domingo, 1 de septiembre de 2019

T31. III. Los que se acusan a sí mismos


*T31. III. Los que se acusan a sí mismos*

1. Sólo los  que  se  acusan a  sí  mismos  pueden condenar.  Antes  de  tomar  una  decisión  de  la  que  se han  de  derivar  diferentes  resultados  tienes  que  aprender algo,  y aprenderlo  muy bien.  Ello  tiene  que llegar a  ser una  respuesta  tan  típica  para  todo lo  que  hagas  que  acabe  convirtiéndose  en un hábito, de  modo que  sea  tu  primera  reacción ante  toda  tentación o suceso que  ocurra.  Aprende  esto,  y apréndelo bien,  pues  con ello la  demora  en  experimentar  felicidad se  acorta  por un tramo de  tiempo que  ni  siquiera  puedes  concebir:  nunca  odias  a  tu  hermano por sus  pecados, sino únicamente  por los tuyos. Sea  cual  sea  la  forma  que  sus  pecados  parezcan  adoptar,  lo único  que  hacen  es  nublar el hecho  de  que  crees  que  son tus  propios  pecados  y, por lo  tanto, que  el  ataque  es  su "Justo" merecido. 

2. ¿Por qué  iban a  ser sus  pecados  pecados, a  no ser que  creyeses  que  esos  mismos  pecados  no se  te podrían  perdonar a  ti?  ¿Cómo iba  a  ser que  sus  pecados  fuesen reales, a  no ser que  creyeses  que constituyen tu  realidad?  ¿Y  por qué  los  atacas  por todas  partes, si  no fuese  porque  te  odias  a  ti mismo?  ¿Eres  acaso tú un pecado?  Contestas  afirmativamente  cada  vez  que  atacas, pues  mediante el  ataque  afirmas  que  eres  culpable  y que  tienes  que  infligirle  a  otro lo  que  tú te  mereces. ¿Y  qué puedes  merecer,  sino lo que  eres?  Si  no creyeses  que  mereces  ataque,  jamás  se  te  ocurriría  atacar  a nadie. ¿Por qué  habrías  de  hacerlo?  ¿Qué  sacarías  con  ello?  ¿Como podría  ese  resultado  ser lo que tu  quieres?  ¿Y  de  qué  manera  podría  beneficiarte  el  asesinato? 

3. Los  pecados  se  perciben  en el  cuerpo, no en la  mente. No se  ven como propósitos, sino como acciones. Los  cuerpos  actúan,  pero las  mentes  no. Por lo tanto,  el  cuerpo  debe  tener la  culpa  de  lo que  él  mismo  hace.  No se  le  ve  como  algo pasivo que  simplemente  se  somete  a  tus  órdenes  sin hacer nada  por su cuenta. Si  tú  eres  un pecado,  no puedes  sino ser un cuerpo, pues  la  mente  no actúa.  Y  el  propósito  tiene  que  encontrarse  en  el  cuerpo  y no en la  mente.  El  cuerpo  debe  actuar por su cuenta y motivarse a sí mismo. Si eres un pecado, aprisionas a la mente dentro del cuerpo y le adjudicas el propósito de ésta a su prisión, que entonces actúa en su lugar. Un carcelero no obedece órdenes, sino que es el que le da órdenes al prisionero. 

4. Mas es el cuerpo el que es el prisionero, no la mente. El cuerpo no tiene pensamientos. No tiene la capacidad de aprender, perdonar o esclavizar. No da órdenes que la mente tenga que acatar, ni fija condiciones que ésta tenga que obedecer. El cuerpo sólo mantiene en prisión a la mente que está dispuesta a morar en él. Se enferma siguiendo las órdenes de la mente que quiere ser su prisionera. Y envejece y muere porque dicha mente está enferma. El aprendizaje es lo único que puede producir cambios. El cuerpo, por lo tanto, al que le es imposible aprender, jamás podría cambiar a menos que la mente prefiriese que él cambiase de apariencia para amoldarse al propósito que ella le confirió. Pues la mente puede aprender, y es en ella donde se efectúa todo cambio. 

5. La mente que se considera a sí misma un pecado sólo tiene un propósito: que el cuerpo sea la fuente del pecado, para que la mantenga en la prisión que ella misma eligió y que vigila, y donde se mantiene a sí misma separada, prisionera durmiente de los perros rabiosos del odio y de la maldad, de la enfermedad y del ataque, del dolor y de la vejez, de la angustia y del sufrimiento. Aquí es donde se conservan los pensamientos de sacrificio, pues ahí es donde la culpabilidad impera y donde le ordena al mundo que sea como ella misma: un lugar donde nadie puede hallar misericordia, ni sobrevivir los estragos del temor, excepto mediante el asesinato y la muerte. Pues ahí tú te conviertes en un pecado, y el pecado no puede morar allí donde moran el júbilo y la libertad, pues éstos son sus enemigos y él los tiene que destruir. El pecado se conserva mediante la muerte, y aquellos que creen ser un pecado no pueden sino morir por razón de lo que creen ser. 

6. Alegrémonos de que ves aquello que crees, y de que se te haya concedido poder cambiar tus creencias. El cuerpo simplemente te seguirá. Jamás te puede conducir adonde tú no quieres ir. No es un centinela de tu sueño, ni interfiere en tu despertar. Libera a tu cuerpo del encarcelamiento, y no verás a nadie prisionero de lo que tú mismo te has escapado. Tampoco querrás retener en la culpabilidad a aquellos que habías decidido eran tus enemigos, ni mantener encadenados a la ilusión de un amor cambiante a aquellos que consideras amigos. 

7. Los inocentes otorgan libertad como muestra de gratitud por su liberación. Y lo que ven apoya su liberación del encarcelamiento y de la muerte. Haz que tu mente sea receptiva al cambio, y ni a tu hermano ni a ti se os podrá imponer ninguna pena ancestral. Pues Dios ha decretado que no se pueda pedir ni hacer ningún sacrificio. 

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