domingo, 9 de junio de 2019

T18. IX. Los dos mundos


*T18. IX. Los dos mundos*

1. Se  te  ha  dicho  que  lleves  la  obscuridad  a  la  luz, y la  culpabilidad  a  la  santidad.  Se  te  ha  dicho también  que  el  error tiene  que  ser corregido allí  donde  se  originó. Lo que  el  Espíritu Santo  necesita, por lo  tanto,  es  esa  diminuta  parte  de  ti,  el  insignificante  pensamiento que  parece  estar  separado y desconectado.  El  resto está  completamente  al  cuidado de  Dios  y no necesita  guía. Pero ese pensamiento  descabellado e  ilusorio necesita  ayuda  porque, en  su demencia,  cree  que  él  es  el  Hijo de  Dios, completo  en sí  mismo  y omnipotente, único gobernante  del  reino que  estableció aparte para  forzarlo,  mediante  la  locura,  a  la  obediencia  y a  la  esclavitud.  Ésa  es  la  pequeña  parte  que  crees haberle  robado  al  Cielo. ¡Devuélvesela! El  Cielo  no la  ha  perdido, pero  tú has  perdido de  vista  al Cielo. Deja  que  el  Espíritu  Santo la  saque  del  desolado  reino donde  tú la  confinaste,  rodeada  de tinieblas, protegida  por el  ataque  y reforzada  por el  odio.  Dentro  de  sus  barricadas  todavía  se encuentra  un diminuto  segmento  del  Hijo  de  Dios, completo y santo, sereno  y ajeno a  lo que  tú crees  que  le  rodea.

2. No te  mantengas  separado, pues  Aquel  que  sí  lo rodea  te  ha  brindado la  unión, y ha  llevado tu minúscula  ofrenda  de  obscuridad  a  la  luz  eterna. ¿Cómo  se  logra  eso?  Muy fácilmente, pues  está basado en  lo que  ese  mísero reino  realmente  es. El  árido  desierto,  las  tinieblas  y la  falta  de  vida, sólo se  ven a  través  de  los  ojos  del  cuerpo.  La  desolada  visión que  éstos  te  ofrecen  está distorsionada, y los  mensajes  que  te  transmiten a  ti  que  la  inventaste  para  poner límites  a  tu conciencia  son insignificantes  y limitados, y están  tan fragmentados  que  no tienen  sentido.

3. Parece  como  si  desde  el  mundo  de  los  cuerpos, al  que  la  demencia  dio  lugar, se  le  devolvieran a la  mente  que  lo  concibió,  mensajes  descabellados.  Y  esos  mensajes  dan testimonio  de  dicho mundo, y lo  proclaman real.  Pues  tú enviaste  a  esos  mensajeros  para  que  te  trajesen esos  mensajes. De  lo único  que  dichos  mensajes  te  hablan  es  de  cosas  externas. No hay mensaje  que  hable  de  lo que  está subyacente, pues  el  cuerpo no podría  hablar  de  ello.  Sus  ojos  no lo  pueden percibir, sus  sentidos siguen  siendo completamente  inconscientes  de  ello y su lengua  no puede  transmitir  sus  mensajes. Pero Dios  puede  llevarte  hasta  allí,  si  estás  dispuesto a  seguir al  Espíritu Santo  a  través  del  aparente terror, confiando  en que  Él  no te  abandonará  ni  te  dejará  allí.  Pues  Su propósito  no es  atemorizarte, aunque  el  tuyo  lo sea.  Te  sientes  seriamente  tentado de  abandonar al  Espíritu Santo al  primer  roce con  el  anillo de  temor,  pero Él  te  conducirá  sano y salvo a  través  del  temor  y más  allá  de  él.

4. El  círculo de  temor yace  justo debajo del  nivel  que  los  ojos  del  cuerpo perciben, y aparenta  ser la base  sobre  la  que  el  mundo descansa.  Ahí  se  encuentran todas  las  ilusiones, todos  los  pensamientos distorsionados,  todos  los  ataques  dementes, la  furia,  la  venganza  y la  traición que  se  concibieron con  el  propósito de  conservar la  culpabilidad,  de  modo que  el  mundo  pudiese  alzarse  desde  ella  y mantenerla  oculta. Su sombra  se  eleva  hasta  la  superficie  lo suficiente  como  para  conservar  sus manifestaciones  más  externas  en la  obscuridad,  y para  causarles  desesperación  y mantenerlas  en  la soledad  y en la  más  profunda  tristeza.  Su intensidad, no obstante, está  velada  tras  pesados cortinajes, y se  mantiene  aparte  de  lo que  se  concibió para  ocultarla.  El  cuerpo  es  incapaz  de  ver esto,  pues  surgió de  ello para  ofrecerle  protección,  la  cual  depende  de  que  eso no se  vea.  Los  ojos del  cuerpo nunca  lo verán.  Pero verán lo  que  dicta.

5. El  cuerpo seguirá  siendo el  mensajero  de  la  culpabilidad  y actuará  tal  como  ella  le  dicte  mientras tú  sigas  creyendo que  la  culpabilidad es  real.  Pues  la  supuesta  realidad  de  la  culpabilidad  es  la ilusión  que  hace  que  ésta  parezca  ser algo denso, opaco  e  impenetrable, y la  verdadera  base  del sistema  de  pensamiento  del  ego.  Su delgadez  y transparencia  no se  vuelven evidentes  hasta  que  ves la  luz  que  yace  tras  ella.  Y  ahí, ante  la  luz, la  ves  como el  frágil  velo que  es.

6. Esta  barrera  tan aparentemente  sólida, y ese  falso suelo  que  parece  una  roca,  es  como un banco de  nubes  negras  que  flotan  muy cerca  de  la  superficie, dando la  impresión  de  ser una  sólida  muralla ante  el  Sol.  Su apariencia  impenetrable  no es  más  que  una  ilusión. Cede  mansamente  ante  las cumbres que se elevan por encima de ella, y no tiene ningún poder para detener a nadie que quiera ascender por encima de ella y ver el sol. Esta aparente muralla no es lo suficientemente fuerte como para detener la caída de un botón o para sostener una pluma. Nada puede descansar sobre ella, pues no es sino una base ilusoria. Trata de tocarla y desaparece; intenta asirla y tus manos no agarran nada.

7. Pero en ese banco de nubes es fácil ver todo un mundo. Las cordilleras, los lagos y las ciudades que ves, son todos producto de tu imaginación; y desde las nubes, los mensajeros de tu percepción regresan a ti, asegurándote que todo eso se encuentra allí. Se destacan figuras que se mueven de un lado a otro, las acciones parecen reales, y aparecen formas que pasan de lo bello a lo grotesco. Y esto se repite una y otra vez, mientras quieras seguir jugando el juego infantil de pretender ser otra cosa. Sin embargo, por mucho que quieras jugar ese juego, e independientemente de cuánta imaginación emplees, no lo confundes con el mundo que le subyace ni intentas hacer que sea real.

8. Asimismo debería ser con las tenebrosas nubes de la culpabilidad, las cuales son igualmente vaporosas e insubstanciales. No te pueden magullar al atravesarlas. Deja que tu Guía te muestre su naturaleza insubstancial a medida que te conduce más allá de ellas, pues debajo de ellas hay un mundo de luz sobre el que esas nubes no arrojan sombras. Sus sombras sólo nublan el mundo que se encuentra más allá de ellas, el cual está aún más alejado de la luz. Sin embargo, no pueden arrojar sombras sobre la luz.

9. Este mundo de luz, este círculo de luminosidad es el mundo real, donde la culpabilidad se topa con el perdón. Ahí el mundo exterior se ve con ojos nuevos, libre de toda sombra de culpabilidad. Aquí te encuentras perdonado, pues aquí has perdonado a todo el mundo. He aquí la nueva percepción donde todo es luminoso y brilla con inocencia, donde todo ha sido purificado en las aguas del perdón y se encuentra libre de cualquier pensamiento maligno que jamás hayas proyectado sobre él. Ahí no se ataca al Hijo de Dios, y a ti se te da la bienvenida. Ahí se encuentra tu inocencia, esperando para envolverte, protegerte y prepararte para el paso final de tu viaje interno. Ahí se dejan de lado los sombríos y pesados cortinajes de la culpabilidad, los cuales quedan dulcemente reemplazados por la pureza y el amor.

10. Pero ni siquiera el perdón es el final. El perdón hace que todo sea bello, pero no puede crear. Es la fuente de la curación; el emisario del amor, pero no su Fuente. Se te conduce ahí para que Dios Mismo pueda dar el paso final sin impedimentos, pues ahí nada se opone al amor, sino que le permite ser lo que es. Un paso más allá de este santo lugar de perdón - paso éste que te lleva aún más adentro pero uno que tú no puedes dar, te transporta a algo completamente diferente. Ahí reside la Fuente de la luz; ahí nada se percibe, se perdona o se transforma, sino que simplemente se conoce.

11. Este curso te conducirá al conocimiento, pero el conocimiento en sí está más allá del alcance de nuestro programa de estudios. Y no es necesario que tratemos de hablar de lo que por siempre ha de estar más allá de las palabras. Lo único que tenemos que recordar es que todo aquel que alcance el mundo real, más allá del cual el aprendizaje no puede ir, irá más allá de él, pero de una manera diferente. Allí donde acaba el aprendizaje, allí comienza Dios, pues el aprendizaje termina ante Aquel que es completo donde Él Mismo comienza y donde no hay final. No debemos ocuparnos de lo que es inalcanzable. Aún es mucho lo que nos queda por aprender, pues todavía tenemos que alcanzar la condición de estar listos para el conocimiento.

12. El amor no es algo que se pueda aprender. Su significado reside en sí mismo. Y el aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que no es amor. Ésa es la interferencia; eso es lo que hay que eliminar. El amor no es algo que se pueda aprender porque jamás ha habido un solo instante en que no lo conocieses. El aprendizaje no tiene objeto ante la Presencia de tu Creador, Cuyo reconocimiento de ti y el tuyo de Él transciende el aprendizaje en tal medida, que todo lo que has aprendido no significa nada en comparación, y queda reemplazado para siempre por el conocimiento del amor y su único significado.

13. Tu relación con tu hermano ha sido extraída del mundo de las sombras, y su impío propósito conducido sano y salvo a través de las barreras de la culpabilidad, lavado en las aguas del perdón y depositado radiante en el mundo de la luz donde ha quedado firmemente enraizado. Desde allí te exhorta a que sigas el mismo camino que tu relación tomó, al haber sido elevada muy por encima de las tinieblas y depositada tiernamente ante las puertas del Cielo. El instante santo en el que tú y tu hermano os unisteis no es más que el mensajero del amor, el cual se envió desde más allá del perdón para recordarte lo que se encuentra allende el perdón. Sin embargo, es a través del perdón como todo ello se recordará.

14. Y cuando el recuerdo de Dios te haya llegado en el santo lugar del perdón, no recordarás nada más y la memoria será tan inútil como el aprendizaje, pues tu único propósito será crear. Mas no podrás saber esto hasta que toda percepción haya sido limpiada y purificada, y finalmente eliminada para siempre. El perdón deshace únicamente lo que no es verdad, despejando las sombras del mundo y conduciéndolo -sano y salvo dentro de su dulzura- al mundo luminoso de la nueva y diáfana percepción. Allí se encuentra tu propósito ahora. Y es allí donde te aguarda la paz.

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