que el Espíritu Santo te ofreció y que tú aceptaste. Pues bajo esa luz el extraño se queda sin hogar y a ti se te da la bienvenida. No le preguntes a ese transeúnte: "¿Qué Soy?" Él es la única cosa en todo el universo que no lo sabe. Sin embargo, es a él a quien se lo preguntas, y es a su respuesta a la que deseas amoldarte. Este pensamiento torvo y ferozmente arrogante, y, sin embargo, tan ínfimo y carente de significado que su pasar a través del universo de la verdad ni siquiera se nota, se vuelve tu guía. A él te diriges para preguntarle el significado del universo. Y a lo único que es ciego en todo el universo vidente de la verdad le preguntas: "¿Cómo debo contemplar al Hijo de Dios?"

8. ¿Se le puede pedir que emita juicios a lo que está desprovisto de todo juicio? Y si ya lo has hecho, ¿creerías la respuesta que te da y te ajustarías a ella como si fuese cierta? El mundo que ves a tu alrededor es la respuesta que te dio, y tú le has conferido el poder de hacer los ajustes necesarios en el mundo para que su respuesta sea cierta. Le preguntaste a ese soplo de locura que te explicase el significado de tu relación no santa, e hiciste que ésta se ajustase a su descabellada respuesta. ¿Te hizo eso feliz? ¿Te reuniste acaso jubilosamente con tu hermano para bendecir al Hijo de Dios y darle las gracias por toda la felicidad que os ha brindado? ¿Has reconocido acaso a tu hermano como el eterno regalo que Dios te dio? ¿Has visto la santidad que irradia en cada uno de vosotros para bendecir al otro? Ése es el propósito de tu relación santa. No le preguntes cuáles son los medios necesarios para su consecución a la única cosa que haría todo lo posible para que siguiese siendo no santa. No le otorgues el poder de adaptar los medios al fin.

9. Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, hambrientos y demacrados, débiles y exhaustos, con los ojos aclimatados a la obscuridad desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el instante en que se les pone en libertad. Tardan algún tiempo en comprender lo que es la libertad. Andabas a tientas en el polvo y encontraste la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien asirte a la vida por tanto tiempo olvidada. Agárrate aún con más fuerza y levanta la vista para que puedas contemplar a tu fuerte compañero, en quien reside el significado de tu libertad. Él parecía estar crucificado a tu lado. Sin embargo, su santidad ha permanecido intacta y perfecta, y, con él a tu lado, este día entrarás en el Paraíso y conocerás la paz de Dios.

10. Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu hermano, y para cada uno de vosotros con respecto al otro y con respecto a sí mismo. Ahí sólo se puede encontrar santidad y unión sin límites. Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y perfecta, y sin el velo del temor sobre ella? Ahí somos uno, y ahí nos contemplamos a nosotros mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. Ahí no es posible ningún pensamiento de separación entre nosotros. Tú que eras un prisionero en la separación eres ahora libre en el Paraíso. Y allí me uniré a ti, que eres mi amigo, mi hermano y mi propio Ser.

11. El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado la certeza de que pronto nos uniremos. Comparte, pues, esta fe conmigo, y no dudes de que está justificada. En el amor perfecto no hay cabida para el miedo porque el amor perfecto no conoce el pecado, y sólo puede ver a los demás como se ve a sí mismo. Si mira dentro de sí mismo con caridad, ¿qué podría inspirarle temor afuera? Los inocentes ven seguridad, y los puros de corazón ven a Dios en Su Hijo y apelan al Hijo para que él los guíe al Padre. ¿Y a qué otro lugar querrían ir, sino allí donde anhelan estar? Tú y tu hermano os conduciréis el uno al otro hasta el Padre tan irremediablemente como que Dios creó santo a Su Hijo y así lo conservó. En tu hermano se encuentra la luz de la eterna promesa de inmortalidad que Dios te hizo. No veas pecado en él, y el miedo no podrá apoderarse de ti.

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