domingo, 9 de junio de 2019

T18. VIII. El pequeño jardín


*T18. VIII. El pequeño jardín*

1. Estar  consciente  del  cuerpo es  lo  único que  hace  que  el  amor  parezca  limitado,  pues  el  cuerpo  es un límite  que  se  le  impone  al  amor. La  creencia  en un amor limitado fue  lo que  dio origen al  cuerpo, que  fue  concebido  para  limitar lo  ilimitado.  No creas  que  esto es  algo  meramente  alegórico, pues  el cuerpo  fue  concebido para  limitarte  a  ti. ¿Cómo  podrías  tú, que  te  ves  a  ti  mismo  dentro de  un cuerpo,  saber que  eres  una  idea?  Identificas  todo lo  que  reconoces  con cosas  externas,  con algo externo a  ello mismo.  Ni  siquiera  puedes  pensar en Dios  sin imaginártelo en  un cuerpo, o en alguna forma  que  creas  reconocer.

2. El  cuerpo es  incapaz  de  saber nada.  Y  mientras  limites  tu conciencia  a  sus  insignificantes sentidos,  no podrás  ver  la  grandeza  que  te  rodea.  Dios  no puede  hacer  acto de  presencia  en un cuerpo  ni  tú puedes  unirte  a  Él  ahí.  Todo  límite  que  se  le  imponga  al  amor parecerá  siempre  excluir a  Dios  y mantenerte  a  ti  separado  de  Él. El  cuerpo  es  una  diminuta  cerca  que  rodea  a  una  pequeña parte  de  una  idea  que  es  completa  y gloriosa. El  cuerpo traza  un círculo, infinitamente  pequeño, alrededor de  un minúsculo  segmento del  Cielo,  lo separa  del  resto, y proclama  que  tu reino se encuentra  dentro de  él, donde  Dios  no puede  hacer acto de  presencia.

3. Dentro  de  ese  reino  el  ego rige  cruelmente.  Y  para  defender  esa  pequeña  mota  de  polvo te  ordena luchar contra  todo el  universo. Ese  fragmento  de  tu mente  es  una  parte  tan  pequeña  de  ella  que, si sólo pudieses  apreciar  el  todo  del  que  forma  parte,  verías  instantáneamente  que  en comparación es como  el  más  pequeño de  los  rayos  del  sol;  o como  la  ola  más  pequeña  en la  superficie  del  océano. En  su increíble  ignorancia, ese  pequeño rayo ha  decidido  que  él  es  el  sol, y esa  ola  casi imperceptible  se  exalta  a  sí  misma  como si  fuese  todo  el  océano.  Piensa  cuán  solo  y asustado  tiene que  estar ese  diminuto  pensamiento,  esa  ilusión  infinitesimal, que  se  mantiene  separado  del universo  y enfrentado  a  él. El  sol  se  vuelve  el  "enemigo"  del  rayo de  sol  al  que  quiere  devorar, y el océano aterroriza  a  la  pequeña  ola  y se  la  quiere  tragar.

4. Mas  ni  el  sol  ni  el  océano se  dan  cuenta  de  toda  esta  absurda  e  insensata  actividad.  Ellos sencillamente  continúan existiendo, sin saber que  son temidos  y odiados  por un ínfimo fragmento de  sí  mismos.  Aun así, no han perdido  conciencia  de  ese  segmento, pues  éste  no podría  subsistir separado  de  ellos.  Y  lo  que  piensa  que  es, no cambia  en modo alguno su total  dependencia  de  ellos para  su propia  existencia,  toda  vez  que  ésta  radica  en ellos. Sin  el  sol  el  rayo desaparecería,  y sin el océano la  ola  sería  inconcebible.

5.  Tal  es  la  extraña  situación en  la  que  parecen hallarse  aquellos  que  viven en un mundo  habitado por cuerpos. Cada  cuerpo parece  ser el  albergue  de  una  mente  separada, de  un pensamiento desconectado  del  resto, que  vive  solo y que  de  ningún modo está  unido al  Pensamiento  mediante  el cual  fue  creado. Cada  diminuto  fragmento parece  ser autónomo,  y necesitar a  otros  para  algunas cosas, pero sin ser en  modo alguno completamente  dependiente  para  todo de  su único Creador, ya que  necesita  la  totalidad para  poder tener  algún significado,  pues  por sí  solo  no significa  nada. Ni tampoco puede  tener  una  vida  aparte  e  independiente.

6.  Al  igual  que  el  sol  y el  océano  tu Ser continúa  existiendo, sin darse  cuenta  de  que  ese  minúsculo fragmento se  considera  a  sí  mismo ser tú. No es  que  esté  ausente, pues  no podría  existir  si  estuviese separado,  ni  el  todo del  que  forma  parte  estaría  completo  sin él. No es  un reino  aparte,  regido por la idea  de  que  está  separado  del  resto. Ni  tampoco  está  rodeado  de  una  cerca  que  le  impide  unirse  al resto,  o que  lo mantiene  separado de  su Creador. Este  pequeño aspecto  no es  diferente  de  la totalidad, ya  que  hay continuidad entre  ambos  y es  uno con  ella.  No vive  una  vida  separada,  pues  su vida es la unicidad en la que su ser fue creado.

7. No aceptes ese nimio y aislado aspecto como tu identidad. El sol y el océano no son nada en comparación con lo que tú eres. El rayo refulge sólo a la luz del sol, y la ola ondula mientras descansa sobre el océano. Pero ni en el sol ni en el océano se encuentra el poder que mora en ti. ¿Preferirías permanecer dentro de tu mísero reino, y seguir siendo un triste rey, un amargado gobernante de todo lo que contempla, que aunque no ve nada está dispuesto a dar la vida por ello? Este pequeño yo no es tu reino. Elevado como un arco muy por encima de él y rodeándolo con amor se encuentra la gloriosa totalidad, la cual ofrece toda su felicidad y profunda satisfacción a todas sus partes. El pequeño aspecto que piensas haber aislado no es una excepción.

8. El amor no sabe nada de cuerpos y se extiende a todo lo que ha sido creado como él mismo. Su absoluta falta de límites es su significado. Es completamente imparcial en su dar, y abarca todo únicamente a fin de conservar y mantener intacto lo que desea dar. ¡Cuán poco te ofrece tu mísero reino! ¿No es allí, entonces, donde le deberías pedir al amor que entre? Contempla el desierto -árido y estéril, calcinado y triste- que constituye tu mísero reino. Y reconoce la vida y la alegría que el amor le llevaría procedente de donde él viene y adonde quiere retornar contigo.

9. El Pensamiento de Dios rodea tu mísero reino y espera ante la barrera que construiste, deseoso de entrar y de derramar su luz sobre el terreno yermo. ¡Mira cómo brota la vida por todas partes! El desierto se convierte en un jardín lleno de verdor, fértil y plácido, ofreciendo descanso a todos los que se han extraviado y vagan en el polvo. Ofréceles este lugar de refugio, que el amor preparó para ellos allí donde antes había un desierto. Y todo aquel a quien le des la bienvenida te brindará el amor del Cielo. Entran de uno en uno en ese santo lugar, pero no se marchan solos, que fue como vinieron. El amor que trajeron consigo les acompañará siempre, al igual que a ti. Y bajo su beneficencia tu pequeño jardín crecerá y acogerá a todos los que tienen sed de agua viva, pero están demasiado exhaustos para poder seguir adelante solos.

10. Sal a su encuentro, pues traen a tu Ser consigo. Y condúcelos dulcemente a tu plácido jardín, y recibe allí su bendición. De este modo, tu jardín crecerá y se extenderá a través del desierto, y no dejará afuera ni un solo mísero reino excluido del amor, dejándote a ti adentro. Y tú te reconocerás a ti mismo, y verás tu pequeño jardín transformarse dulcemente en el Reino de los Cielos con todo el amor de su Creador resplandeciendo sobre él.

11. El instante santo es la invitación que le haces al amor para que entre en tu desolado y pesaroso reino y lo transforme en un jardín de paz y de bienvenida. La respuesta del amor no se hace esperar. Llegará porque tú viniste sin el cuerpo y no interpusiste barrera alguna que pudiese obstaculizar su feliz llegada. En el instante santo, le pides al amor únicamente lo que él ofrece a todos, ni más ni menos. Y al pedirlo todo, recibirás todo. Y tu radiante Ser elevará el ínfimo aspecto que trataste de ocultar del Cielo, directamente hasta éste. Ninguna parte del amor puede invocar al todo en vano. Ningún Hijo de Dios se encuentra excluido de Su Paternidad.

12. Puedes estar seguro de esto: el amor ha entrado a formar parte de tu relación especial, y ha entrado de lleno en respuesta a tu vacilante solicitud. Tú no te das cuenta de que ha llegado porque aún no has levantado todas las barreras que construiste contra tu hermano. Y ninguno de vosotros será capaz de darle la bienvenida al amor por separado. Es tan imposible que tú puedas conocer a Dios solo como que Él pueda conocerte a ti sin tu hermano. Mas juntos no podríais dejar de ser conscientes del amor, del mismo modo en que el amor no podría no conoceros ni dejar de reconocerse a sí mismo en vosotros.

13. Has llegado al final de una jornada ancestral, y aún no te has dado cuenta de que ya concluyó. Todavía estás exhausto, y el polvo del desierto aún parece empañar tus ojos y cegarte. Pero Aquel a Quien has dado la bienvenida ha venido a ti y quiere darte la bienvenida. Ha estado esperando mucho tiempo para hacer eso. Recíbela de Él ahora, pues Su Voluntad es que lo conozcas. Sólo un pequeño muro de polvo se interpone todavía entre tu hermano y tú. Sóplalo ligeramente con gran alborozo y verás cómo desaparece. Y entrad en el jardín que el amor ha preparado para vosotros dos.

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