lunes, 24 de junio de 2019

T19. IV. C. i. El cuerpo incorruptible


*T19. IV. C. i. El cuerpo incorruptible*

3. El  pecado,  la  culpabilidad y la  muerte  se  originaron  en el  ego, en clara  oposición  a  la  vida, a  la inocencia  y a  la  Voluntad  de  Dios  mismo. ¿Dónde  puede  hallarse  semejante  oposición, sino en las mentes  enfermizas  de  los  desquiciados, que  se  han consagrado a  la  locura  y se  oponen firmemente  a la  paz  del  Cielo?  Pero una  cosa  es  segura:  Dios, que  no creó ni  el  pecado ni  la  muerte, no dispone que  tú estés  aprisionado  por ellos. Pues  Él  no conoce  ni  el  pecado ni  sus  resultados. Las  figuras amortajadas  que  marchan en  la  procesión  fúnebre  no lo hacen en honor de  su Creador, Cuya Voluntad es  que  vivan. No están acatando  Su  Voluntad, sino oponiéndose  a  ella.

4. ¿Y  qué  es  ese  cuerpo  vestido de  negro  que  quieren  enterrar?  Es  un cuerpo  que  ellos  consagraron  a la  muerte, un símbolo  de  corrupción,  un sacrificio al  pecado,  ofrecido a  éste  para  que  se  cebe  en él y, de  este  modo,  siga  viviendo;  algo  condenado, maldecido por su hacedor  y lamentado por todos los  miembros  de  la  procesión  fúnebre  que  se  identifican con  él.  Tú que  crees  haber sentenciado  al Hijo  de  Dios  a  esto eres  arrogante. Pero tú  que  quieres  liberarlo  no haces  sino honrar  la  Voluntad  de su Creador.  La  arrogancia  del  pecado, el  orgullo de  la  culpabilidad,  el  sepulcro de  la  separación,  son todos  parte  de  tu  consagración  a  la  muerte,  lo cual  aún no has  reconocido. El  brillo  de  culpabilidad con  el  que  revestiste  al  cuerpo  no haría  sino destruirlo. Pues  lo que  el  ego ama, lo  mata  por haberle obedecido. Pero no puede  matar a  lo  que  no le  obedece.

5.  Tú tienes  otra  consagración  que  puede  mantener  al  cuerpo incorrupto  y en perfectas  condiciones mientras  sea  útil  para  tu santo  propósito. El  cuerpo es  tan  incapaz  de  morir  como  de  sentir.  No hace nada.  De  por sí, no es  ni  corruptible  ni  incorruptible.  No es  nada.  Es  el  resultado de  una insignificante  y descabellada  idea  de  corrupción que  puede  ser corregida.  Pues  Dios  ha  contestado  a esta  idea  demente  con una  Suya,  una  Respuesta  que  no se  ha  alejado de  Él,  y que, por lo  tanto, lleva al  Creador a  la  conciencia  de  toda  mente  que  haya  oído Su Respuesta  y la  haya  aceptado.

6.  A  ti  que  estás  dedicado  a  lo incorruptible  se  te  ha  concedido, mediante  tu aceptación, el  poder de liberar de  la  corrupción. ¿Qué  mejor manera  puede  haber de  enseñarte  el  primer principio fundamental  de  un curso de  milagros, que  mostrándote  que  el  que  parece  ser más  difícil  se  puede lograr  primero?  El  cuerpo no puede  hacer otra  cosa  que  servir  a  tu propósito.  Tal  como lo consideres, eso es  lo que  te  parecerá  que  es. La  muerte,  de  ser real,  supondría  la  ruptura  final  y

7. Aquellos que tienen miedo de la muerte no ven con cuánta frecuencia y con cuánta fuerza claman por ella, implorándole que venga a salvarlos de la comunicación. Pues consideran que la muerte es un refugio: el gran salvador tenebroso que libera de la luz de la verdad, la respuesta a la Respuesta, lo que acalla la Voz que habla en favor de Dios. Sin embargo, abandonarte a la muerte no pone fin al conflicto. Sólo la Respuesta de Dios es su fin. El obstáculo que tu aparente amor por la muerte supone y que la paz debe superar parece ser muy grande. Pues en él yacen ocultos todos los secretos del ego, todas sus insólitas artimañas, todas sus ideas enfermizas y extrañas imaginaciones. En él radica la ruptura final de la unión, el triunfo de lo que el ego ha fabricado sobre la creación de Dios, la victoria de lo que no tiene vida sobre la Vida Misma.

8. Bajo el polvoriento contorno de su mundo distorsionado, el ego quiere dar sepultura al Hijo de Dios, a quien ordenó asesinar, y en cuya putrefacción reside la prueba de que Dios Mismo es impotente ante el poderío del ego e incapaz de proteger la vida que Él creó contra el cruel deseo de matar del ego. Hermano mío, criatura de Dios, esto no es más que un sueño de muerte. No hay funeral, ni altares tenebrosos, ni mandamientos siniestros, ni distorsionados ritos de condena a los que el cuerpo te pueda conducir. No pidas que se te libere de eso. Más bien, libera al cuerpo de las despiadadas e inexorables órdenes a las que lo sometiste y perdónalo por lo que tú le ordenaste hacer. Al exaltarlo lo condenaste a morir, pues sólo la muerte podía derrotar a la vida. ¿Y qué otra cosa, sino la demencia, podría percibir la derrota de Dios y creer que es real?

9. El miedo a la muerte desaparecerá a medida que la atracción que ésta ejerce ceda ante la verdadera atracción del amor. El final del pecado, que anida quedamente en la seguridad de tu relación, protegido por tu unión con tu hermano y listo para convertirse en una poderosa fuerza al servicio de Dios, está muy cerca. El amor protege celosamente los primeros pasos de la salvación, la resguarda de cualquier pensamiento que la pudiese atacar y la prepara silenciosamente para cumplir la imponente tarea para la que se te concedió. Los ángeles dan sustento a tu recién nacido propósito, el Espíritu Santo le da abrigo y Dios Mismo vela por él. No tienes que protegerlo; ya dispones de él. Pues es inmortal, y en él reside el final de la muerte.

10. ¿Qué peligro puede asaltar al que es completamente inocente? ¿Qué puede atacar al que está libre de culpa? ¿Qué temor podría venir a perturbar la paz de la impecabilidad misma? Si bien lo que se te ha concedido todavía se encuentra en su infancia, está en completa comunicación con Dios y contigo. En sus diminutas manos se encuentran, perfectamente a salvo, todos los milagros que has de obrar, y te los ofrece. El milagro de la vida es eterno, y aunque ha nacido en el tiempo, se le da sustento en la eternidad. Contempla a ese tierno infante, al que diste un lugar de reposo al perdonar a tu hermano, y ve en él la Voluntad de Dios. He aquí el bebé de Belén renacido. Y todo aquel que le dé abrigo lo seguirá, no a la cruz, sino a la resurrección y a la vida.

11. Cuando alguna cosa te parezca ser una fuente de miedo, cuando una situación te llene de terror y haga que tu cuerpo se estremezca y se vea cubierto con el frío sudor del miedo, recuerda que siempre es por la misma razón: el ego ha percibido la situación como un símbolo de miedo, como un signo de pecado y de muerte. Recuerda entonces que ni el signo ni el símbolo se deben confundir con su fuente, pues deben representar algo distinto de ellos mismos. Su significado no puede residir en ellos mismos, sino que se debe buscar en aquello que representan. Y así, puede que no signifiquen nada o que lo signifiquen todo, dependiendo de la verdad o falsedad de la idea que reflejan. Cuando te enfrentes con tal aparente incertidumbre con respecto al significado de algo, no juzgues la situación. Recuerda la santa Presencia de Aquel que se te dio para que fuese la Fuente del juicio. Pon la situación en Sus manos para que Él la juzgue por ti, y di: Te entrego esto para que lo examines y juzgues por mí. No dejes que lo vea como un signo de pecado y de muerte, ni que lo use para destruir. Enséñame a no hacer de ello un obstáculo para la paz, sino a dejar que Tú lo uses por mí, para facilitar su llegada.

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