lunes, 2 de septiembre de 2019

T31. VI. El reconocimiento del espíritu


*T31. VI. El reconocimiento del espíritu*

1. O  bien  ves  la  carne  o bien reconoces  el  espíritu.  En esto no hay términos  medios. Si  uno de  ellos es  real, el  otro no puede  sino ser falso,  pues  lo que  es  real  niega  a  su opuesto. La  visión  no ofrece otra  opción que  ésta. Lo  que  decides  al  respecto  determina  todo lo que  ves  y crees  real,  así  como todo  lo que  consideras  que  es  verdad. De  esta  elección depende  todo tu  mundo, pues  mediante  ella estableces  en tu propio sistema  de  creencias  lo que  eres:  carne  o espíritu.  Si  eliges  ser carne  jamás podrás  escaparte  del  cuerpo  al  verlo  como tu  realidad, pues  tu decisión reflejará  que  eso es  lo que quieres. Pero si  eliges  el  espíritu, el  Cielo  mismo se  inclinará  para  tocar tus  ojos  y bendecir tu  santa visión  a  fin de  que  no veas  más  el  mundo de  la  carne,  salvo para  sanar,  consolar y bendecir. 

2. La  salvación  es  un deshacer.  Si  eliges  ver el  cuerpo, ves  un mundo de  separación,  de  cosas inconexas  y de  sucesos  que  no tienen ningún  sentido.  Alguien aparece  y luego  desaparece  al  morir; otro  es  condenado al  sufrimiento y a  la  pérdida.  Y  nadie  es  exactamente  como era  un instante  antes ni  será  el  mismo un instante  después. ¿Qué  confianza  se  puede  tener  ahí  donde  se  percibe  tanto cambio?  ¿Y  qué  valía  puede  tener  quien no es  más  que  polvo?  La  salvación es  el  proceso que deshace  todo esto.  Pues  la  constancia  es  lo que  ven aquellos  cuyos  ojos  la  salvación ha  liberado  de tener que  contemplar el  costo que  supone  conservar  la  culpabilidad, ya  que  en lugar  de  ello eligieron  abandonarla.

3. La  salvación  no te  pide  que  contemples  el  espíritu y no percibas  el  cuerpo. Simplemente  te  pide que  ésa  sea  tu elección.  Pues  puedes  ver el  cuerpo sin ayuda,  pero no sabes  cómo contemplar  otro mundo  aparte  de  él.  Tu mundo  es  lo que  la  salvación  habrá  de  deshacer, permitiéndote  así  ver otro que  tus  ojos  jamás  habrían podido  encontrar.  Cómo va  a  lograrse  esto  no es  algo que  deba preocuparte.  No comprendes  cómo  apareció  ante  ti  lo  que  ves, pues  si  lo comprendieses, desaparecería. El  velo de  la  ignorancia  está  corrido  igualmente  sobre  lo bueno que  sobre  lo  malo,  y se  tiene  que  traspasar para  que  ambas  cosas  puedan  desaparecer  a  fin de  que  la  percepción  no encuentre  ningún lugar  donde  ocultarse.  ¿Cómo se  puede  hacer  esto?  No se  puede  hacer  en absoluto.  Pues  ¿qué  podría  aún quedar por hacer en el  universo que  Dios  creó? 

4. Sólo la  arrogancia  podría  hacerte  pensar que  tienes  que  allanar el  camino  que  conduce  al  Cielo. Se  te  han proporcionado  los  medios  para  que  puedas  ver  el  mundo  que  reemplazará  al  que  tú inventaste.  ¡Hágase  tu voluntad! Esto es  verdad  para  siempre  tanto en el  Cielo  como en  la  tierra, independientemente  de  dónde  creas  estar  o de  lo que  creas  que  la  verdad acerca  de  ti  mismo debe realmente  ser.  Independientemente  también  de  lo que  contemples, y de  lo  que  elijas  sentir,  pensar o desear. Pues  Dios  Mismo ha  dicho:  "Hágase  tu voluntad".  Y,  consecuentemente,  se  hace. 

5.  Tú que  crees  que  puedes  ver  al  Hijo  de  Dios  como quisieras  que  fuese, no olvides  que  ningún concepto que  abrigues  de  ti  mismo  puede  oponerse  a  la  verdad  de  lo que  eres. Erradicar la  verdad es imposible.  Pero cambiar  de  conceptos  no es  difícil. Una  sola  visión que  se  vea  claramente  y que  no se  ajuste  a  la  imagen que  antes  se  percibía, hará  que  el  mundo  sea  diferente  para  aquellos  ojos  que hayan  aprendido  a  ver porque  el  concepto del  yo habrá  cambiado. 

6. ¿Eres  invulnerable?  Entonces  el  mundo  te  parece  un lugar  inofensivo. ¿Perdonas?  Entonces  el mundo  es  misericordioso, pues  le  has  perdonado  sus  ofensas, de  modo que  te  contempla  tal  como tú lo  contemplas  a  él.  ¿Eres  un cuerpo?  Entonces  ves  en cada  hermano  un traidor,  listo para  matar. ¿Eres espíritu, inmortal y sin la más mínima posibilidad de corrupción ni mancha alguna de pecado sobre ti? Entonces ves estabilidad en el mundo, pues ahora es absolutamente digno de toda tu confianza: un lugar feliz en donde descansar por un tiempo, en donde no hay nada que temer, sino sólo amar. ¿Le negarían los puros de corazón la bienvenida a alguien? ¿Y qué podría herir a los que son verdaderamente inocentes? 

7. ¡Hágase tu voluntad, santa criatura de Dios! No importa si crees estar en el Cielo o en la tierra. Lo que la Voluntad de tu Padre ha dispuesto para ti jamás ha de cambiar. La verdad en ti permanece tan radiante como una estrella, tan pura como la luz, tan inocente como el amor mismo. Y tú eres digno de que se haga tu voluntad. 

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